MATEMÁTICA VALLENATA Y RESURRECCIÓN
Jairo Sandoval Franky
“Óyeme Diosito Santo…
Tú de aritmética nada sabías,
Dime por qué la platica…
Tú la repartiste tan mal repartida…”
PLEGARIA VALLENATA
La Republica de Colombia es un país dividido por una suerte común: el sufrimiento.
La riqueza no merecida o mal ganada y el exclusivismo enraizado en la mitad solvente de Colombia causan el embotellamiento de la otra mitad. Esta otra mitad hambrienta y comprimida, a su vez motiva la inseguridad y el sobresalto de su contraparte. Los dos Hemisferios, el Poseedor y el Desposeído, se enseñan mutuamente excluyentes pero ligados entre sí. El primero, el afortunado, pío y letal, sufre la riqueza, el otro no tiene más remedio que rasguñar la penuria. Y esta absurda y agravada dinámica social irrita nuestro desplome masivo y continuo. Narcotráfico y guerra, criminalidad y anarquía política, venalidad gubernamental, agotamiento estatal, corrupción y sangre; calamidades éstas que engendran recíprocamente fatiga pública, insensibilidad, odios, expiaciones desatinadas y venganza. Tal la espiral viciosa de nuestras últimas décadas. De tal manera que somos, nosotros los colombianos, los que sabemos poco de aritmética. Y casi nada de aquello que hace grandes a los pueblos, o por lo menos viables.
¿Qué está pasando? ‘Perturbación’ es el nombre genérico del ajetreo social que hoy lacera al mundo. E.U. auto-inmolándose. Europa patinando. El orbe musulmán hirviendo. América Latina tropezando. ¿Y Colombia? Fermentándose, porque la mitad de los colombianos sigue viviendo (para decirlo en el ‘román paladino’ del magnífico Berceo), sigue viviendo como vivía el protagonista de este viejo poeta: ‘Era un omne pobre que vivie de raziones, non avia otras rentas fuera de quanto lavrava…’ Así de añeja es la trayectoria de dolor del pueblo colombiano.
Y así de urgente ponerle fin al caos nacional. Entre todos y con cuantos fierros haya a disposición. O el vértigo social nos consume.
Pero la catástrofe no es propiedad privada de Colombia, ni de las épocas modernas. Ya Karl Marx había vaticinado (ojalá el nombre no ponga cardíacos a ciertos ‘filósofos’ patrios) que el trabajador nunca iba a ser pagado lo suficiente para comprar el arrume de cosas que el capitalista produciría, y que este desfase crearía una peligrosa serie de problemas económicos y hasta sicológicos que traerían su inmanente destrucción [Bloomberg Businessweek, ‘Marx to Market’, Sept. 19, 2011].
Acéptese -porque siendo palmario, se debe admitir- que el Presidente Santos está timoneando la Nave de nuestro Estado con relativa destreza y buen gobierno. ¿Significa esto que más de los mismos rendimientos es la receta gnóstica para el éxito sostenido?
Mi respuesta categórica es un rotundo “No”. ¿Por qué?
Porque la dialéctica histórica de lo económico-social no es un Minueto que admite la duplicación exacta en una nación del Tercer Mundo de los advenimientos que fructifican en los países del Primero. Y, sobre todo, porque Santos Presidente no parece portar consigo los elementos necesarios para proclamar el siguiente Manifiesto:
‘Vamos a controlar la sismología política y a generar la Resurrección del país en los términos y con la intensidad, amplitud y consecuencia que éste demanda’.
Es evidentemente cierto que el Presidente es dueño de una ilustración política de primer orden. Y que su cosmopolitismo, experiencia y don de gentes lo encumbran como mandatario dentro del difícil y distinguido comercio político de las sociedades y los países.
Pero también es perceptible que no cuenta con aquella característica original que el famoso sociólogo Max Weber llamo la ‘personalidad del líder’ (yo diría, ‘del héroe’). Que Santos está falto, no de esa individualidad que involucra ‘la responsabilidad sin convicción’, ni tampoco de la que anima la ‘convicción sin responsabilidad’, sino falto de la que muestra la capacidad de unir en el mismo ser humano la ‘ética de la convicción’ (i.e., la devoción a lo enaltecido) y la ‘ética de los fines últimos’ (i.e., el apego a lo práctico). Hablo de la fina aleación con que fueron forjados, digamos, un Bolívar y un Jefferson, un Talleyrand y un De Gaulle. Un Lenin o un Mao (y no se parpadee).
Ahora. Cierto es que Santos expone en ocasiones una audacia de ejecución y en otras una inquietud de talante que, si se unieran a los golpes de la imaginación y a los destellos de la excelsitud en el designio de las salidas que la situación actual de Colombia pide, bien pudieran ser los elementos de una gran obra de gobierno. Pero también es irrefutable que en contra de esta improbable combinación de cualidades milita la categoría elitista del Presidente o, mejor, su membresía en la asfixiante oligarquía nacional en su máxima versión, la bogotana y, dentro de la Bogotana, en el exclusivismo superfluo de la familia Santos, crème de la crème rola. Como quien dice, JM Santos no sería el hombre epónimo que cargara a Colombia a su Olimpo.
Ah, pero si se especulase con un tanto de penetración analítica y un relámpago de luz histórica, se repararía que el campeón que trajo, años hace, la democracia y algo de igualdad a la parte septentrional de Sur América, fue conocido como el ‘mantuano’ caraqueño de la más aristocrática y rica familia no solo de la Capitanía de Venezuela, sino de la America del Sur. Lo mismo se pudiera predicar de San Martín, y de O’Higgins, a pesar de su ilegitimidad. Ejemplos connotados de que un personaje de prosapia y solar puede ser la figura titánica del florecimiento ciudadano. Desde luego, Bolívar fue Bolívar. Y Santos ¿qué pudiera actuarnos que no podamos por sí solos?
El problema de fondo no estribaría entonces en que el Presidente no fuera capaz de comandar la Resurrección drástica, total, sublime que Colombia demanda para despegar definitivamente. El dilema pernoctaría en el momento histórico que vive nuestro país, que no se presta para un vuelco radical de proporciones épicas, único giro que nos hubiera de servir. Y la razón es ésta: que, aunque libre, el hombre-conductor obra siempre como instrumento y expresión subjetiva de la Necesidad. Y es agente de cambio, pero solo si interpreta correctamente la dirección autónoma en que se mueve la historia de su localidad y tiempo.
O sea, teóricamente el Presidente Santos podría ejecutar la gran hazaña de presidir el rescate social y vivificar la soberanía ética de Colombia, si tuviera el don de efectuarlo. Y, por el lado objetivo de las cosas, si sucesos independientes del ser humano llegaran a obrar sobre el país y a embestirlas contra su bárbaro, humillante y fétido integumento tercermundista.
Creo que una simbiosis tal, entre condición y líder, puede en efecto darse. Pero que requiere de cierta causalidad predeterminada y autónoma y de un impulso ciudadano meritocrático. Jairo Sandoval Franky, Washington, DC
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