
El simbolismo invertido del toreo: El torero como demonio y el toro como el Dios vencido
Adrián Ricardo
La intensa lucha entre el bien y el mal ha estado en la visión de la humanidad desde el inicio del tiempo. Desde los espíritus burlones de las selvas hasta los demonios de las iglesias, el ser humano ha proyectado en la pantalla de su imaginación panteones completos ya sea de dioses o antidioses por medio de pinturas, historias, mitos, murales, pintura corporal y hasta espectáculos. Y, uno de estos espectáculos es el toreo. La lucha entre el salvador y el demonio se escenifica antes miles de fieles, deseosos de ver la sangre y la adrenalina escaparse juntas por la arena. Todo esto con una pequeña variante, el demonio es en verdad el hombre y el salvador es el toro. El demonio triunfa el 99% de las veces y crucifica al redentor que ha torturado y del que se ha burlado con su capa.
Como Jesucristo, el toro es llevado a su suplicio, se le clavan espadas, lo pinchan con lanzas, el torero lo tienta y lo elude con su capa, por el camino, la sangre divina mana, los espectadores arden enceguecidos, los chorros rojos que cubren el lomo del toro los excitan, consumen bebidas embriagantes, esperan la muerte al final del espectáculo. El toro muere por redimirnos de sus demonios salvajes, el derrotado es despedazado, una oreja aquí, un rabo allá y sus partes divinas son exhibidas por el torero, alimentando aún más los demonios que lleva dentro.
Los espectadores, ahora completamente poseídos por la sangre, la muerte y el desmembramiento, exigen más y más. No pueden estar celebrando otra cosa que el triunfo del mal, el demonio sin cuernos pinta al demonio con cuernos para que la gente esté del lado del mal. El sacrificio del toro es un sacrificio a Lucifer en el que los espectadores celebran que el mal haya triunfado sobre el bien. El toro divino no planeó ningún asesinato, solo salió al ruedo, presintiendo el sacrificio. El ser humano demoniaco ha planeado el crimen, con los dados cargados; el toro como Jesucristo no tiene escape. El toro es maltratado, debilitado, humillado, desangrado, como Nuestro Señor en la cruz.
A su muerte lo arrastran por la arena, donde sus huellas impregnadas de sangre son rápidamente borradas para abrir paso al nuevo sacrificio. La iglesia de Satán está ahora completa. El toreo, como religión invertida es un espectáculo pagano que alimenta el alma necrofílica de los que pagan por ver matar. El torero, como el ángel del mal, recibe una paga por cometer un asesinato. No le remuerde la conciencia, se cree un ser humano normal, cuando en verdad es un asesino en serie de una especie diferente a la suya. De vez en cuando, uno de los demonios en vez de matar muere. Se escuchan profusos lamentos por doquier. El demonio siente uno de los cuernos redentores que lo penetra, su vida ha terminado en la arena. Los demás demonios con capa y espada entran al ruedo para vengar al demonio caído.
Jesucristo muere mil veces dentro del mismo ruedo, donde torturarlo es un arte, burlarse de él un engaño demoniaco y atravesarle el corazón con una espada es una valiosa tradición cultural que debe ser preservada. Los demonios salen orgullosos del ruedo, el público aplaude como una sola cabeza de donde brotan mil manos, los demonios le hacen la venia a Lucifer mientras el Cristo derrotado y humillado vuelve a morir por nuestros pecados.