El Pacificador Uribe
Mario Lamo Jiménez
En 1816 el autodenominado “jefe del ejército expedicionario pacificador” Pablo Morillo, se lanzó a la reconquista del Nuevo Reino de Granada por medio de una campaña de terror. Uno de sus primeros decretos en dicha campaña fue recaudar impuestos para financiar la guerra. El George Bush de aquella época, el Rey Fernando VII, lo había mandado a reconquistar lo que le “pertenecía” a la corona española. Y para cumplir con las órdenes de su rey, Pablo Morillo, o sea el Álvaro Uribe de aquel entonces, sacó otros decretos, por los cuales, la población criolla de hecho se convertiría en una informante y combatiente obligatoria del ejército español, según rezaban los artículos 5 y 7 de su proclama:
“Artículo 5°. Los havitantes y vecinos de cada uno de los Pueblos del Reyno no admitiran en sus casas huespedes sin conocimiento del Comandante Militar, [...]
Artículo 7°. En todos los Pueblos, tanto las justicias territoriales, como los vecinos; será de su obligación, y de su particular vigilancia, perseguir, y aprender a todo hombre mal-hechor, y á todos aquellos que traten de seducir, corromper, y alarmar los lugares en contra de los derechos del Rey, [...]”
Sin embargo, lo que no entendió Pablo Morillo y lo que no entiende su sucesor del presente, Álvaro Uribe, es que el terror no gana guerras, lo que es más, hasta hace que se pierdan. Los impuestos de guerra que recaudaban los alcaldes y gobernadores en la época de Morillo, terminaban engrosando las arcas de los recaudadores, y la guerra se financiaba a medias. Hoy en día, ya se ha visto cómo la policía, ejército y demás organizaciones de terror estatales “desvían los fondos” (lo que en buen cristiano significa que se los roban) destinados a combatir a los enemigos del estado. Ésta es una de las razones por las cuales el estado colombiano nunca ganará la guerra, ya que es un estado corrupto que se roba a sí mismo: Si lo mandan a comprar 4 balas y dos revólveres, compra dos balas de mala calidad, se roba el dinero para comprar las otras dos y empeña los revólveres después de haber sacado una “comisión” del 30% en la licitación para su compra.
Álvaro Uribe, más que un presidente, es como Morillo, un “pacificador” enviado por el rey (George W. Bush) para reconquistar sus feudos. Sin embargo, este pacificador criollo cuando habla, suena más como el terrateniente que se dirige a su peonada: “Nos vamos hacer matar a todos” dijo cuando inauguró su plan de “informantes”, más bien conocidos como soplones o sapos en la jerga popular; y cuando se dirige a sus generales, es como si le estuviera hablando al capataz de su finca: "Acá no hay más que ponernos las pilas y definir si somos capaces”. Y los generales como serviles capataces, responden: “si somos capaces, don Álvaro”. A diferencia de Morillo, Uribe manda a sus generales a matar, pero él jamás ha peleado ninguna guerra, ni siquiera prestó el “servicio militar obligatorio” en un país donde dicho servicio es para los de ruana o para los que no tienen dinero para evadirlo.
Sin embargo, no debemos olvidar que a pesar de sus decretos, de sus informantes y de su régimen del terror, el “pacificador” Morillo no terminó pacificando nada y que en tres años el imperio español fue derrotado por el ejército de Simón Bolívar. Morillo debió volverse a España con el rabo entre las piernas, donde se dedicó a defender “causas liberales”, porque creerlo o no, al igual que Uribe, Morillo se llamaba liberal. Al final ni en la misma España le pararon bolas y Morillo murió en 1837 en un balneario en Francia.
Ahora Colombia tiene su propio “pacificador” criollo, una triste figura de opereta que cree que “querer es poder”, y que no ha entendido que el ejército colombiano no gana la guerra no porque no quiere sino porque no puede. Y en este caso, no hay general ni presidente que pueda dar la orden de ganar la guerra, ni soldado que la cumpla. Las guerras no se ganan por decreto, ni por medio del terror, ni las de Morillo ni las de Uribe. En 4 años de su gobierno se habrá comprobado una vez más el dicho: “El que no conoce la historia está condenado a repetirla.
El que nombra el mundo lo define
“Más que semántica ”
Octavio Quintero
En tiempos de Roma se llamaba plebe a la clase social que carecía del privilegio de los patricios, estos que a su vez, eran los descendientes de los primeros senadores establecidos por Rómulo. Esa plebe era la encargada de hacer los oficios varios del Estado porque hasta fines de la Edad Media, todavía se creía que el trabajo lo había hecho Dios como castigo, al decirle a Adán en el Paraíso: “Ganarás el pan con el sudor de tu frente”.
Así que a los trabajadores de hoy, sin ofender a nadie, los podemos llamar plebeyos, y a los miembros de la clase privilegiada que poco o nada hace, y cuando les dan la oportunidad (y se la dan muy frecuentemente), se roban el Estado, patricios.
Bien, esos patricios tienen la demagogia como su principal instrumento para acceder al poder. ¿Y qué es demagogia? El DRA dice que se trata de una dominación tiránica de la plebe con la aquiescencia de ésta. En otra acepción, que resulta más precisa, agrega que se trata de un halago de la plebe para hacerla instrumento de la propia ambición política.
Ahora bien, a todo político le avergüenza que le digan populista. Sólo he visto uno, José Gregorio Hernández en la pasada campaña presidencial que se atrevió a responder a unos periodistas que… si populismo era defender a las clases menos favorecidas “yo soy populista”.
Es frecuente que los patricios de hoy para atajar a los líderes plebeyos comiencen por estigmatizarlos con el término de populista. ¿Y qué es populismo? El DRA abolió el término en su edición de 1992. Sólo trae ‘populista’ diciendo que es un adjetivo que traduce… “perteneciente o relativo al pueblo. Partido POPULISTA”. Larousse sí trae populismo definiéndolo como… “Régimen político que intenta buscar apoyo en las masas populares y que desea defender a éstas”.
Queda claro que el demagogo, como tal, tiene segunda intención, pues, halaga al pueblo con falsas promesas sólo por conseguir el poder para beneficio de los patricios; en tanto que el populista, como tal, desea sinceramente llegar al poder para defender a las masas populares, valga decir, a la plebe.
Haríamos bien en reivindicar ‘populismo’ y aplicar a ‘demagógico’ su estricto sentido, porque la confusión nos está haciendo elegir a unos patricios que nos halagan los oídos para esculcarnos los bolsillos con nuestra aquiescencia, como reza el diccionario.
Por ejemplo, en muy alta proporción se eligió al presidente Uribe por su promesa de alcanzar la paz por medio del sometimiento de los alzados en armas. Eso fue una demagogia superior a la del abrazo de Pastrana y Tirofijo. En eso consistió su astucia, la misma que intenta superar con otra demagogia al decir que necesita más tiempo, lo que le permitirá seguir haciendo en los próximos cuatro años lo mismo que hemos hecho en los últimos 40, la guerra contra la plebe, unas veces con armas y otras con leyes: así como se ha incrementado el presupuesto militar, también se incrementa el arsenal legal para seguirnos metiendo la mano al bolsillo a través de reformas tributaria, laboral y pensional, por mencionar las más sensibles.
Dos conclusiones como punto final: (1) La demagogia es perversa porque encierra alevosía y premeditación y, (2) Mientras no distingamos bien la pose demagógica de la populista, y sigamos creyendo que… ‘es mejor malo conocido que bueno por conocer’, seguiremos, con nuestra aquiescencia (nosotros los plebeyos), eligiendo el discurso de los patricios devenidos en neoliberales.
oquintero_2000@yahoo.com
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