Encuentro la televisión muy educativa. Cada vez que alguien la enciende, me retiro a otra habitación y leo un libro.

Groucho Marx


Fondo Monetario Internacional

No hay para qué sentarse a esperar

los sepultureros han llegado

son doctores respetables

cuyo único defecto consiste

en querernos matar.  

 

 

EN ESTA HOJARASCA

José Antonio Ricaurte y Rigueiros

Nuevo fraude electoral en los USA y continúan las torturas

 
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  • Ejemplar #6, diciembre de 2004  

     

    Relato

     

                           

    El tiempo sopla llevándose a los actores, pero no a los escenarios, tampoco a las  pasiones que movieron a comediantes y comparsas a quienes hace tan poco vimos batirse, luchar y morir.   Corrientes sigue allí, indómita, anacrónica, casi irreal.  Siguen agitándose los pañuelos azules y colorados, siguen terciando las armas para imponer la razón final que siempre doblegó al ser humano.

    Nuestra visión nos transporta casi veinticinco años después al mismo lugar que desapareciera por el saqueo y el fuego, “Rincón del Rosario” y más atrás de esas casas al mismo inmenso, inmutable y misterioso  estero del Iberá. 

    Rincón del Rosario está reconstruida, todo parece estar más sosegado, más calmo, pero no nos engañemos, allí donde estamos mirando, es donde late con fuerza más de un corazón arisco.  Allí cerca de las aguas, de los juncos y de las extrañas “islas” flotantes;  allí están, ellos, los más bravos, los que jamás claudicarán ante la así llamada “civilización”, los más valientes, los indómitos, allí están ...    

      

    LOS ZAGUA’A EZQUER

    Parte del ganado criollo de la estancia se fue transformando de manso en indómito y bravío.  El estero al fondo del campo se volvió el asilo ideal para aquellos animales que eligieron la vida de bandoleros.  Allí vivieron éstos, listos siempre a burlar al hombre, “la autoridá”, representada por el peón que venía lazo en mano para arrastrarlos a una muerte segura.  El Iberá, silencioso e inmóvil en apariencia tenía una intensa vida oculta.  Se entremezclaban los mariscadores(1), los yaguareté, las enormes boas curiyú y sus rivales los yacarés, y los duendes que iban en retirada hacia su mundo fantástico sólo comprendido por los viejos hechiceros indios que poco a poco iban desapareciendo.  Como un padre acogedor, este insondable estero recibió a los toros que vivían ya “fuera de la ley”; les brindó la seguridad de sus islas y el silencio de sus juncales. 

    De pronto, tal vez por enamorado de una vaquillona a la que seguía, o quizás por simple capricho de guapo para probar su bravura, se presentaba en algún rodeo, uno de estos toros matreros con el cuero surcado de cicatrices, rúbricas de su temple.  Por cierto sin marca, mostrencos, sin exhibir la señal de la esclavitud.  Sus guampas(2) afiladas como agujas y su cabeza orgullosa y levantada.  ¡Que nadie se atreviera a intentar echarle lazo!  Cuando advertía algo sospechoso, el bravo enderezaba el trote hacia la salida y con ese valor formidable del que lucha por su libertad, se abría paso a punta de coraje a veces despanzurrando algún caballo y revolcando a su jinete.  A menudo lo seguían dos o tres paisanos revoleando lazos, y allí según su suerte, en esta última escaramuza se decidía su destino, volver al estero y a la emancipación o caer bajo el dominio del hombre. 

    Allá por el año 1918, apareció en el rodeo Bihraray, uno de estos increíbles bandidos con la osamenta de un gran yaguareté encastrada en sus astas. ¡Qué terrible lucha debió desarrollarse entre estos dos animales en las soledades del Iberá!  Por indicaciones del patrón, se hizo lo imposible hasta conseguir enlazarlo.  Se le quitó el cuerpo muerto de su adversario, pero las heridas que había recibido  en la lucha, determinaron que muriera pese a los solícitos cuidados que se le proporcionaron como ofrenda de respeto a su bizarría.

    En otra oportunidad, se hallaron los cuerpos de dos toros con sus guampas entrelazadas.  Habían sucumbido de sed y de calor y por sus heridas, sin aflojar ninguno de los dos en su encarnizada batalla.

    Varios de estos matreros se distinguieron por su fiereza o por su astucia.  El paisanaje los admiraba porque se veían reflejados en ellos y les dieron nombres. Nombres que llegaron a ser célebres.  Uno de ellos, fue Añá Pihtá(3).  En el año 1920, éste asumió la jefatura de una importante pandilla de bandidos.  Lo consiguió después de dar muerte en duelo singular al entonces jefe, un toro negro.  Bajo el comando de este diablo rojo, los animales se hicieron más temerarios, originando el mote con que hemos titulado este relato, “los Zagua’a Ezquer”.  En el idioma guaraní, el término “zagua’a” significa salvaje, indomable, tosco pero también silvestre y puro.  La banda comandada por Añá Pihtá llegaba en incursiones hasta las afueras del pueblo de Ituzaingó.  Veinte o treinta toros armaban un San Fermín inesperado, no deseado y mucho más peligroso.  La gente se encerraba y pasaba la voz de alarma “¡chaque o’u co los zagua’a Ezquer!” (¡Cuidado que vienen los salvajes Ezquer!) con lo que mi familia quedaba comprometida con estos bárbaros.  Aún dudo si no es un honor ser parte de su fama.

    Allá por 1923, la pandilla de Añá Pihtá se vio privada de su jefe.  Luego de una batalla infernal, lo metieron en un corral junto a un grupo de animales para ser vendido.  Al día siguiente debían marcarlo y entregarlo a sus compradores.  Pero esa noche Añá Pihtá con sus artes de gaucho astuto y montaraz, huyó junto con tres viejos compañeros y dos novatos rumbo al Iberá.  Allá lo recibieron los demás, con mugidos de júbilo y orgullo mientras los toritos lo contemplaban con envidia y admiración soñando con ser alguna vez como él. 

    Dos años más tarde, unos peones que andaban recorriendo el campo se toparon con este matrero y consiguieron enlazarlo; lo dejaron para volver a buscarlo, maneadas sus cuatro patas, reventando de ira y de calor.  Una hora más tarde cuando regresaron se había hecho humo con grillos y todo.  Con esto su fama rebasó los límites del pago. Y en casi todo los rodeos los toros hablaban de él y más de una vaquillona soñó con ser su preferida. 

    Pero los dichos y la matemática a veces tienen razón.  Y la tercera fue la vencida.  En 1931, viejo pero feroz y peleador siempre, fue vencido junto con parte de su cuadrilla y así marcharon todos capturados pero indómitos al destino que el hombre les imponía.

    Otro tan famoso como el anterior fue “El Gaucho”.  Toro oscuro que habitaba en otra zona.  No fue como Añá Pihtá, jefe de pandilla, este fue un solitario y aunque no un jefe, se trató de alguien tan terrible como el anterior.  Cuando torito, se llegaba a los rodeos tal vez por un poco de vanidad, a mostrarse.  En uno de ellos, consiguieron enlazarlo, reducirlo y marcarlo.  A raíz de la marca del hierro ardiente, este Aníbal bovino juró “odio eterno a los hombres”. Ganó el monte y desde allí siempre acechaba.  Cuando advertía a algún jinete desprevenido, aparecía bufando y aterrador.  ¡Más vale que el caballo fuera rápido y el jinete hábil, porque de lo contrario sería uno más para agregar a su interminable serie de víctimas!  ¡Bien caro que se cobró aquella vez que fue marcado! 

    Tomás Ríos construyó, su rancho de poblador sin saber que lo hacía cerca del campo de hazañas de Gaucho.  Una tarde sus hijos fueron a pie hasta un monte cercano.  Allí se hallaba Gaucho.  Al oír las voces de los niños y sus risas, salió repentinamente de la espesura.  Los niños al verlo comenzaron a huir desesperados.  Gaucho en vez de iniciar una acometida mortal se limitó a trotar tras de ellos unos metros para luego pegar la vuelta y regresar a su guarida sonriendo ante el susto dado a los cachorros de hombre. 

    Tomás tenía un carnero muy grande y muy lindo, dueño, señor y esposo de toda una majada de tímidas ovejas que lo reverenciaban.  El carnero era todo un guapo y se hacía respetar. Fue así que una siesta paró la insolencia de una vaca que intentó correr a sus ovejas y de un soberbio topetazo la hizo huir maltrecha y atontada.  La vaca fue con el cuento a Gaucho y éste a fuer de macho, decidió retar a duelo al bravo carnero.  Una mañana se encontraron.  Gaucho atacó veloz y el carnero peleó como un duro.  Larga fue la batalla, hasta que el valiente carnero cayó con su corazón atravesado de un puntazo.  Rindo aquí un homenaje a este valiente carnero anónimo que supo defender el honor de sus damas. 

    Ríos quedó furioso por la muerte de su hermoso carnero y decidió que en cuanto hubiera recogida de animales, saldría a campearlo para llevarlo prisionero.  Una madrugada, se acercó hacia donde suponía que se ocultaba Gaucho, pero este viejo salteador, ya lo aguardaba, y una vez más se dio la historia del cazador cazado.  Porque Gaucho mucho antes que Ríos lo viera, apareció por detrás y lo atacó.  Ríos habría muerto, de no ser por un valiente, por uno de sus perros que salió en defensa de su amo.  Pagó con la vida su fidelidad pues Gaucho en pocos segundos lo mató.  Gracias a esta distracción, Ríos tuvo tiempo de echarse del caballo y se zambulló en las aguas del estero nadando bajo ellas por un largo trecho.  Salió por entre un grupo de juncos y pudo observar al tremendo Gaucho persiguiendo a su caballo, ya que no hallaba al jinete.  La fama de Gaucho desbordó el pago y tan legendario fue, que la misma leyenda se lo llevó junto con los espíritus del Iberá. Nunca más se supo de él.  ¡Gaucho viejo, correntino de ley, agradezco a nuestra laguna el haberte llevado para siempre sin dejarte caer en mano de los hombres!  

       Dije que los duendes se retiraban al estero rumbo a su mundo.  Entre los mayores de la mitología guaraní está – perdón por nombrarlo -  “El Pombero”, un ser increíble, poderoso y astuto.  El Pombero adoptó y dio su nombre a otro de los bandoleros de quienes estamos hablando.

    Célebre fue el toro después llamado Pombero por su astucia casi humana, por su habilidad para esconderse y sorprender.  Mucho tenía que cobrarse de los hombres.  Siendo adolescente, en una yerra(4) lo castraron.  Y es así que decidió huir y desde entonces predicar la rebeldía a la autoridad humana.  A ello dedicó su vida desde ese momento.  Los hombres le quitaron el Amor; en él nació el Odio, la pasión gemela y opuesta. 

    Se estableció en una arboleda a orillas del Iberá.  En ese monte, llamado Ca’abì Michí funcionó su cuartel general. Con su prédica constante atrajo doce o quince novillos(5) y varios toros a quienes inculcó la idea de la rebelión. 

    Una tarde, un paisano recorría el campo cuando vio un grupo de cuatro o cinco vacunos junto a un monte, entre los que sobresalía un gigantesco novillo overo de cola muy corta.  Por curiosidad se acercó a ellos pero aún estando a buena distancia se detuvo, pues le llamó la atención su actitud.  El novillo overo llamó a su estado mayor y emprendió un tranquilo trote hacia la espesura.  El jinete decidió seguirlos, entró por el mismo lugar que lo habían hecho los animales.  No pasaron segundos cuando reapareció como alma que se la lleva el diablo, perseguido por el grupo de matreros que poca ventaja le daban.  El novillo overo, pese a su enorme cuerpo, era el que más cerca estaba.  Gracias a su rápido flete(6), el paisano salvó su vida pero no olvidó el susto. 

    En la primer recogida de ganado, volvió al monte a buscarlo, junto con otros tres peones.  Iba firmemente determinado a enlazar y a llevar a quién tan duramente lo tratara.  Recién amanecía y una ligera bruma se levantaba del pasto.  Ya llegando al monte, sintieron claramente el ruido de un tropel.  Sin duda eran los bandoleros que andaban buscando.  Rápidamente el jefe de la partida dio la orden y se abrieron en abanico para avanzar los cuatro en dirección al monte.  No había forma de no encontrarlos.  Por un lado los caminos estaban vigilados y por el otro lado Ca’abì Michí tenía al infranqueable Iberá.  Entraron por distintas picadas(7) y ...¡todos se encontraron en el centro de Ca’abì Michí, pero de los novillos y toros,

    ¡ni pelo!  Salieron del monte discutiendo si en realidad habían oído o no el rumor de la estampida.

    Semanas más tarde, otros peones vieron desde muy lejos al famoso novillo overo cerca de su guarida.  Enderezaron hacia él sus montados, lazo en mano.  El novillo, tranquilamente se metió en la espesura, entraron tras él los jinetes pero ni su sombra hallaron.  Esto ya fue suficiente para que el paisanaje conociera sus artes de brujo y se lo bautizara El Pombero. 

    Tiempo después, los hermanos Irala, cazando en su angosta canoa, se acercaron por la vía del agua a Ca’abì Michí y para su sorpresa vieron una estrecha abertura en el espeso juncal.  Por ella apareció un novillo nadando silencioso, acercándose a la entrada secreta.  Los Irala permanecieron sin hacer ruido hasta que el novillo desapareció en el bosque.  Entonces siguieron con su canoa en dirección contraria,  hallando rastros de una senda oculta que terminaba como media legua más allí en otro monte hacia el sur de Rincón de Rosario llamado Ca’abì Guazú. Así se explicaron las misteriosas desapariciones del Pombero y su banda.  El Iberá, infranqueable, según pensaban, era el bondadoso protector.  Y fue así nomás, cuando los toros se veían acosados, desaparecían en un monte, se echaban a nadar, seguían su senda secreta y quedaban dos o tres días en su lugar de refugio hasta que el peligro pasaba.

    Días después y creyendo tener ya todas las cartas en la mano, se inició una redada para atraparlo.  El Pombero y quince matreros cayeron presos.  Pero esa misma noche, a él y sus compañeros, se los tragó la oscuridad.   No olvidemos que el Pombero estaba amparado por el poderoso duende homónimo que se lo llevó a su campo de leyendas. 

    Para el año 1940  quedaban todavía varios de estos toros bandoleros.  El nuevo patrón, Don Ernesto Ezquer, mi padre, les otorgó la libertad.  Por cierto, libertad condicional.

    Los bravos Zagua’a quedaron para siempre en la memoria popular del

    Alto Paraná.  Hasta no hace mucho, unos payadores, verdaderas réplicas de los juglares medioevales, recorrían las grandes estancias de la zona y allí, acompañados por su guitarra, cantaban viejos poemas cuyo origen se pierde en la bruma de los tiempos.  A estos poemas se les llama “compuestos”.  Uno de ellos rinde homenaje a los personajes que acabamos de conocer. Escuchémoslo:

    El Compuesto del Toro y el Tigre.


    En tiempo de la primavera

    al rayar del horizonte

    bajó de la sierra un toro

    a las orillas del monte.

    Con su sombra divertido

    retozando estaba el toro

    y quiso así sorprenderlo

    el tigre con su bramido.

    Al punto, el toro le dijo

    -¿Qué le pasa don Overo?

    Si es que se viene solo

    vaya a buscar compañero.

    El tigre le contestó:

    -Amigo, no pase tanto,

    soy inspector de los montes,

    comisario de los campos.

    El toro le respondió

    -No sea tan orgulloso,

    yo soy el rey de los campos

    y en los montes, poderoso.

    El tigre entonces gritó:

    -¡Callate, garrones sucios!

     A la primera topada,

    a cualquier gaucho lo asusto.

    El toro le retrucó:

    - Callate cara de esponja

    parece que te has tomado

    frutas agrias de toronja.

    El tigre así le bramó:

    -No sea, pues tan tirano

    te he dejar mi amigo

    para pasto de gusanos.

    El toro le contestó:

    -Infeliz sin esperanza

    muy pronto has de quedar

    en la punta de mis lanzas.

    El tigre con su fiereza

    al toro lo atropelló

    y el toro con su “diestreza”

    en las guampas lo barajó.


    1 mariscador: cazador furtivo de la laguna Iberá

    2 Guampa: voz quechua que significa “asta”, usada en Arg. Parag. y Urug.

    3 Añá Pihtá:  demonio rojo en guaraní

    4 yerra: acción de marcar a hierro el ganado.  Modismo de Argentina, Uruguay y Paraguay

    5 novillo:  se llama al animal ya castrado y joven.  Cuando se hacen viejos, se les llama bueyes. Modismo de Argentina, México y Chile.   

    6 Flete: caballo ligero aplicado por extensión a todo caballo de silla.  Modismo de Argentina y Uruguay.

    7 Picada: camino angosto y serpenteante muy estrecho abierto en la selva.

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