
Presencia Literaria de Martí en Colombia
A los 121 años de su muerte, mayo 19 de 2016
Enrique Santos Molano
En el momento de su muerte, José Martí era en Colombia uno de los escritores más leídos, celebrados y con mayor influencia en la concepción modernista de la literatura y del periodismo. No es aventurado decir que en esas actividades hubo en Colombia un antes y un después de José Martí, tal como lo advierte José Asunción Silva en 1891, cuando a Martí aún no se le conocía aquí en su faceta política, como revolucionario y Apóstol de la libertad de su patria, sino únicamente en la del intelectual y pensador cuyos escritos, literarios y políticos, se reproducían en los principales diarios de las capitales latinoamericanas.
La primera aparición de Martí en Colombia la encontramos en el semanario La Pluma de Bogotá. En su edición del 3 de diciembre de 1881, La Pluma trae una crónica refulgente sobre Coney Island, fechada en Nueva York y firmada por José Martí. Pocos, quizá ninguno hasta ese momento, sabían de José Martí en la encumbrada y lejana capital de la entonces república federal de los Estados Unidos de Colombia. A algunos, que viajaban de tiempo en tiempo a Nueva York, por placer o por negocios, y que no dejaban de visitar el famoso balneario, les pareció, al leer la crónica del señor Martí, que la fastuosidad y el atractivo de Coney Island pasaban tal cual ante sus ojos. Aquello era una descripción pictórico literaria en la que el escritor transformaba las palabras y las frases en auténticos paisajes; pero además, y principalmente, era el examen profundo de una nación que amenazaba aplastar al mundo con su opulencia gigantesca. A otros, que no conocían Coney Island, la prosa de Martí les impactó de un modo diferente. Como un descubrimiento de esos que se encuentran sin buscarlos. La prosa ágil, elaborada, de refinado estilista, a la par plena de ideas y de pensamientos, le mostró a la generación en ciernes que había una nueva manera de escribir, una forma distinta y renovadora de auscultar el mundo con la palabra. Quien mejor asimiló en Colombia la prosa de José Martí, y creó con ella su propio estilo, fue José Asunción Silva, desde el momento mismo en que leyó en La Pluma, sobresaltado por la emoción, la crónica sobre Coney Island.
A partir de aquel diciembre de 1881, los periódicos bogotanos, así como los de Cartagena, Barranquilla, Panamá, Cali, Medellín, y otras ciudades, estaban atentos a las revistas extranjeras, en especial las editadas en español, que proliferaban en Nueva York, con artículos de José Martí, para anticiparse a reproducirlos, dado el interés enorme que la citada crónica había suscitado en los lectores.
Al año siguiente el diario La Reforma toma, de La Opinión Nacional de Caracas, un nuevo artículo de Martí, que levanta el entusiasmo de los futuros modernistas de la literatura en Colombia. Crónica sobre los sucesos culturales y artísticos de Europa, con una información tan amplia y detallada, que se diría escrita por alguien que llevara varios años de residir en el viejo mundo. Sin embargo esa capacidad plástica de crítica parecía innata en Martí, como lo anota su biógrafo Luis Toledo Sande: “Sus inquietudes artísticas lo llevaron a ingresar el 15 de septiembre [de 1868], en la clase de dibujo elemental en la Escuela Profesional de Pintura y Escultura de San Alejandro, de La Habana. El 15 de octubre ya la había abandonado, pero se mantendrá siempre fiel a su aprecio por las artes plásticas, de las que llegaría a ser un crítico extraordinario, con una permanente atención que mantendrá hasta las proximidades de su muerte; y sobre todo, en su gran capacidad para ‘pintar con la palabra’”. Esa gran capacidad de ‘pintar con la palabra’ (una expresión acuñada por el mismo Martí) fue lo que más admiración causó en otro gran estilista, José Asunción Silva. No es difícil localizar las semejanzas de estilo modernista entre la prosa de Martí y la de Silva, si bien es importante decir que, siendo, ambos, anticipadores del modernismo, sus escritos van más allá del denominado movimiento modernista, en el sentido de que no se frenan en la expresión plástica, como les ocurre a modernistas clásicos (el mexicano Manuel Gutiérrez Nájera o el nicaragüense Rubén Darío), sino que Martí y Silva abarcan esferas filosóficas, políticas y sociales y le dan forma a un pensamiento revolucionario humanista.
Ese mismo año de 1882 se publica en Nueva York el primer libro de versos de Martí, Ismaelillo, inspirado por y dedicado a su hijo de cuatro años, José Francisco Martí Zayas Bazán. El Ismaelillo no se conocerá en Colombia hasta cuatro años después. Más adelante diré cómo y por qué.
El de 1882 es un año de quiebre en la historia colombiana. La lucha sin cuartel que habían sostenida desde la fundación de la república entre librecambistas y proteccionistas, ganada en principio por los primeros con la Constitución de Rionegro en 1863, que estableció una nación regida por un máximo de libre cambio, dio un giro hacia el proteccionismo con la elección de Rafael Núñez en 1880, apoyada por los artesanos que venían clamando de medio siglo atrás la protección del Estado para su trabajo. La confrontación entre liberales radicales que se autoproclaman defensores de la libertad, con aires de romanticismo, y los los liberales y conservadores proteccionistas, señalados por aquellos como fuerzas reaccionarias, ha generado una fenomenal confusión ideológica que todavía hoy persiste. No es del caso extenderme ahora sobre ese asunto, pero sí acotaré, por ser pertinente, que en su momento el contexto de la lucha de los artesanos trabajadores era la defensa de su labor, creadora de empleo y de riqueza, contra una oligarquía radical parasitaria de comerciantes importadores. Los artículos de Martí, en los que la defensa de los trabajadores es uno de sus soportes ideológicos, atraen por consiguiente la simpatía del sector artesanal colombiano y de los periódicos que respaldan la “regeneración administrativa fundamental” propuesta por Núñez; pero la calidad crítica y plástica de la prosa renovadora de Martí también se gana las simpatías de la prensa radical, opuesta a Núñez.
La Reforma, diario nuñista, publica en su edición del 23 de mayo de 1882 un ensayo crítico de Martí titulado El Libro de Bancroft. Se refiere al primer volumen de la segunda serie de las investigaciones del historiador y etnólogo estadounidense Hubert H. Bancroft, acerca de las razas nativas. La nueva serie, que se inicia en 1882, trata sobre Historia de América Central. Martí explica la esencia del volumen y controvierte varias de las apreciaciones de Bancroft, sin desconocer la importancia de su trabajo. La publicación de ese texto les abre a los escritores y periodistas colombianos una ventana hacia el cosmopolitismo. Nuestra prensa en el siglo XIX se caracteriza por su precariedad en cuanto a recursos técnicos y económicos, pero servida por plumas de excelente calidad, que manejan un castellano impecable, viciado, no obstante, por una visión parroquial de los acontecimientos. Los artículos de Martí crean un nuevo espectro en el análisis periodístico en Colombia.
El radical Diario de Cundinamarca, opositor de Núñez da cuenta en su edición del 21 de junio de las proporciones colosales que ha asumido la emigración europea hacia los Estados Unidos; y en su número del 5 de julio complementa esa información con un artículo de José martí, La inmigración a los Estados Unidos, que señala cómo los inmigrantes van a modelar, para bien o para mal, el futuro de los Estados Unidos de Norteamérica.
El poeta bogotano Roberto Macdouall, a finales de 1883, en que la lucha política entre proteccionistas y librecambistas libra su batalla decisiva, publicó un extenso poema titulado El joven Arturo, crítica moralista contra la reforma educativa implantada por los radicales en 1774, reforma que sin duda constituye la obra más importante y perdurable alcanzada por esa colectiva política durante el régimen federal establecido en 1863. Básicamente la reforma radical había despojado a la Iglesia Católica del monopolio de la educación, entonces casi exclusivamente religiosa, lo cual ocasionó dos guerras civiles patrocinadas por la Iglesia, y una guerra literaria que se dio a raíz de la publicación de El Joven Arturo, poema que quiere mostrar los daños morales que la ausencia de la religión está ocasionando en los educandos de las escuelas, puestas por el radicalismo a cargo de maestras y maestros profesionales formados en Escuelas Normales, que en El Joven Arturo se describen como antros de corrupción y promiscuidad. La polémica originada por El Joven Arturo levantó una polvareda que trascendió las fronteras de Colombia, y que tuvo su respuesta más contundente en el poema del expresidente radical Santiago Pérez, titulado La Escuela. A los dos poemas les hizo un análisis José Martí, inclinándose a favor de la reforma educativa radical que defiende La Escuela, en un artículo titulado La Guerra Literaria en Colombia, y reproducido por el Diario de Cundinamarca del 13 de septiembre de 1884. Dicho artículo hizo que los escritos de José Martí comenzaran a tener mal sabor para el fragmento más reaccionario del conservatismo, el que se regía por los canónes la Iglesia Católica.
La figura latinoamericana que más apasiona a José Martí es Simón Bolívar. Nadie en su tiempo supo exaltar con mejores palabras, ni frases más contundentes y llenas de justicia, al Libertador Simón Bolívar, que el Apóstol de la libertad, José Martí. Así podemos comprobarlo en la crónica que escribe sobre la celebración del Centenario de Bolívar en Nueva York, el 24 de julio de 1883, transcrita por el diario bogotano La Reforma, el 23 de septiembre de ese año.
Para 1884, el Diario de Cundinamarca, vocero de los radicales, acapara los artículos de Martí. Allí van apareciendo, en el transcurso del año, un relato sobre los últimos días de Lonfellow, una descripción de cómo funciona la Escuela de Electricidad, algo muy novedoso en una ciudad que, como Bogotá, no tenía otro alumbrado público que en las noches de luna, y el alumbrado domiciliario a gas era escaso. Y otro texto todavía más novedoso, en la edición del 20 de junio, sobre El Glosógrafo, que describe como “un aparatillo ingeniosísimo, que puesto en lo interior de la boca, a la que se acomoda sin trabajo, no impiude el habla, y la reproduce sobre el papel, con perfección de escribiente del siglo XV. Sólo exige que se pronuncie con toda claridad; y cada sílaba, al punto que es pronunciada, ya es colocada sobre el papel que la espera, sin molestia alguna para el que habla, y sin confusión para el que lee, una vez que aprende la correspondencia de los nuevos signos”.
El último artículo de José Martí en el Diario de Cundinamarca, el 2 de agosto de 1884, lo conforma el relato fascinante de los Héroes que regresan del Polo a Nueva York, tras culminar la primera parte de una de las grandes hazañas humanas del siglo XIX, de la que los lectores colombianos no habrían tenido noticia de no ser por la crónica de JoséMartí. De resto, la prensa bogotana, ni la de provincia, publican una palabra al respecto.
Pocos días después estallará la rebelión radical contra el gobierno de Núñez, se declara la guerra civil general, y el Diario de Cundinamarca suspende sus ediciones, tras quince años de publicación ininterrumpida.
De regresó de su viaje a Europa, José Asunción Silva hizo escala en Nueva York, el 10 de diciembre de 1885. El joven poeta colombiano, de veinte años, pasó a visitar a su amigo Santiago Pérez Triana, de veintisiete, que publicaba en la gran manzana una excelente revista quincenal en español, La América, en la que José Martí colaboraba. Silva no perdió la oportunidad de hacerse presentar al admirado escritor de tantos artículos formidables con los que había nutrido su formación intelectual. Martí se encontraba precisamente en las oficinas de La América y terminaba de corregir su traducción de una novela del inglés Hugh Conway (fallecido siete metros atrás) que le había encargado su compatriota, el periodista y editor cubano Rafael María Merchán, residente en Bogotá, donde poseía una próspera empresa denominada Imprenta de La Luz, y publicaba el periódico de gran formato La Luz, partidario de la Regeneración de Núñez. Sabedor de que en esos días Martí atravesaba dificultades económicas, Merchán le contrato la traducción de la novela de Comway, Called Back, que Martí concluyó por los días en que Silva escaló en Nueva York. Martí le puso en español el título de Misterio. El poeta cubano le obsequió al poeta bogotano un ejemplar del Ismaelillo, con dedicatoria. Silva lo conservaba como uno de sus tesoros, y pudo salvarlo cuando, al ocurrir su bancarrota en 1891-1893, se vio obligado a vender su biblioteca. José Asunción se ofreció a llevarle a Merchán los manuscritos de la traducción
Misterio, de Hugh Conway, vertida al español por José Martí, se publicó en la Imprenta de La Luz, de Bogotá, a mediados de 1886. El bisemanario La Nación, órgano de los intereses de la Regeneración, dirigido por don Miguel Antonio Caro y don José María Samper, elogia la traducción de Martí, pero reprueba como inmoral y nada edificante el contenido de la novela, que ya había vendido cuatrocientas mil copias de la edición inglesa.
Entre 1887 y 1888 el famoso novelista, ensayista y crítico español, don Juan Valera, escribió al escritor y editor colombiano José María Rivas Groot una serie de siete cartas, que hacen parte de las Cartas Americanas remitidas por Valera a diferentes corresponsales en América del Sur y del Centro, y en las que demuestra con galanura idiomática su profunda ignorancia, o superficial sabiduría, acerca de las que él no deja de considerar antiguas colonias españolas. Las siete cartas de Valera a Rivas Groot fueron publicadas, entre octubre y diciembre de 1888 por La Nación de Bogotá. José Martí tuvo oportunidad de leerlas en Nueva York, junto con el resto de Cartas Americanas, y los juicios hechos por Valera a escritores modernistas como Rubén Darío, que acababa de publicar Azul, libro al que se atribuye la inauguración oficial del modernismo literario. Martí escribió un análisis de las Cartas Americanas de Valera, en el que lamenta el exceso de palabrería, característico de los escritores españoles, el abuso de expresiones ingeniosas y la escasez de ideas y de conceptos profundos. El análisis de Martí fue publicado en dos entregas por el semanario bogotano La Palabra en sus ediciones 1 y 2 de enero de 1888. La prosa de Martí captura la atención de un intelectual atrapado en la política, nadie menos que el presidente Rafael Núñez, por esa época, y debido a sus achaques de salud, apartado del Poder Ejecutivo, por no serle favorable el clima de Bogotá. Núñez vive en Cartagena consagrado a la redacción del influyente semanario El Porvenir, y dispone la publicación en su periódico de cuatro artículos de José Martí. El primero de ellos, con el título de ¡Páez! (entre admiraciones) que describe y exalta las hazañas de aquel mitológico guerrero de la Independencia, sale en la edición del 14 de mayo de 1888; el segundo es un ensayo sobre el poeta mexicano Juan de Dios Peza, premodernista y celebridad continental, en el número siguiente, del 20 de mayo; el tercero es un estudio de Martí en que advierte las diferencias y las similitudes de la inmigración en Estados Unidos y en América Latina, en la edición del 7 de octubre de 1888. El cuarto, que sale el 6 de enero de 1889, trata de un amlio análisis de Martí a la Reforma de la enseñanza en los Estados Unidos.
Por esos días, mientras los trabajos del Canal de Panamá, iniciados diez años atrás, parecen condenados al fracaso, y la prensa europea y americana reclama la intervención de los Estados Unidos para asumir esa empresa que le ha quedado grande a Lesseps, no por su incapacidad, como quieren darlo a entender los periódicos, sino por el solapado, pero no menos constante saboteo estadounidense, el secretario de Estado, James G. Blaine, responde a tales reclamos que los Estados Unidos no necesitan intervenir en Panamá, pues les basta con extender la mano y esperar a que el canal, Panamá “y todo lo demás” caigan en ella, como una manzana madura que se desprende del árbol. Martí escribe un fuerte artículo crítico sobre “el descaro imperialista del secretario Blaine”, que publica el semanario bogotano La Industria del 16 de mayo de 1889. El artículo de Martí suscita reacciones anti imperialistas como la del escritor y periodista Felipe Pérez, quien expresa en su periódico El Relator: “Mr. [Nathaniel, senador republicano] Chipman insinúa que se debe convertir a Nicaragua en un Estado de la Unión, si se hace el canal. Lo mismo querrán hacer con Colombia”, y agrega Pérez que “los Estados Unidos rompen unilateralmente los tratados cada vez que les da la gana”.
Helen Hunt Jackson fue una escritora, poeta y activista estadounidense que defendió los derechos y los intereses de los pueblos indígenas originarios de su país y que con sus obras ganó para su causa simpatías considerables. En 1889, cuatro años después del fallecimiento de la escritora, José Martí leyó Ramona, la última novela de la señora Hunt Jacson, editada en 1884, un año antes de su fallecimiento, y escribió una entusiasta reseña del libro, novela excelente desde el punto de vista literario, y ampliamente recomendable por su contenido en defensa de los pueblos indígenas, abocados a la extinción por las metódicas y constantes agresiones del gobierno federal. La reseña de Martí se publicó en La Nación de Bogotá del 5 de marzo de 1889.
El 15 de agosto del mismo año, La América de Nueva York notició la publicación de un periódico para los niños, dirigido por José Martí, denominado La Edad de Oro, y reprodujo, como muestra de la nueva publicación, el artículo de Martí Tres Héroes: Bolívar, Hidalgo y San Martín. En este paso, Martí se topa con la Iglesia colombiana. En La Nación de Bogotá aparece, el 28 de agosto de 1889 una diatriba de monseñor Rafael María carrasquilla, rector del Colegio del Rosario, contra La Edad de Oro. La califica de perniciosa, inadecuada para los niños y muy peligrosa para los buenos sentimientos que deben ser inculcados a los menores. Martí, que sepamos, no respondió a las críticas del sacerdote y educador colombiano, pero sí lo hizo, ironías de la vida, un periodista, escritor y poeta conservador, Ismael Enrique Arciniegas. En su periódico La República, de Bucaramanga, rebatió Arciniegas los conceptos de monseñor Carrasquilla y dijo que la Edad de Oro era una joya literaria, recomendable para todas las edades.
La última presencia de Martí en Colombia, durante su vida, la encontramos en las palabras de José Asunción Silva. El poeta y novelista bogotano escribía en El Telegrama, diario de la capital, de circulación nacional, una columna con el mote de Notas Literarias, que registraban hechos y nombres de la literatura en los distintos países de Europa, Asia y América. En la que publica el 15 de diciembre de 1891, dice Silva:
“A la actividad y al gusto literario del señor E. de Losada les deben los aficionados a la amena lectura en las naciones de Sur América, una publicación que los mantiene al corriente de los sucesos literarios y políticos más importantes del mundo. Allí encuentran artículos de costumbres, poesías, trabajos de crítica y de filología, descripciones de viajes, novelas modernas y revistas políticas debidas a persona que conoce muy bien las condiciones sociológicas de nuestra democracia.
“En el año que va a terminar La Revista Ilustrada ha mejorado notablemente sus virtudes tipográficas y se ha enriquecido con la colaboración de don Juan Valera y de don José Martí, dos plumas que en cualquiera nación bastarían por sí solas para hacer la fama y la prosperidad de una revista. El primero de ellos ha escrito ya dos crónicas político-literarias, en que habla de España y de otros temas que le gustan, en un estilo diáfano y gracioso como no hay dos en la península. No es ponderable la respetabilidad que a La Revista le dará el señor Valera. Es una adquisición tan valiosa que no hay duda sobre los esfuerzos que hará la redacción para conservarla.
“De Martí hay poco que decir a los que leen castellano: su fama es ya continental, y, lo que es raro, excepcional, merecida. Es un pensador original, de frase en que parecen unidas las cualidades de un escritor de la decadencia y de otro del renacimiento. Hay en el estilo de Martí vigor de expresión y refinamiento de artista. Alcanza su espíritu a verter en frases sonoras y amplísimas las últimas verdades de la ciencia y las mas sutiles delicadezas del arte moderno. Es una pluma que confunde. La armazón, la apariencia de la frase, sus cualidades de número y de sonoridad hacen pensar en aquella hinchazón fofa de los escritores que son a un mismo tiempo oradores de oficio y que llevan siempre adelante la preocupación del período rotundo y de los vocablos sonoros. Pero leyéndolo dos veces, cosa indispensable para entender a un buen escritor, descubre uno la vena riquísima del pensamiento entre los encajes y las flores del período. Es una alma complicada, modernísima, sensible, y a un mismo tiempo fuerte y luchadora.”
Los periódicos colombianos, a partir de la excomunión que le imparte monseñor Rafael María Carrasquilla en 1889, no vuelven a publicar artículos de José Martí, quizá por el mismo veto implícito, o por circunstancias de derechos de autor. Las postreras referencias colombianas sobre Martín son informativas. En 1893, El Telegrama, conservador gobiernista, da cuenta, el 9 de mayo, de que “El Capitán General de Cuba se manifiesta incapaz de sofocar la rebelión que ha estallado en la provincia de Holguín”. Al día siguiente, 10 de mayo, El Heraldo, liberal, informa acerca de la constitución del Partido Revolucionario cubano; y el 23 de julio del mismo año dice que “el jefe y delegado del Partido Revolucionario Cubano, José Martí, llegó a Panamá (entonces territorio colombiano) el 2 de julio. Casi dos años después, en abril de 1895, El Correo Nacional de Bogotá, conservador de oposición al gobierno de Miguel Antonio Caro, da la noticia de que “en el caserío de Baire, José Martí ha empuñado el 24 de febrero la bandera de la revolución cubana y reiniciado la lucha”.
El 31 de mayo de 1895, El Telegrama de Bogotá, conservador gobiernista, trae la triste noticia de que José Martí ha caído combatiendo en Dos Ríos, el 19 de mayo, un día como hoy, hace ciento veintiún años.