mario lamo jiménez
 
   
 

VIRTUALMENTE REAL

 

   

                        La pregunta en verdad es, ¿es mejor la realidad virtual o ser virtualmente reales?

 

La realidad a veces tiene sus ventajas, porque al contrario que las películas, no tiene que tener ningún sentido. No hay por qué tener un final feliz, ni siquiera hay que decir una frase que suene medianamente inteligente en el curso de un día o en el curso de una vida. La realidad pasa sin ser observada, nadie se sienta en una silla por hora y media a mirar lo que estoy haciendo, ya que además de aburrirse tremendamente notaría de inmediato que nada de lo que hago tiene ni pies ni cabeza. De repente me siento a escribir algunas notas como esta, salidas de alguna idea loca que se me vino a la cabeza y cinco minutos más tarde estoy ganando la copa mundial de fútbol para Colombia, derrotando a todos y cada uno de los países con que se enfrenta, Falcao García anota 40 goles en 25 partidos y el rival nunca se entera que conozco exactamente en qué sitio parar a Falcao en cada córner para que anote un gol de cabeza. Cuando me aburro del fútbol me doy un paseo por Facebook que igualmente podría ser un paseo por la calle, no sé por qué hago ni lo uno ni lo otro. Si voy a Facebook miro mi lista de “amigos”, de los cuales el 99% no me dirige la palabra, o más bien no me escribe ni una palabra y les debe importar menos lo que escribo. La calle es un poco más interesante porque nunca hay nadie. La mayor parte del tiempo camino por calles solitarias, donde lo más emocionante que pasa es una ardilla haciendo equilibrio en un cable de la electricidad de un lado a otro de la calle.


La persona, sentada en su silla observando la película de mi vida, a este punto estaría dormida o se habría ido del teatro de mi existencia. Saludo a la anciana con el perro pequeño y lanudo que no sé por qué extraño motivo cree que debe cederme la acera, como si yo fuera un vampiro o un devorador de ancianas y perros pequeños. A veces me encuentro con una mujer alta y guapa, parecida a Jane Fonda, que saca a pasear a su perra de pelo largo y andar elegante. Siempre está en el celular (la mujer, no la perra). He aprendido a recordar el nombre de los perros y a olvidar el nombre de los dueños. La perra se llama Sophie, bonito nombre que suena a francés, de modo que saludo atentamente a la dueña (sin decir su nombre que ya se me olvidó) y me despido de Sophie por nombre propio. No sé por qué eso de que uno recuerde el nombre de su mascota parece hacer más felices a los gringos, así jamás uno los llame a ellos por su nombre.

Y como la vida no es una película, nada tiene que tener continuidad porque para mí la mañana es lo mismo que la tarde o la noche y en este punto puedo apagar las luces y dormir por 12 horas o simplemente empezar a escribir hasta las cinco de la mañana una obra de teatro que tal vez acabe en diez años o que no acabe nunca. Todo depende de los personajes. Si los personajes cobran vida, ellos me van dictando la obra y de escritor paso a ser un simple, no sé qué palabra usar aquí, ¿mecanógrafo? Pero esta cosa no es una máquina de escribir, es una computadora. El caso es que los personajes terminan haciendo y diciendo lo que les da la gana y como en un juego de ping pong, solo tengo que mover la cabeza de un lado a otro para seguir el diálogo. Entonces la obra se queda en mi computador, haciendo fila para ser publicada con otras tantas obras que surgieron de la misma manera. A veces suceden milagros y me escriben de Portugal o de México que quieren montar una mis obras. Aquí la película de mi vida se vuelve un poco más interesante porque puedo viajar a tierras lejanas donde nunca soñé estar, como Tondela en Portugal, o Hermosillo, en México y puedo maravillarme de que hayan puesto en escena una obra mucho mejor de lo que yo puse en papel.

Como esto es la vida, no sigue ni órdenes ni cronologías. Ahora estoy caminando con mi hija que siempre quiere que le cuente un cuento fantástico, con personajes singulares, situaciones de tensión, gran sentido del humor y finales inesperados, todo en el curso de los 28 minutos que gastamos en caminar una milla de ida y vuelta a la casa a 85 pasos por minuto, empezando con un ritmo cardiaco de 78 latidos por segundo y terminando con uno de 120 por segundo, según me dice el programa de mi iPhone, que ahora es el que rige cada segundo de mi vida.

Todo lo que hago, haré y he hecho está resumido en mi iPhone y si llego a perderlo, no creo que me quede sin vida virtual, ya que tengo backups en múltiples sitios: fotos, películas, escritos, traducciones, agendas, emails de los amigos, cientos de aplicaciones que usé una vez y que ya no sé para qué sirven, hasta una que es un detector de mentiras que a veces uso para estar seguro de que no me esté mintiendo a mí mismo, con la extraña peculiaridad que me dice que miento a cada cosa y su contrario. O la aplicación no sirve o me estoy volviendo esquizofrénico. De lo único que no tengo un backup es del disco duro de mi cerebro, a veces me falla la memoria ram y se me olvida si me tomé una vitamina o si pagué la cuenta de no sé qué. Solo espero que cuando mi propio disco duro deje de funcionar o el procesador central de mi corazón deje de comunicarse con la periferia, algunos amigos bondadosos me hagan el favor de reciclarme y esparcir las cenizas de mis chips a la sombra de alguna tienda de Apple.

Ahora miro el reloj de la computadora, son las 2: 17 de la mañana y me da lo mismo el día que sea, ya que nunca salgo de mi casa porque trabajo en mi casa, a la hora que me da la gana, los días que me provoque y de nuevo sin ningún horario. Ya que el trabajo de traducir y escribir fantasías cronometradas es tan aburridor, lo intercalo estudiando acupuntura, astronomía, guitarra, budismo, acupresura, moxibustión y cómo aprender un idioma extranjero en 10 días sin siquiera estudiarlo (puedo garantizar que no funciona). Para la acupuntura, soy mi propio conejillo de indias, no acepto pacientes diferentes a mí mismo, no sea que al clavar una aguja el paciente se empeore o se enferme de otra cosa. Entre ceja y ceja para dormir, en la rodilla para el hígado… la acupuntura es igualmente anárquica como la vida misma, la oreja sirve para todo y tenemos más meridianos por el cuerpo que calles llenas de huecos en la mismísima y bogotana urbe.


No sé si pasaron 4 horas o 4 días desde que empecé a escribir esto, pero si pasaron 4 días todos los espectadores deben haberse ido para sus casas o sufrieron ataques cardiacos y yacen muertos en sus sillas. Cualquier película para ser buena tiene que tener algo de sexo y hasta a la película de mi vida no le podría faltar el sexo… salvo por un detalle, que no hay sexo. Mi mujer me dejó hace 10 años, se fugó con el mecánico que le cambiaba el aceite a ella y al auto. Y, es lógico que me dejara, el mecánico era 30 años más joven que yo, y seguramente le sabía cambiar mejor el aceite.

Ahora, la pregunta es, ¿cómo encuentra pareja alguien que nunca va a ninguna parte? Claro, Internet. Solo que como todas las demás cosas virtuales, el amor virtual resultó ser igualmente deprimente. Las mujeres de 40 quieren uno de 30, las de 50, uno de 40 y las de 60, uno de 50. Por defecto me tocaría una de setenta. ¿Pueden imaginarse la escena de amor? “Por ahí no me toques porque me reemplazaron la cadera y de pronto de me sale del hueco. Ni se te ocurra acariciarme los senos, estoy para una mamografía porque tengo unas bolitas que me suben y me bajan. Tampoco te acuestes encima de mí porque la artritis me tiene destrozada la columna y va y me dejas paralítica”. Entonces ella me sacaría un señor vibrador de 78 mil revoluciones por segundo y el acto sexual me dejaría confinado a ser un simple operador de un aparato eléctrico en un área donde se supone que un día existió un clítoris. Al terminar le preguntaría: “¿Y a mí que me toca?” Ella me miraría con cara de compasión y me diría: “¿Cómo dijiste otra vez que te llamabas?”

Cumplida mi función de, ¿plomero corporal?, eso me quitaría hasta las ganas de volver a ver a una de las mujeres que me tendría deparado el destino por el resto de la vida. Y, como ahora toda película que se respete tiene que tener “chats”, películas de “Youtube” y “you got mail”, la película de mi vida seguiría en Internet donde tengo un gran grupo de amigos que no veo nunca, que escriben de vez en cuando y de quienes no sé absolutamente nada de su vida. Excepto uno. Es un gran señor escritor que conocí por Internet. ¿Fue amor a primera vista, o quiero decir amor a primer email? No, no somos gays, yo me enamoré de sus escritos y a él le encantó la forma en que yo… reseñaba sus escritos y tecleaba locuras. Como pueden ver, una pareja perfecta de amigos. Solo lo he visto una vez en 8 años y vivimos a medio mundo de distancia. Pero por 8 años no hemos dejado de escribirnos ni una noche a menos que fuera por motivos de fuerza mayor, como la muerte de una computadora, la enfermedad de un modem o la amputación de una cuenta de Internet. El hombre es un genio para escribir, sus novelas me encantan y me dan envidia porque si yo escribiera así… bueno, entonces yo sería él y él sería no sé quién y no quiero robarle su identidad.


Con el último espectador de esta película que queda en el teatro seguramente es el aseador, empiezo a proyectar lo que tal vez sea lo único interesante de mi vida: las fantasías. Por ejemplo, en mi última obra de teatro, un hombre conoce a una mujer en un café Internet, la confunde con una puta y resulta que es una monja virgen que se fugó desesperada del convento después de décadas de frustraciones y desengaños religiosos. El hombre resulta ser un romántico empedernido que se sabe a Neruda de memoria y que ha publicado, anónimamente, sus propios versos en Internet, intercalados con citas del mismo Neruda. Por una casualidad de esas que solo suceden en la ficción, pero más frecuentemente en la vida real, él comienza a recitarle uno de sus versos y ante su asombro, ella lo termina. Y, aquí en la fantasía, es donde tiene lugar el sexo real. Él le hace un striptease y la ex monja le corresponde al ritmo de una música sexi francesa que nuestro protagonista carga en su iPod. Terminan haciendo el amor apasionadamente. Claro está que el espectador no ve nada , solo sombras y quejidos amorosos, para que les quede algo para la imaginación.

Interrumpo esta narración porque me acaba de entrar un correo anunciándome que mi galería de fotos de Kodak (que no uso hace un jurgo de años y que se me había olvidado que existía) va a ser borrada si no hago clic aquí y allá… pero creo que esta parte sobra en la película. En fin la terminaría cuando se funde el bombillo de la lámpara de mi mesa de noche y saco uno nuevo para reemplazarlo. Tengo las manos mojadas, así que decido secarlo ya que le tengo fobia a las electrocuciones, especialmente si el electrocutado soy yo. Es así que tomo una toalla para secar el bombillo y sin siquiera haberlo acariciado, como a la anciana del cuento que no pasó, me quedo con la parte de metal en una mano y la parte de vidrio en la otra. El bombillo se ha dividido perfectamente en dos, como si un cirujano plástico le hubiera hecho la circuncisión. Miro la parte que me quedó en la mano derecha y dice: “Made in Mexico”. Entonces puedo acabar la película mostrando escenas de puentes, rascacielos, represas, escaleras y centros comerciales que se parten en dos y entre el agua que arrastra todo este despelote de cosas la cámara le hace una toma a unos letreritos con una fila interminable de “Made in China”, “Made in Taiwan”, “Made in Mexico”, “Made in Vietnam”....

Finalmente, prendo las luces del teatro imaginario esperando grandes aplausos y descubro que el único espectador que quedaba es un maniquí que algún chistoso sentó en una silla para no hacerme sentir mal. Pero qué le hace, me encanta escribir el guión de mi propia vida, así en mi vida no pase nada interesante… bueno, solo por dejarles la duda… ¿a que no adivinan a qué orden pertenecía la monja que se fugó del convento? En este momento ruedan los créditos y aparece una mujer sensual, digamos que en sus cuarentas, haciendo un striptease y cuando lanza el brasier hacia la cámara, la escena se oscurece por completo. No sé por qué de vez en cuando confundo las historias que he vivido con las historias que me imagino. ¿No les dije desde un principio que la realidad a veces tiene sus ventajas?