TODO POR UN SOMBRERO VUELTIAO
Mario Lamo Jiménez
Nadie podría imaginarse la magia que emana un sombrero vueltiao. Hace años, antes de que las burocracias lo declararan esto y aquello y lo de más allá, ya era un patrimonio nuestro que venía de lo más profundo de nuestros ancestros, de lo más esencial de nuestras raíces. Y, hace años lo adopté como símbolo de provenir de un pueblo bello, un pueblo mestizo, con sangre de negro, indígena, europeo y asiático.
Con un sombrero vueltiao he dado vueltas por el mundo y el mundo me ha dado vueltas a mí... sin embargo, en mi último viaje a San Francisco, mi sombrero vueltiao actuó como un imán de energía positiva desde el minuto mismo que abordé el tren con destino a la ciudad del amor.
Me senté a una mesa del tren, dispuesto a trabajar por hora y 58 minutos en mi computadora, pero una conversación empezó... todo por un sombrero vueltiao. La señora que se sentaba a la misma mesa (ya que en Colombia no hay trenes, me explico, los trenes gringos tienen mesas en los vagones con conexiones eléctricas para que los viajeros puedan instalar una oficina sobre rieles mientras viajan), me preguntó que de dónde era ese bonito sombrero. Yo le conté su historia, le hablé de la caña flecha, de la zona de Colombia donde los elaboran y finalmente le mostré cómo el sombrero se doblaba y volvía a adquirir su forma como por arte de, ¿magia?
Fue así que jamás toqué la computadora, y por hora y 58 minutos compartí una conversación con una abuela adorable sobre todos los temas de esta vida, desde la contaminación ambiental y la muerte de su esposo causada por un tumor, resultado de trabajar en una fábrica de productos químicos, hasta la mejor receta para preparar una torta de manzana. Ella me había dicho en qué estación se tenía que bajar para que su hijo la recogiera... llegamos a la estación y ella, embebida en la charla estuvo a punto de no bajarse. Le recordé que ésa era su estación y nos despedimos de prisa...
Empecé a caminar por las calles congestionadas de San Francisco, el día era inesperadamente caluroso para una ciudad dónde el viento frío del océano siempre baja la temperatura. San Francisco tenía aspecto de ciudad tropical, con mujeres escasas de ropa y azaleas en flor adornando los jardines. De repente escuché una voz tras de mí que exclamaba: "¡Me gusta tu sombrero! ¿De dónde es?" Volteé la cabeza y vi a un hombre de larga barba blanca y aspecto de profeta salido de algún pasaje bíblico. Lo saludé y le di las gracias, de nuevo conté la historia del sombrero, pero esta vez la conversación fue muy diferente de la que tuve con la abuela del tren. En cinco minutos que caminamos juntos, el hombre me habló de cómo la humanidad estaba destruyéndose a sí misma y que todo el mundo parecía indiferente ante la catástrofe que se avecinaba, a la vez que circulaban a nuestro alrededor personas apresuradas por llegar a su destino, sin siquiera reparar en aquel profeta que llevaba una etiqueta adhesiva en su camisa que decía: "Love Kids", (ama a los niños). Yo le comenté acerca de su etiqueta y el me preguntó, "¿qué dice?" Algunas letras estaban invertidas, como si las hubiera escrito un niño, pero el letrero era legible. "Si no educamos a los niños, vamos a perder este planeta", me dijo, presionando la etiqueta que amenazaba con caerse. Antes de que se alejara le pregunté si nos podíamos tomar una foto juntos, a lo que él accedió con una sonrisa.
Fue así que me quedé pensando: "pasan cosas singulares cuando se usa un sombrero vueltiao". Sin embargo las sorpresas del día no habría de parar ahí. Decidí entrar a la tienda de Apple en el centro de la ciudad, donde cientos de personas jugaban con las últimas computadoras y teléfonos salidos al mercado, por una escalera transparente más personas subían al segundo piso de la tienda. Esta vez escucho una voz en español que me dice: "¿colombiano?" Veo a mi lado a un hombre alto, joven, vestido deportivamente. "Sí, cómo no", le contesto, "me imagino que usted también lo es, ¿no?" Esta vez no tengo que explicar el origen del sombrero, entre los cientos de personas que circulan por el almacén, ya sabemos que por lo menos somos dos los colombianos. Él me cuenta que es un promotor artístico caleño que se especializa en traer grandes grupos musicales a los EE. UU. Durante la charla descubro que tenemos varios amigos en común, colombianos también, que viven en San Francisco. "Y ya tengo también oficina en Cali", me da su tarjeta y quedamos de estar en contacto.
"Éste es realmente el día del sombrero vueltiao", pienso sin saber la sorpresa que me aguardará unas horas más tarde, cuando gracias al sombrero, una bella y brillante valluna que vive y trabaja en San Francisco reconoce a un compatriota ensombrerado. Ella está en su trabajo, tenemos una charla muy agradable y nos citamos para almorzar dos días después.
A la mañana siguiente, llego al consulado de Colombia a hacer una vueltas, allí el sombrero vueltiao permanece completamente anónimo. Camino de nuevo por las calles de San Francisco y de un mercado callejero de frutas y hortalizas me llega una música como salida del cielo. Me dirijo al mercado, me parece que es música de gaitas y me encanta filmar a los músicos callejeros... No veo gaitas por ninguna parte, pero sí distingo a un solitario músico asiático que está tocando un instrumento tailandés, cuyas notas me suenan ahora como una mezcla de violín, serrucho y violoncelo. Le pido permiso para filmarlo y el hombre accede con la cabeza. Termina su presentación, me acerco a felicitarlo por su música, ¡y él me felicita a mí por mi sombrero! Otra foto con un inesperado amigo salido de un mundo de sueño, y una gran sonrisa desde unos dientes donde brilla el oro, pienso para mis adentros, "éste hombre es un genio musical y además una mina de oro".
Al día siguiente es la cita con la valluna sanfranciscana. Nos encontramos en un café francés, entorno muy apropiado para hablar de Nietzsche, Goethe, Wilhelm Reich y el mal que aqueja a los estadounidenses, analíticamente estudiados por mi interlocutora: la mitad están drogados con drogas farmacéuticas y la otra mitad con drogas "ilegales", es decir están anestesiados frente al mundo que los rodea. A eso le añadimos la crasa ignorancia a que los tienen sometidos los medios de (in)comunicación, pues en este reino patas arriba, arriba está abajo y la verdad ha sido reemplazada por la mentira... Escucho además una enternecedora historia de sus labios, suficiente como para escribir un bello cuento o el guión de un hermoso cortometraje.
Poco después, ella me acompaña a la parada del bus para dirigirme al barrio chino, el cual es una historia aparte. Tomo un trolley y la conductora, una mujer negra y sonriente, me dice dónde bajarme para recorrerlo. Allí me envuelven los aromas de plaza de barrio, pero con acento chino: calles repletas de compradores de todas las edades y aspectos, pescados frescos casi en medio de la calle que nos miran con ojos vidriosos entre sus trajes de hielo, yerbas y raíces secas que ocupan cientos de pequeños anaqueles, algunas parecen seres de otros planetas con formas y colores exóticos, vendedoras callejeras que han aprendido el inglés para poder vender collares con animales del zodiaco chino y talismanes de buena suerte a los turistas... toda una lluvia de colores, olores y sabores para los sentidos... una pequeña ciudad china en medio de San Francisco, como si fuera el set de una gran película...
Dejo el barrio chino y recorro calles por las cuales los turistas usualmente no deambulan. Muestran el lado oscuro de San Francisco, donde la belleza de la bahía y la actividad cultural y comercial atraen a personas de todo el mundo, pero que les impiden notar estos oscuros callejones plagados de desamparados, donde las esquinas son un orinal gigantesco y en donde en cada callejón un grupo de personas sin hogar cargan consigo en carritos de supermercado todas sus pertenencias y se acuestan a dormir donde los sorprenda la noche. Un hombre pide limosna... a la puerta de una licorera, otro grupo de hombres y mujeres se droga a la sombra de un edificio abandonado. Un hombre yace durmiendo en el cemento, como si fuera la cama más cómoda del mundo, usando una chaqueta vieja de almohada. De repente se me acerca un personaje bien vestido, no parece estar drogado ni borracho y me dice: "¿Puede darme dos dólares? ¡Tengo hambre!" Lo miro, parece sincero en lo que dice, le doy los dólares sin decir nada. El hombre sonríe, no da las gracias pero exclama: ¡bonito sombrero!
Y, ahora estoy en el tren de regreso a casa, escribiendo esta nota y recordando a todas las personas que conocí en un breve viaje y que jamás hubiera conocido... si no hubiera sido por un sombrero vueltiao, y se me ocurre que un sombrero vueltiao es el mejor embajador cultural del pueblo colombiano por todo lo que representa: no importa si se dobla o se amarra, jamás se doblega y vuelve a recuperar su forma, y es admirado por gente de distintos países y culturas por igual, ya que el sombrero habla por sí mismo: es uno de los grandes legados culturales que nos dejaron nuestros antepasados zenúes, una verdadera obra de arte que se puede exhibir con cabeza... y en la cabeza.
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