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Imágenes y semejanzas

Si Dios creó al hombre

a su imagen y semejanza,

¿lo creó infinitamente estúpido,

eternamente avaro,

inmensamente agresivo

y perpetuamente derechista?

 

EN ESTA HOJARASCA

Enrique Santos Molano: Putas tristes pero no desmemoriadas

 
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  • Ejemplar #5, noviembre 1-8 de 2004  

     

    Relatos

     

    Corrientes, provincia que estuvo como suspendida en una fractura del tiempo por muchos años.  Los grandes ríos Paraná y Uruguay la defendían de un contacto masivo con el resto del país.  Su idioma propio, el guaraní, su música alegre y belicosa y el grito indio desafiante de sus paisanos, el “sapucai”, la hicieron como de otra época.  Si, Corrientes era de otro tiempo.  Tenía su forma política distinta del resto de la Argentina.  Los grandes partidos políticos, el Liberal y el Autonomista marcaban a los correntinos desde su nacimiento.  Porque se nacía liberal o se nacía autonomista, a tal punto que – yo mismo lo escuché muchas veces – al hablar de fulano o de mengano, se agregaba el comentario “si, es de familia liberal”.  Esos correntinos apasionados, feroces y de otra época, mostraban a qué partido pertenecían con su pañuelo, azul los liberales, colorado los autonomistas.  Cada una de las facciones tenía su polca - “El 18” y “El Colorado”- ¡Hasta había un tuse para cada color de partido!

    La política era violenta, basada en las armas y en la fuerza, el Comisario de Policía era el amo y señor de la jurisdicción y todos debían bailar según la música que él tocaba.  Es decir, no todos.  He aquí una historia de alguien que no aceptó lo que querían imponerle.  

    A SANGRE Y FUEGO EN EL IBERÁ

    8 de agosto de 1893. La noche se presentaba tormentosa y soplaba un fuerte ventarrón.  En la estancia Rincón del Rosario, un grupo rodeaba al hombre delgado que hablaba con maneras de jefe.  Era don Eliseo Ezquer Leal, patrón de la estancia y fuerte caudillo del partido Liberal en la zona de Ituzaingó.  Los nombres de quienes lo rodeaban pueden no significar nada para quién los lea hoy. Yo, Ernesto Ezquer, sobrino nieto de don Eliseo, los nombro como homenaje a ese grupo de correntinos bravos que supieron jugarse por su caudillo.  Tal vez ellos me escuchan y saben que sus memorias irán pasando de generación en generación en nuestra familia.  Se trataba pues, de Saturnino Blanco, Tomás Ojeda, Enrique Maidana, Presentado Verón, Lucas Ibáñez y Agustín Arzamendia. 

    Ezquer les decía “Hay que estar listos, muchachos, posiblemente esta noche lleguen los enemigos.  Hoy he recibido un chasque de Guillermo Aguirre, me dice que se está preparando una comisión de veintidós hombres para venir a atacarme.  Quieren cortarme la cabeza, ¡vamos a ver si lo consiguen!   Parece que entre ellos hay algunos que se han ofrecido para este trabajo: el cuatrero Silvano Altamirano y sus dos compinches.  También está un tal Pablo Robledo que se ofreció a degollarme dos veces”.  Y con una alegre carcajada se dirigió hacia un armero de donde tomó una carabina Marling y mostrándola a su gente les dijo, “por cierto a ésta no la cuentan” y tocándose el pecho agregó “ni tampoco lo que hay aquí”.  Y de verdad, era conocido su legendario coraje que corría parejo con su extraordinaria destreza en el manejo de las armas.

               ¡Brava época en Corrientes!  Revoluciones sangrientas a cada momento, saqueos, desórdenes a la orden del día.  En Ituzaingó, los caudillos autonomistas le habían puesto los puntos a don Eliseo por rencores políticos.  No obstante éste tenía amigos fieles que le informaban de todos los movimientos que en su contra se tramaban.  Uno de ellos, Guillermo Aguirre, era quién le informara de esa partida de veintidós “colorados”. 

    Solamente se hallaban siete hombres en Rincón de Rosario. Se preparaban a comer, cuando de pronto el galope de un caballo que llegaba los interrumpió.  Un muchacho desmontó y se acercó muy agitado.  Era de la vecindad, hijo de un partidario de don Eliseo que venía a avisarle que un grupo de gente armada había tomado el camino real y se dirigía hacia el campo de don Antonio Decoud, desviándose así del camino a Rincón de Rosario.  Al oír esto, dijo don Eliseo “entonces es probable que sólo lleguen al amanecer”. 

    Después de cenar distribuyó las armas, cinco carabinas Remington, tiro a tiro, y un fusil Mauser que le tocó a Saturnino Blanco.  A eso de las nueve de la noche, cuando se hallaban conversando sobre el posible ataque, percibieron algo que se aproximaba entre las sombras.  Rápido y silencioso, el patrón apuntó con el fusil y gritó, “¿quiénes andan por ahí?”  Ojeda lo tomó del brazo diciéndole, “no tire cherubichá , es una mujer”.  Y así era.  Se trataba de Vicenta Salina, valiente mujer que esa noche probó su temple.  Llegó despavorida con un hijo suyo en brazos y sus ropas desgarradas.  “¡Patrón! ¡Viene gente a matarlo! Llegaron a mi rancho muchos hombres armados y el que parecía ser el jefe, me tomó del brazo y me dijo –Sos una perra del campo de Ezquer, me vas a decir cuánta gente tiene tu patrón o te pondremos pañuelo rojo ”.  Continuó su relato diciendo “Le contesté –señor, yo hace mucho que no ando por la estancia, no sé, pero según me dijeron, esta noche, el patrón está solo con su mayordomo, los peones han salido.  El hombre me pegó varios rebencazos, pero cuando vio que era inútil, me largó.  Salimos todos afuera, y en eso, Olegario Medina, el único al que conocí, dijo –Mostranos el camino para lo de Ezquer, no somos baqueanos.  Yo entonces les indiqué el camino para lo de Decoud.  Menos mal que me creyeron y se fueron para allá, así me dieron tiempo para venir a avisarle”.

    Don Eliseo hervía de ira por la cobardía de sus asaltantes.  De pronto, apareció Lucas Ibáñez que se había adelantado unos doscientos metros de la tranquera donde estaba el grupo y le gritó a don Eliseo en guaraní. “¡Chaque ou co cherubichá, ha hetá i cuai!” (¡Cuidado que ya vienen, mi jefe, y son muchos!).

    Un ancho y salvaje estero, parte del sistema del Iberá,  rodeaba al norte, este y oeste, a las casas de Rincón del Rosario.  Tenía pues una sola entrada el frente a la estancia.  Los asaltantes habían desmontado y venían vadeando con el agua a la cintura y era dado preguntarse ¿Cómo podían haber llegado tan rápido después de errar el camino?  La respuesta es fácil, donde siempre hay un alma leal, también brilla con su mala luz un traidor.  Quiterio Britez, que tenía su vivienda por donde pasó el grupo armado, les hizo ver que venían perdidos y se ofreció como baqueano hasta lo de Ezquer. 

    Al oír lo dicho por Lucas Ibañez, don Eliseo avanzó unos pasos y gritó: “Alto, ¿quién vive?” Una voz respondió desde la oscuridad.  “Patria”.  Don Eliseo no vaciló y dio la voz de mando.  “¡Fuego a discreción muchachos¡” 

    En el recio tiroteo cayó muerto uno de los enemigos y uno del grupo defensor.  Un disparo inutilizó el Mauser de Saturnino Blanco, privándolos de una importante arma.  Ezquer haciendo gala de su coraje siguió avanzando furioso y disparando con su Marling hacia donde veía los fogonazos.  Lo seguía el bravo Lucas Ibáñez hasta que una bala inutilizó su fusil.  Un poco más atrás, Saturnino Blanco, ya con otra arma, continúa tirando firme y sereno.  Otro más de los defensores cayó muerto.  Los asaltantes se reorganizaron.  Lucas Ibáñez, cuchillo en mano, retrocede.  Sólo Blanco y Ezquer quedan con armas de fuego.  Don Eliseo grita,”¡al corral!” y cruza el patio seguido por el fiel Blanco.  Los dos valientes llegan al corral y se vuelven para iniciar un nuevo y feroz tiroteo contra la partida.  Los asaltantes se detienen y ya no avanzan más, atemorizados por la dura resistencia.  En ese momento, don Eliseo Ezquer cae desvanecido por la pérdida de sangre de un disparo que ni él mismo en su furor había advertido.  Blanco lo levanta en sus brazos y huye con él a campo traviesa, jugándose la vida en un sencillo y total gesto de lealtad a su jefe.

    Recién al amanecer, al ver la casa sola y silenciosa se atreven los atacantes. El saqueo epilogado por el incendio termina con la vieja heredad.  Sólo quedan un aljibe, un horno y un corral chamuscado, testigos mudos del terrible ataque. 

    Saturnino Blanco, llevando a don Eliseo, camina más de una legua, y desde allí divisa la humareda del incendio. 

    Mucho tiempo después, ya repuesto, Don Eliseo Ezquer arma su campamento en el estero, en zona inexpugnable.  Pronto junta veinte partidarios fuertemente armados y con ellos sale para atacar Ituzaingó.  Esa noche en el camino hacia el pueblo, un rancho arde y el cadáver de Quiterio Britez, el baqueano traidor del camino a Rincón de Rosario, yace junto al fuego, sus ojos abiertos reflejan las llamas, muerto por la infalible puntería del jefe liberal.  Mas tarde parte del pueblo es también devorado por el fuego que se instala junto al espanto que siembra Don Eliseo.  Es una página de tragedia para agregar a aquél siniestro año 1893.  

    Polca, forma musical común a Corrientes y al Paraguay

    Tuse, efecto de cortar el pelo de un caballo, trasquilar

    chasque: forma que se dio en Corrientes a la palabra quechua “chasqui” que significa mensajero. 

    Cherubichá: significa “mi jefe” en guaraní.

    Poner pañuelo rojo: metáfora siniestra de la época que significa “degollar”