LOS AMORES DE EDUARDO VIII
Enrique Santos Molano
Mientras los españoles se destruían con saña inverosímil, y las tropas rebeldes del generalísimo Francisco Franco alistaban el largo asalto de Madrid, en el verano de 1936 el yate-palacio Nahilin, avaluado en un millón trescientos mil dólares, de propiedad del Rey de Inglaterra, Eduardo VIII, fue aprovisionado, incluso con champaña de las bodegas reales, y preparado para el paseo anual de Su majestad por el Adriático y el Mediterráneo. Los periodistas invitados ese año recibieron una sorpresa. ¿Quién era la hermosa, y no tanto hermosa como elegante, atractiva, seductora dama que aparecía al lado del Rey en todas las fotografías que se tomaron durante el paseo real?
Algunos de los periodistas sabían de la dama en cuestión, la señora Wallis Simpson, y muy pocos de los avezados muchachos de la prensa londinense ignoraban que la señora Simpson mantenía amistad con Eduardo VIII desde su época final, todavía reciente, de Príncipe de Gales. Un interrogante insoluble surgió ante los intrigados periodistas. ¿Qué hacía la señora Wallis Simpson, esposa del señor Ernesto Simpson, pegada al Rey solterón? Ninguno se hubiera atrevido a imaginar que en la respuesta venía envuelto el escándalo más grave para la monarquía inglesa en varios siglos. Escándalo que la sacudiría como un terremoto.
El Príncipe Alegre
Edward Albert Christian George Andrew Patrick David, Príncipe de Gales, hijo del Rey Jorge V, nieto de Eduardo VII y biznieto de la Reina Victoria, nacido el 23 de junio de 1894, tenía 28 años en 1922 y era uno de los personajes más célebres y populares en el mundo. Exhibía una sonrisa que hacía soñar a las niñas casaderas de cualquier lugar, nobles o plebeyas; en los telones de cine sus dientes brillaban como perlas, y su foto en los periódicos, apuesto, joven, rico, y heredero del trono más poderoso de la tierra, causaba sensación. El Príncipe de Gales "es el hombre del día.--escribe en 1923 Ferdinand Tuey en el World de Nueva York-- Todavía recuerdo una comida que se dio en su honor en nuestro club, y en la cual me pareció ser un joven nervioso, inquieto, tímido, ruboroso".
No había tal. El príncipe de Gales era un joven alegre, como su abuelo, y como él, amigo de las fiestas, de los clubes, del contacto con la gente, enemigo jurado de la solemnidad, y cargado de un profundo sentimiento social, de interés sincero por los desposeídos y por los que sufrían. Su participación en los campos de batalla de la Gran Guerra, sus giras por la India, por Egipto, por la América del Norte, por regiones que parecían abandonadas de la mano de Dios, le abrieron los ojos a un mundo del que no se preocupaban en los interiores del palacio de Buckingham, y marcaron su posición en cuanto a la forma de regir los destinos de Inglaterra, posición que, en muchos casos, iba en contravía de la tradición, y en contravía de las creencias de Stanley Baldwin, jefe del partido Conservador que recuperó el gobierno en 1922. A Baldwin, y a la mayoría de los miembros de la Corte, el Príncipe de Gales les parecía "demasiado democrático".
La Profecía
Baldwin, elevado a Primer Ministro del Imperio Británico en 1923, había expresado el año anterior su opinión sobre la conveniencia de que el Príncipe de Gales sentara cabeza. La elección de esposa para el futuro Rey de Inglaterra se convirtió en asunto de máxima prioridad en 1922. Las primeras planas de los grandes diarios del mundo desplegaron la lista de las candidatas a la mano del Príncipe de Gales, el nombre de cuya prometida se aguardaba con ansiedad. Entre cuatro de las jóvenes más lindas de Inglaterra ¿cuál sería la elegida por el Príncipe?
La primera de las candidatas era la Princesa Maud, hija de la Princesa Real y sobrina favorita del Rey Jorge V; la segunda, Lady Victoria Mary Cambridge, de 24 años, hija mayor del hermano de la Reina, el Marqués de Cambridge; la tercera Lady Doris Gordon Lennox, de 24 años, nieta del Duque de Richmond; y la cuarta, Lady Elizabeth Bowen Lyon, de 21 años, hija menor de Lord y Lady Strathford. Parece que el Príncipe de Gales se inclinaba por Lady Victoria Mary Cambridge, pero ésta se enamoró de un marqués y rehusó el matrimonio con Eduardo. Es posible que el desprecio de Lady Victoria haya influido en la decisión del Príncipe de Gales de permanecer soltero, y es posible también, según los rumores recogidos por la prensa, que el príncipe estuviera obsesionado por la sugestiva esposa de un oficial que prestaba la guardia en el palacio real, y que hubiera recibido, de parte de la señora, un rechazo brutal a sus pretensiones. Como quiera que fuese, Eduardo no escogió esposa. Presionado por los Reyes y por el Primer Ministro Baldwin para que se casara con la adorable lady Elizabeth Bowen Lyon, el príncipe se puso de mal humor y le dijo a su hermano el Duque de York:
--Lleve eso adelante y cásese con Betty. Yo nunca me casaré con ella. Y lo que es más, aprenda desde ahora a ser el Rey de Inglaterra, porque yo nunca lo seré.
"¿Cuál será el final de todo esto? --se pregunta asombrado el mismo Ferdinand Tuey-- Es el tema de las conversaciones hoy en día en Londres, en cuyos círculos se hacen la pregunta de si en realidad el Príncipe no desea ascender al trono, y si de verdad, con sus acciones, no irá en camino de llegar hasta descalificarse para poder ocuparlo". Estas palabras proféticas tendrían cumplimiento trece años después, y ellas guardan, con relación al sobrino nieto de Eduardo, el actual Príncipe de Gales, Carlos, una curiosa actualidad, una repetición inquietante.
Una yanqui en la Corte del Rey Eduardo
El príncipe de Gales conoció a Wallis Simpson en la casa de Thelma Morgan, la hermana gemela de Gloria Vanderbilt. La señora Simpson solía escoltarlos en las fiestas espléndidas, saturadas de alegría, que se daban en el West End. Wallis saltó a la notoriedad un día en que el Príncipe de Gales estuvo dos horas en una peluquería, aguardando con paciencia de perrito faldero que a ella le arreglaran y le secaran el cabello. Los ingleses empezaron a preguntarse quién era esa "yankee de rostro menudo, de cabello negro retinto" de cuyo rostro atractivo brotaba una personalidad "llena de vida", inteligente, y que se daba el lujo de decirle "Davidcito" al Príncipe Eduardo Alberto Cristian Jorge Andrés Patricio David, heredero de la Corona.
Wallis Warfield Simpson, nacida en 1896, en Baltimore, oriunda del Sur de los Estados Unidos, llevaba en sus venas sangre aristocrática por parte de los Warfield de Maryland y de los Montague de Virginia. La temprana muerte de su padre las dejó, a ella y a su madre, en situación de penuria económica, que ambas sobrellevaron con gran dignidad. La personalidad hechicera de Wallis le abrió todas las puertas, hasta su feliz enlace con el señor Spencer, hombre acaudalado. Después se divorció de Spencer y contrajo matrimonio en Londres con el también acaudalado corredor de bolsa londinense, Ernesto Simpson, el 21 de julio de 1928. El encanto irresistible de la señora Simpson la ayudó "a instalarse en primera línea en los círculos ultra elegantes de la capital inglesa". El príncipe de Gales se sintió atraído por ella desde el primer momento y ella por él". Primero empezó por enviarle flores. Pronto las circulares de la Corte, al anunciar los invitados a las fiestas de York House o de St James, a menudo terminaban diciendo: el señor Ernesto Simpson y señora..." Eduardo encontró en Wallis el amor a su medida. "A él le gusta el baile y ella es una bailarina eximia. En su residencia de Bryanton Court el ha hallado descanso y buena compañía al beber té servido por una mujer encantadora, llena de desenvoltura aun en presencia de él". Nada incomodaba tanto a Eduardo VIII como la solemnidad y el temor que las gentes le manifestaban.
La Crisis
Tras la muerte de Jorge V, el Príncipe de Gales ascendió al Trono, como Eduardo VIII, el 20 de enero de 1936. Desde el principio sus relaciones con el gabinete conservador de Baldwin no fueron buenas. Eduardo quería que el gobierno se orientara con acciones en favor de los indigentes, y él en persona practicaba visitas constantes a las barriadas más pobres de distintos sitios de Inglaterra, lo que se interpretó como una censura de Su Majestad al gabinete. Incluso Eduardo había manifestado admiración por los logros sociales alcanzados en Italia y Alemania por Mussolini y por Hitler. El Times le reprochó al Rey su conducta. La última visita del monarca a indigentes en el Sur de Gales excitó reacciones furiosas de la prensa. El Daily Telegraph hizo comentarios acres: "Se harán graves cargos no solo al Monarca, sino a estos indigentes...La simpatía mostrada por el Rey, de nuevo ha contribuido a despertar a la opinión pública" (sobre los problemas sociales de Inglaterra) "pero los que pretenden hacer" (los laboristas y Churchill) "con los sentimientos humanitarios mostrados por el Rey un látigo político, no sólo no ayudan a los indigentes, sino que perjudican los intereses de la corona". Esto se escribía a mediados de noviembre, cuando la atención mundial se había desviado de los horrores de la guerra civil española hacia el hervidero de chismes sobre los amores de Eduardo VIII, y la posibilidad de que la norteamericana, dos veces divorciada, Wallis Warfield Simpson, se convirtiera en la próxima Reina de Inglaterra.
La crisis se desencadenó a partir del paseo romántico en el yate Real. Allí Eduardo y Wallis acordaron que ella se divorciaría de Simpson, y que se casarían tan pronto se cumplieron los términos establecidos por la Ley. Si los obstáculos para su matrimonio con Wallis se tornaban insalvables, Eduardo estaba decidido a abdicar. Wallis no quería que las cosas llegaran tan lejos; pero llegaron.
El 1o. de Diciembre principiaron los diez días que estremecieron al imperio inglés. Al anunciar el Rey su intención de casarse con la ex-señora Simpson, Baldwin replicó con una oposición implacable. Inglaterra y el mundo se dividieron en dos partidos: los amigos de que el Rey hiciera su matrimonio por amor, anunciado desde 1922, y los enemigos de Wallis. La Reina madre apoyó a Baldwin, sostuvo con su hijo una entrevista patética, y anunció su propósito de internarse en un claustro si Eduardo no renunciaba a sus amores descabellados. Winston Churchill se puso de lado del Rey. El grande estadista, que llevaba quince años de pelea solitaria contra la derecha de su Partido, aprovechó la oportunidad para medir fuerzas con su rival, Baldwin, e inició una cruzada nacional en favor del Rey. Eduardo gozaba de inmensa popularidad entre el pueblo, y menudearon los desfiles de cientos de gentes con carteles que decían: "Queremos a Eduardo VIII". La clase media y la aristocracia manifestaron su repudio a la señora Simpson. Sin embargo Baldwin, zorro viejo, sostenía la sartén por el mango y consiguió que el gabinete en pleno y la mayoría de los Comunes expresaran su rechazó enfático al matrimonio del Rey con la señora Simpson. El ocho de Diciembre, Eduardo se entrevistó con su hermano, el Duque de York, y lo previno de que al día siguiente abdicaría. Jorge, con lágrimas en los ojos, le rogó que no lo hiciera. Eduardo se mantuvo firme y el nueve de diciembre el mundo leyó incrédulo que Eduardo VIII había resuelto cambiar su trono de Inglaterra por un trono en el corazón de Wallis Warfield. Así se resolvió la primera gran crisis de la monarquía inglesa en este siglo. La segunda terminó con una gran tragedia en un túnel de París… Quien sabe si habrá una tercera, es decir, ¿si aguantará el desprestigio de la monarquía inglesa las ya no tan tímidas inclinaciones de los ingleses por la República? Nada parece indicar que no se cumplirá la profecía de Karl Marx “Cuando todo se haya derrumbado en el mundo, sólo quedará en pie la monarquía inglesa”.
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