
Piketty, crecimiento, desigualdad y conocimiento
Néstor Hernando Parra
La búsqueda de fundamentación en la evolución histórica es la característica común de los últimos estudios, análisis y formulaciones de teorías o hipótesis sobre el crecimiento de la economía, la acumulación de capital y su distribución. Utilizando esa misma fuente de investigación, el profesor de la Escuela de Economía de la Universidad de París, Thomas Piketty, acaba de publicar el libro Le Capital au XXIe Siècle,(1) cuya traducción a la lingua franca de los negocios y de la economía, y a otros idiomas, lo reclaman algunos gurúes y comentaristas especializados,(2) por cuanto lo consideran una de las más importantes contribuciones al análisis de la evolución histórica del capital hasta el siglo XXI y, además, un valioso aporte al pensamiento económico contemporáneo que ayuda a la comprensión del proceso de crecimiento continuo del capital y de la desigualdad en su distribución. El autor parte de la base de que este fenómeno trasciende los linderos de la ciencia económica y se incrusta en la totalidad de las ciencias sociales. El libro, tiene la ventaja de que no está escrito para especialistas, sino para todo tipo de lector, si bien sus múltiples anexos técnicos pueden ser consultados, e incluso actualizados periódicamente, por estudiosos de las ciencias económicas, quienes, de seguro, se beneficiarán de su aporte científico y también contribuirán a enriquecerlo con sus comentarios y críticas.
Como cada lector busca en los libros académicos resolver sus inquietudes o robustecer sus argumentaciones y, en mi caso, me encuentro inmerso en lecturas y análisis de las relaciones entre la sociedad del conocimiento y la educación superior, a fin de precisar la función igualitaria que la educación puede jugar -particularmente hoy mediante la aplicación de la tecnologías digitales-, en el proceso de desarrollo económico, político y social, he aguzado mi atención a los análisis que el profesor francés hace en su estudio sobre la influencia entre los avances, la acumulación y la distribución de la tecnología, y la estructura de poder económico y político. Por tanto, este breve comentario lo centro en ese punto focal, dejando de lado los otros apasionantes campos en los que incursiona con originalidad y sapiencia.
En la Introducción, el autor motiva al lector, de forma exquisita, recordando que, si bien la distribución de la riqueza es tema que a todos nos preocupa, el asunto es que sabemos poco de su evolución en el largo plazo. Pasa entonces a formular preguntas cuyas respuestas constituyen la esencia del libro: ¿La dinámica de la acumulación del capital privado conduce inevitablemente a una concentración cada vez más fuerte de la riqueza y del poder, como lo afirmaba Marx en el siglo XIX? ¿La competencia y el progreso técnico conducen espontáneamente a una reducción de las desigualdades y a una armoniosa estabilización en las fases avanzadas del desarrollo, como lo formuló Kuznets en el siglo XX? ¿Qué sabemos realmente de la evolución de la distribución de los ingresos y de los patrimonios desde el siglo XVIII? ¿Cuáles son las lecciones que podemos sacar para el siglo XXI? Temas todos que los lectores degustarán a su manera.
Después de estudios e investigaciones históricas contrastadas con las diferentes teorías económicas, contenidos en más una docena de libros y numerosos artículos en revistas académicas, Pikkety parte de premisas que, por mi cuenta, agrupo en los siguientes enunciados: 1. La tasa de rendimiento del capital sobrepasa históricamente la tasa de crecimiento de la producción y del ingreso. Durante mucho tiempo, los debates intelectuales y políticos sobre la distribución de la riqueza se han nutrido de demasiados prejuicios, y de muy pocos hechos. La cuestión de la distribución de la riqueza es muy importante para dejarla sólo a los economistas, sociólogos, historiadores y otros pensadores. Como interesa a todo el mundo, cuanto mejor.
La distribución de la riqueza tendrá siempre una dimensión subjetiva y psicológica, irreductiblemente política y conflictiva, que ningún análisis con pretensiones científicas podría soslayar. 5. Existe un diálogo de sordos entre los que consideran, por definición, que las desigualdades son siempre crecientes y el mundo siempre más injusto, y los que piensan que las desigualdades son naturalmente decrecientes, o espontáneamente armonizadas, y, sobretodo, que nada se debe hacer para arriesgar perturbar ese equilibrio feliz. Entre esos dos campos, surge el papel de la investigación sistemática y metódica. 6. Durante mucho tiempo, hay que reconocerlo, las investigaciones consagradas a la distribución de la riqueza se han fundamentado sobre pocos hechos sólidamente establecidos, y sobre muchas especulaciones puramente teóricas.
El recorrido histórico lo inicia con Malthus, Young y la Revolución Francesa, recordando que su visión catastrófica de largo plazo la acompasó Malthus con la propuesta de una acción inmediata de suprimir todo el sistema de asistencia a los pobres y controlar de forma severa la natalidad de estos. Ricardo, y el principio de escasez de oferta de tierras frente a la superpoblación que las demanda, es la siguiente escala. Marx, y el principio de acumulación infinita, frente a la miseria creciente del proletariado industrial y la consiguiente lucha de clases, es el hito con el que termina el recorrido del siglo XIX, en el que ninguno de los tres exponentes del pensamiento económico fundamentó sus teorías en series estadísticas históricas por cuanto se carecía de ellas, y tampoco tuvieron en cuenta las posibilidades de un progreso técnico perdurable y del crecimiento continuo de la productividad. Salta luego al siglo XX para centrarse en Kuznets, el extremo opuesto de Marx, quien vaticina, apoyándose en los planteamientos de Robert Solow, que la desigualdades irán disminuyendo espontáneamente en las fases avanzadas del capitalismo, pensamiento rector de la economía estadounidense que se esgrimirá como arma política durante la guerra fría a fin de inducir a los países atrasados a hacer suyo el consiguiente modelo de los del primer mundo con lo que logra mantenerlos en su órbita. Ejemplo que, como es bien conocido, en su mejor versión se ilustra con los denominados “Treinta Gloriosos” en Estados Unidos (1940-1970), cuando las desigualdades disminuyeron de forma apreciable y emergió la clase media, atractivo nuevo paradigma de cambio social.
Sin embargo, a partir de 1970, vuelve a ampliarse la brecha de las desigualdades en los países ricos -especialmente en Estados Unidos, donde la alta concentración de ingresos alcanzó, en el primer decenio del siglo actual, el récord registrado en la segunda década del siglo XX. Este fenómeno, extensamente analizado por laureados economistas norteamericanos (3), se atribuye a los avances de la tecnología y de la productividad, al igual que a la globalización que, contrariando las primeras tendencias, ha impulsado durante el último decenio el desarrollo de países emergentes, principalmente China e India, al igual que a países pobres del sur que, mediante la aplicación de políticas públicas apropiadas, han logrado la disminución de desigualdades en el interior de esas naciones y también a nivel mundial.
Imposible ignorar que los desequilibrios de los mercados financiero, petrolero e inmobiliario han causado fuertes crisis económicas, entre las que destaca la actual, cuyo final no se vislumbra con claridad ni en Europa ni en Estados Unidos (4), y que ha producido efectos sociales y políticos perversos por lo regresivos en derechos sociales. La generalizada sensación de incertidumbre sobre el rumbo de la economía también la comparte el autor cuando afirma que ante las impresionantes transformaciones, es difícil saber a dónde nos puede llevar en los próximos decenios, aunque lo cierto es que “ya no tenemos fundamento alguno para creer en el carácter auto equilibrado del crecimiento.” Esa falsa teoría de Kuznets, convertida en creencia política, fue la que permitió que los economistas olvidaran durante muchos años la cuestión de la distribución de la riqueza, es decir, el tema de las desigualdades. Tal inculpación la extiende al apasionamiento “infantil” de muchos de sus colegas por los modelos matemáticos que los llevó a abandonar la economía como ciencia social, es decir, no exacta.
A diferencia de épocas anteriores, Kuznets sí utilizó series estadísticas, aunque solo de su país, y elaboró su propio modelo de análisis, el que Pikkety adoptará y aplicará en Francia después de su regreso de Boston donde cursó su ciclo doctoral. En adelante, durante más de un década, otros investigadores amigos lo replicaron en estudios de otros países (5). Finalmente, en clara demostración de las ventajas del trabajo colaborativo en red, una treintena de investigadores de diferentes partes del mundo, conformaron la World Top Incomes Database (WTID), emplearon las mismas fuentes, los mismos métodos y los mismos conceptos con los que construyeron, en más de treinta países de diferentes latitudes y grados de desarrollo, datos relevantes sobre los ingresos y la desigualdad en su distribución, al igual que sobre los patrimonios y su repartición, estableciendo, también, su relación con los ingresos.
El producto final de todo ese esfuerzo conjunto es el libro, y sus resultados los concreta el autor así: “La primera conclusión es que es necesario no fiarse de ningún determinismo económico en esta materia: la historia de la distribución de la riqueza es siempre una historia profundamente política y no es sabio reducirla a mecanismos puramente económicos…La segunda conclusión, que constituye el corazón del libro, es que la dinámica de la distribución de la riqueza pone en juego poderosos mecanismos que actúan alternativamente entre la convergencia y la divergencia, y que no existe ningún proceso natural y espontáneo que permita evitar que las tendencias desestabilizadoras y desigualitarias le afecten de manera perdurable…En cuanto a los mecanismos que empujan hacia la convergencia, es decir, en el sentido de la reducción y la compresión de las desigualdades, la principal fuerza de convergencia es el proceso de difusión de conocimientos y de inversión en las cualificaciones (capacidades) y en la formación. El juego de la oferta y la demanda, así como la movilidad del capital del trabajo, que se constituye en una variante, pueden igualmente actuar en ese sentido, pero de forma menos fuerte, y frecuentemente de forma ambigua y contradictoria.”
Y agrega: “El proceso de difusión de conocimientos y de competencias es el mecanismo central que permite a la vez el crecimiento general de la productividad y la reducción de las desigualdades, tanto internamente en los países como a nivel internacional…Es adoptando los modos de producción y alcanzando los niveles de cualificación de los países ricos como los países menos desarrollados recuperan su retraso en la productividad e incrementan sus ingresos. Este proceso de convergencia tecnológica puede resultar favorecido por la apertura comercial, siempre y cuando se trate fundamentalmente de un proceso de difusión de conocimientos y de compartir el saber –bien público por excelencia-, y no de un mecanismo de mercado”.
Más adelante, precisa que esa fuerza principal de convergencia, la difusión de conocimientos, no es espontánea ni natural, sino que depende de las políticas seguidas en materia de educación y del acceso a la formación y a la apropiación de competencias, así como de las respectivas instituciones.
En conclusión: el profesor Pikkety demuestra el efecto favorable, económico y social, de difundir educación apropiada entre el mayor número de personas si se quiere disminuir los efectos concentradores de la riqueza y del ingreso que el sistema tiende a perpetuar en la medida en que se continúen dando los fenómenos descritos arriba, comenzando por el mayor crecimiento de las rentas de capital en relación con la tasa de crecimiento de la producción y del ingreso. Además, sitúa, de forma clara y precisa, tal función y responsabilidad en la esfera de lo público, lo que constituye un mensaje a los políticos de todas las latitudes, particularmente de países emergentes, los en vías de desarrollo, e inclusive los de países ricos que se han ido quedando rezagados en el proceso de convergencia tecnológica. Tarea que tienen que asumir, si en efecto desean ayudar a construir sociedades humanas democráticas menos injustas socialmente y más productivas en lo económico, que bien pueden llevar a cabo de forma rápida en cuanto se utilice, de manera adecuada y efectiva, las tecnologías de la información y el conocimiento y se realicen los cambios de políticas e institucionales, así como los pedagógicos en cuanto a contenidos y métodos. Y los relativos a la mentalidad de los actores que intervienen en el proceso de enseñanza aprendizaje. Actuar de manera contraria, movidos por ideologías conservadoras, o en aras de la austeridad y de equilibrios macroeconómicos, o por privilegiar proyectos de corto plazo, es, sencillamente, negar oportunidades de progreso, justicia y realización a las nuevas generaciones, y a la sociedad en general, o hacer estancar y retroceder a los pueblos que avanzaban en la dirección correcta.
Valencia, 13 de abril de 2014.
Notas:
1 Seuil. París. 2013
2 Entre ellos, Paul Krugman, quien publicará, a manera de reseña, un artículo titulado “Why we are in the Second Gilded Age”, en la edición del 8-5-2014 de The New York Review of Books; y Alicia González en Negocios, El País, 13-4-2014.
3 Paul Krugman, Joseph Stiglitz y Jeffrey Sachs, entre ellos.
4 Así lo prevé el FMI en su prospección 2015-2019
5 Anthony Atkinson en Oxford y Emmanuel Saez en Berkeley