Ponencia en el Festival de Poesía de Medellín 2015
Eduardo Gómez
Nunca la humanidad, en toda su historia, se había visto tan inminentemente amenazada en su conjunto, como ahora, hasta el punto de que los científicos hablan de un plazo aproximado de cien años para que la especie humana se extinga, si los daños al equilibrio de las potencias y elementos constitutivos de la Naturaleza, continua con la intensidad y el ritmo vertiginoso que presenta ahora, como resultado del consumismo desaforado, la explotación incontrolada de recursos y la insensibilidad creciente de la mayoría de la población mundial. Nunca el asombroso dominio de la Naturaleza conseguido por el hombre, se había vuelto un peligro de degeneración y de aniquilación tan grave para los mismos dominadores. Sin embargo, la inminencia de esta catástrofe progresiva no parece arredrar o frenar a los máximos responsables (ante todo, los círculos gobernantes de los países capitalistas más desarrollados) a pesar de las reiteradas advertencias de los científicos, los ecólogos y humanistas de todas las tendencias, hasta el punto de que la Humanidad está entrando en un proceso de suicidio progresivo como especie porque nadie, con una información mediana, puede alegar ignorancia de lo que sucede. Más aún, la plutocracia mundial y los políticos de las potencias dominantes en el capitalismo han llegado al extremo de preferir regímenes fascistas o, en todo caso, cercanos a esa tendencia, antes que permitir transformaciones (incluso moderadas) que lleven a la racionalización, democratización y humanización de la economía y la organización social, únicas formas de corregir y superar en un plazo adecuado, el despilfarro, la explotación irresponsable y la deshumanización de las relaciones. Al respecto, recordamos algunos casos muy conocidos en la historia mundial del último siglo, como cuando las clases dominantes en España prefirieron el régimen franquista al afianzamiento de la República (con la taimada complicidad de las potencias occidentales), la burguesía alemana de esos años favoreció el surgimiento del nazismo antes que permitir el fortalecimiento de los partidos populares y democráticos y en Latinoamérica una serie de dictaduras sanguinarias fueron instauradas y favorecidas por los republicanos y demócratas estadounidenses, en respuesta al pedido de ayuda de las oligarquías suramericanas que pretendían cínicamente con esos métodos ser defensoras de una supuesta “democracia”.
Colombia ha sido en Hispanoamérica el país más proclive a esa represión violenta, en los últimos sesenta años y el que se ha convertido en el fortín más amenazante al servicio del imperialismo estadounidense, al permitir cerca de diez bases militares de ese país (lo cual constituye la octava parte del total en Latinoamérica) con el ejército más relativamente numeroso del continente (y uno de los más represivos de todo cambio democrático) y con un presupuesto que sobrepasa el 6 % del PIB (mayor relativamente que el de Estados Unidos que es de un poco más del 4%).
En consecuencia, es más apremiante el desafío de superar las vacilaciones y oscuridades respecto a las formas de lucha que debemos desarrollar ante esas amenazantes tendencias, agudizadas en las últimas décadas debido a que el capitalismo salvaje está entrando en su etapa terminal, lo cual hace cada vez menos explicables y comprensibles las reticencias para colaborar en esa noble empresa de preservar y desarrollar una cultura humanista, con mayor razón en el caso de los poetas y escritores cuya vocación sea auténtica.
Por lo tanto, no creo necesario entrar en las viejas y desgastadas polémicas que pretendían desligar, y hasta enfrentar, el pensamiento y la acción político-social con una pretendida estética pura, así como tampoco puedo estar de acuerdo en las pretensiones del bando contrario que aspiraba a hacer de las artes un compromiso partidista sectario y pedagógico-moral. Estas polémicas se han envejecido y acallado, ante todo por los hechos históricos que se han sucedido entretanto (y a los que he aludido) y que muestran cómo el acontecer de la cultura es el más agredido cuando la barbarie y la tiranía de la tecnocracia y la plutocracia capitalistas se consolidan en el poder. Para cualquier observador lúcido, es evidente que está en marcha una especie de proceso interno de destrucción del arte (y la literatura, el arte de la palabra, no podía escapar a esa onda turbia) mientras con frecuencia se entronizan una ciencia enjaulada (al servicio preferente de las guerras de dominación) y una técnica prostituida, como instrumentos deshumanizantes del afán de la ganancia y la acumulación de capital a toda costa. La mercantilización de las artes plásticas, el subjetivismo delirante de las vanguardias y la dictadura de la publicidad en la gran prensa y en la televisión, manipuladas por el gran capital, son factores determinantes en esa tendencia autodestructiva.
No obstante, fuerzas sociales liberadoras crecientes se oponen, cada vez con mayor eficacia (por ejemplo, en 8 países latinoamericanos, encabezados por Cuba, Venezuela, Ecuador y Bolivia y en las potencias nacientes del BRICS, encabezadas por Rusia y China) a la política internacional con tendencias fascistas, especialmente de los Estados Unidos y de algunas potencias europeas, las cuales se manifiestan en las guerras que activan en el Medio Oriente, y ocasionalmente en otras zonas. A esas guerras manipuladas arteramente para saquear los recursos de los países víctimas, se unen campañas de desinformación y presiones económicas por intermedio de empresas trasnacionales, así como (en lo que respecta a los países libertarios de América Latina) intentos de desestabilizar los gobiernos chavistas nacientes, que aspiran a lograr evolutiva y pacíficamente lo que ellos llaman el “socialismo del siglo XXI”, una forma gradual y relativamente pacífica de consolidar un socialismo más flexible y amplio.
Es precisamente en esa nueva modalidad revolucionaria, que avanza mediante una culturización político-social de las mayorías y mediante elecciones limpias y democráticas, donde los intelectuales y artistas tenemos una oportunidad de actuar en forma más apropiada y directa, contribuyendo a la concientización y culturización de los pueblos. En lo que se refiere a Colombia, y a pesar de tanta adversidad, el proceso de paz en marcha ofrece (en forma análoga –aunque desde lejos– a los procesos de cambio de los gobiernos latinoamericanos de vanguardia) una oportunidad excepcional para vincularnos a la lucha mundial por la superación de la barbarie que nos amenaza. No tendremos acceso a esa influencia histórica impelidos por abstractos principios morales o intelectualizadas convicciones políticas, sino, fundamentalmente, mediante un cambio existencial de nuestra manera de amar, de trabajar y de relacionarnos con los sectores productivos de nuestros pueblos, tanto en la esfera material como intelectual. De ese cambio paulatino y cotidiano que aspira a una nueva forma de actuar en función de solidaridad y de comunidad, surgirá necesariamente una sensibilidad diferente y cultivada que nos inspirará obras artísticas de temática más universal y de más profunda objetividad. Obras que trasciendan el egocentrismo y el narcisismo de ese lirismo que se pretende incontaminado. Por el contrario, os invito a crear una obra que se contamine cada vez más con las luchas comunes y esenciales que buscan la liberación de todos. Nuestra aspiración para lograrlo, debe ser el desbordar la concepción de una estética desligada de los conflictos existenciales de carácter socio-político, que pretende acceder a la belleza esclerosada y abstracta que se hace la ilusión de estar por encima de las grandes luchas de nuestro tiempo pero que, en realidad, se convierte en un juego formal que fetichiza las palabras y pretende hacer pasar como profundidad la oscuridad de sensaciones personales. Se trata de una creación que se configura mediante una nueva síntesis más compleja entre sensibilidad e inteligencia y que logre enriquecer esa sensibilidad como capacidad cognoscitiva “inherente al pensar, al mismo tiempo que está abierta a los laberintos de lo inconsciente, es decir, de lo onírico, pulsional e instintivo” .
Considero que la poesía ofrece dos aspectos que Heidegger, refiriéndose al tema de la esencia de la poesía en Hölderlin, recuerda la paradoja que éste plantea “al distinguir a la poesía como ‘esa tarea, entre todas la más inocente’ pero cuyo carácter lúdico-testimonial de lo que el Hombre es, la torna ‘el más peligroso de los bienes’” .
Los griegos daban el nombre de poesía al conjunto de los diversos géneros literarios, que incluían el poema lírico, el relato, la novela y la tragedia. A todos ellos los denominan poesía porque en verdad los diversos géneros artísticos se hermanan (con variaciones) en una sensibilidad poética común. Entonces, la poesía así concebida era para los griegos una forma de conocimiento privilegiada y que abarcaba subgéneros como el poema dramático, el trágico, el poema pedagógico y el poema épico. Esa variedad de la poesía se ha ido perdiendo para reducirla casi exclusivamente al lirismo especializado. Los grandes clásicos posteriores a Grecia como Shakespeare, Goethe, Dante, Quevedo, Schiller y Hölderlin, entre otros, asimilaron esa preciosa herencia griega, cultivando una poesía reflexiva y ambiciosa, abarcadora de todo tipo de temas, que sigue siendo paradigma para los grandes creadores de la modernidad en todas las áreas de la creación artística, aunque, claro está, con la exigencia de actualizarla. Entre los poetas que actualizan esa concepción de la poesía, en la modernidad, encontramos a Whitman, Baudelaire, Víctor Hugo, Paul Valery, Rubén Darío, José Asunción Silva, Barba Jacob, Neruda, los de la Generación del 27 en España, César Vallejo y Brecht, entre otros muchos que retomaron y restauraron esa tradición de la poesía reflexiva, confiriéndole una clara función estético-social.
Cada vez estamos menos solos en esa colosal tarea de interrelacionar de manera fecunda esos dos polos que secretamente se pertenecen: el cosmos (origen y final de todo lo existente) y la voluble y pasajera naturaleza humana (el logro más completo de la evolución). Recientemente, el papa Francisco ha lanzado una encíclica que inaugura una nueva era en la historia de la Iglesia porque está inspirada en las más nobles tradiciones del legendario cristianismo primitivo, en la teología de la liberación, en los más válidos aspectos de la pedagogía de los jesuitas, en la ciencia ecológica y en la sociología marxista, y que entronca espontáneamente con las tradiciones míticas y ecológico-poéticas de los indígenas americanos, cuyas intuiciones en esta materia son asombrosamente anticipatorias y profundas. El sabio pontífice (que acaba precisamente de visitar dos de los países latinoamericanos con más tradición indígena y de índole revolucionaria más auténtica) invoca en su encíclica los cánticos del inspirado poeta, amante de la naturaleza, san Francisco de Asís, quien en su honda sencillez exalta a todos los seres como hermanos porque están constituidos por los mismos elementos, aunque en combinaciones innumerables y grados de evolución diferentes. La encíclica asume con valentía, claridad y concreción, la crítica del despilfarro, la explotación inhumana y la dramática desigualdad social propias del capitalismo salvaje, neoliberal y neocolonial, y llama a todos los hombres de buena voluntad del planeta (sin distinciones de religión, clase social o partido) a superar este sistema expoliador mediante una organización social justa que ponga a la naturaleza, en forma racional y planificada, al servicio del desarrollo cultural y espiritual del Hombre. En buena hora surge esta inesperada e influyente ayuda, de uno de los sectores más reacios (y con frecuencia enemigos) al progreso ilustrado de los pueblos como lo ha sido, con escasas excepciones, el catolicismo ortodoxo. Su difícil transformación, impulsada desde la cúpula de San Pedro, es un síntoma muy alentador de que la lucha heroica de los pueblos por una cultura verdaderamente humanista y universal, está en ascenso nuevamente, y de que, como decía Kant en sus reflexiones sobre la Ilustración, la Humanidad no puede olvidar las valiosas conquistas que las revoluciones aportan, aunque aparezcan totalmente derrotadas por un lapso de tiempo. La clave está en acceder a una plena conciencia de que el hombre aislado, el misántropo, es impotente e insignificante, de que todo lo que afecte a los demás terminará afectándonos porque como decía Marx, el Hombre es un ser social por definición y no por elección. Las “sociedades” atomizadas, regidas por el individualismo y la competencia, donde el “triunfo” exige muy a menudo, la humillación y el fracaso de los otros, donde los que más producen son los que menos reciben, donde son necesarias las guerras para consolidar la economía y donde las crisis cíclicas inevitables sumen en la desesperación a países enteros, no tienen futuro. Sólo en una sociedad que merezca el nombre de tal, que ofrezca posibilidades concretas para dirimir e intercambiar de manera fecunda y civilizada, las diferencias y las individualidades, se logrará un futuro común de superación de la especie; y es en la misma lucha por lograrla que podremos realizarnos y vivir en poesía. Pero ese saber y esa conciencia tienen como punto de partida la sencilla pero profunda verdad que trato de expresar en el poema, “Soy los otros” y que dice:
Nada soy sin los otros
y cuando juego a ser
– sin ellos –
solitario y desolado
quedo
emparedado.
Es cierto que puedo prescindir
de muchos d’ellos
pero nunca de aquellos
necesarios
al mundo más humano con que sueño.