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            CONFERENCIA LITERARIA

                    

               LA POLÉMICA DE RUFINO JOSÉ

                 CUERVO CON JUAN VALERA

Enrique Santos Molano

Un episodio literario-lingüístico que tuvo fuerte resonancia a finales del siglo XIX y comienzos del XX, fue la polémica entre el escritor y filólogo colombiano, Rufino José Cuervo, y el escritor español Juan Valera. Caídos hoy en el olvido, ambos fueron celebridades mundiales en su tiempo. Juan Valera y Alcalá-Galiano, nacido en 1824, pertenecía a esos “cuatro o cinco escritores” españoles que, según Rufino José Cuervo, se leían con gusto y provecho en la América de habla castellana. La gente culta de Bogotá, por ejemplo, lucía en sus bibliotecas las obras de Valera. Quien no hubiese leído en la capital colombiana la novela Pepita Jiménez o las Cartas Americanas, pasaba por simple analfabeta. Las columnas de Juan Valera se publicaban en los principales diarios de las capitales latinoamericanas.
A Rufino José Cuervo, residente en París desde 1881, lo calificaba el mundo intelectual europeo como un sabio cuyas opiniones, en materia de filología y lingüística, tenían valor de autoridad.
La polémica se desató entre Cuervo y Valera a raíz de una expresión que estampó aquel en carta de julio de 1899 al poeta argentino Francisco Soto y Calvo, carta que apareció a finales de ese año como prólogo del poema Nastasio. Llegó el libro a manos de Juan Valera. No más leer la carta-prólogo, el escritor hispano montó en indignación y escribió en El Imparcial de Madrid, de 24 de septiembre de 1900, un artículo socarrón para refutar lo aseverado por Cuervo en su carta a Soto y Calvo.
¿Qué dijo Cuervo en esa carta, que le saltó el bloque a Juan Valera?
El propio Cuervo nos lo aclara en la respuesta a Valera, publicada en el Bulletin Hispanique, de Burdeos, correspondiente al tercer trimestre de 1901:
“En una carta que escribí a mi amigo don F. Soto y Calvo con ocasión de su bello poema Nastasio, y que el egregio escritor argentino honró poniéndola al principio de su libro, expresé estos conceptos:
‘Díceme usted que al fin del libro pondrá usted un glosario de términos poco conocidos fuera de su país, como en Colombia han tenido que hacerlo autores y editores; y esto me hace pensar en otra despedida amarga en medio del festín de la civilización, como la de la novia que a hora desconocida deja la casa paterna entre los regocijos de la boda. Poco ha me dio usted a leer en La Nación [de Buenos Aires] el parecer de un sabio lingüista francés [posiblemente Luis Duvau, autor de El idioma nacional de los argentinos] sobre la suerte de la lengua castellana en América, parecer ya antes expresado por otros no menos competentes, y que a la luz de la historia es de ineludible cumplimiento. Cuando nuestras patrias crecían en el regazo de la madre España, ella les daba masticados e impregnados de su propia sustancia los elementos de la vida moral e intelectual, de donde la conformidad de cultura, con la única diferencia de grado en el continente hispano-americano; cuando sonó la hora de la emancipación política, todos nos mirábamos como hermanos, y nada nos era indiferente de cuanto tocaba a las nuevas naciones: fueron pasando los años, el interés fue resfriándose, y hoy con frecuencia ni sabemos en un país quien gobierna en los demás, siendo mucho que conozcamos los escritores más insignes que los honran. La influencia de la que fue metrópoli va debilitándose cada día y fuera de cuatro o cinco autores cuyas obras leemos con gusto y provecho, nuestra vida intelectual se deriva de otras fuentes, y carecemos pues casi por completo de un regulador que garantice la antigua uniformidad. Cada cual se apropia lo extraño a su manera, sin consultar con nadie; las divergencias debidas al clima, al género de vida, a las vecindades, y aún qué sé yo si a las razas autóctonas, se arraigan más y más y se desarrollan; ya en todas partes se nota que varían los términos comunes y favoritos, que ciertos sufijos o formaciones privan más acá que allá, que la tradición literaria y lingüística va descaeciendo y no resiste a las influencias exóticas. Hoy sin dificultad y con deleite leemos las obras de los escritores americanos sobre historia, literatura, filosofía; pero en llegando a lo familiar y local, necesitamos glosarios. Estamos pues en vísperas (que en la vida los pueblos pueden ser bien largas) de quedar separados, como lo quedaron las hijas del imperio romano: hora solemne y de honda melancolía en que se deshace una de las mayores glorias que ha visto el mundo, y que nos obliga a sentir con el poeta: ¿Quién no sigue con amor al sol que se oculta?’
“El señor Valera en los lunes de El Imparcial (24 de septiembre de 1900) [aquí pone Cuervo una nota que dice: ‘vuelve a la carga en La Nación de Buenos Aires de 2 de diciembre del mismo año], ha tomado muy a mal algunas de las frases anteriores, e ingenuamente confieso que lo he sentido: por una parte los años, con su penoso acompañamiento [Cuervo tenía en ese momento cincuenta y siete años, pero los médicos le habían diagnosticado envejecimiento prematuro] han obliterado en mí el órgano de la combatividad, aun en la forma de la discusión más cortés y mesurada, dejándome sólo el deseo, ya que no de agradar a todos, a lo menos de no herir a nadie; y por otra, he sido desde mi juventud, apasionado de las obras de este docto y ático escritor, las cuales he citado a cada paso, como tipo del buen castellano en nuestros días.
“Desecha y aparta el señor Valera como mal pensamiento la idea de que al castellano pueda sucederle en América lo que al latín en el imperio romano; pero lo que más le ha dolido es que yo haya dicho que ‘fuera de cuatro o cinco autores cuyas obras leemos los americanos con gusto y provecho, nuestra vida intelectual se deriva de otras fuentes’; y entiendo que es lo que más le ha dolido, porque recalca repetidas veces en las palabras gusto y provecho, aun poniéndolas en bastardilla. [aquí viene otra nota de pie página que dice: ‘Escribe, por ejemplo ‘Y no se me diga que no bien nos lancemos a hablar, en la antigua metrópoli y en todas las repúblicas sus hijas, diez y ocho lenguas nuevas, desaparecerá la esterilidad de nuestro ingenio, se nos aclararán las entendederas, y en vez de cuatro autores que escriban cosas de gusto y de provecho, tendremos cuatrocientos o quinientos. Desengáñese el señor Cuervo: si en el día y hasta el día hemos sido poco ingeniosos, provechosos y gustosos, lo seguiremos siendo, aunque se repita el milagro de la Torre de Babel’. Por más que reciba yo siempre con agradecimiento los consejos de personas a quienes respeto, en el caso presente podrá cualquiera pensar que la amonestación carece de una las principales condiciones que han de acompañarla, y es la de la discreción, pues ni ahora ni nunca he dicho que con la multiplicación de las lenguas hayan de aguzarse los ingenios, y por tanto no tiene el señor Valera por dónde saber si yo estoy en ese engaño o no’] Sin embargo, no debo insistir en esta desazón del señor Valera, ya que, pocas líneas adelante, se queja él propio de que en España mismo tendrían que andar hoy con fatigas para encontrar el número de los cuatro o cinco autores cuya lectura trae gusto y provecho a los americanos: ‘Ni siquiera en España caemos en gracia’. Yo lamento también como el que más, y sin poderlo remediar, que si en América quiere alguno estar al tanto del progreso científico y literario, desde la gramática hasta la medicina, la astronomía o la teología, no se le ocurra acudir a los libros españoles, y que si tiene los recursos necesarios para trasladarse a las universidades europeas, no escoja las de Madrid o Salamanca.
“Sea de esto lo que fuere, juzgo asunto interesante y que merece tratarse despacio, averiguar el estado del castellano en América y en vista de él conjeturar su suerte en lo venidero. Pero antes de intentarlo conviene recordar algunos hechos reconocidos como ciertos en la historia del lenguaje. Por sí solas, con el mero andar del tiempo y con las transformaciones ordinarias de las sociedades, pueden modificarse las lenguas, hasta el punto de convertirse en otras; como lo vemos con sólo comparar los primeros monumentos de nuestro castellano, los de las lenguas de oil y de oc o los del alto alemán, con lo que hoy se habla y se escribe en España, Francia o Alemania. De modo que el latín pudo trasformarse también sin que hubieran intervenido los grandes trastornos que precedieron al nacimiento de las modernas nacionalidades; y la lengua castellana podrá seguir pasando por alteraciones sucesivas que aun paren en lenguas muy diferentes de las que hoy hablamos, sin que para eso se requiera, como supone el señor Valera, cosa parecida a la invasión de los bárbaros o al llamado letargo de la edad media, y menos todavía el que la lengua antigua sea sustituida por otra diversa, como si dijéramos el quechua o el chibcha. Los que cultivan la lengua literaria, acostumbrados a entender los libros de varias generaciones, padecen con frecuencia una ofuscación que les oculta las diferencias de cada época, haciéndoles creer que pueden fijarse los idiomas; pero no es necesario observar espacio tan largo como el que separa el Fuero Juzgo castellano o los poemas de Berceo de la elegante prosa del señor Valera, para descubrir diferencias sustanciales. Dejo aparte la pronunciación y ruego al mismo señor me diga si él emplearía los pronombres vos y quien como Cervantes, o si diría hiciéredes, quisiérades; o si usaría muchas construcciones, términos o expresiones del Quijote que hoy son malsonantes, o están olvidadas o con dificultad se entienden”.
El primer día del primer año del Siglo XX, escribió a Cuervo su amigo el farmacéutico y escritor catalán Ángel Sallent y Gotés una carta que termina con frase en apariencia insólita: “Valera es sin género de duda quien con más autoridad y más cariño ha pregonado los incomparables escritos de usted”. Puede que a Cuervo lo haya dejado impávido, y con razón, la revelación halagadora del farmacéutico, pero la frase de Sallent y Gotés es la llave que nos abre la puerta original de la polémica entre Cuervo y Valera.
Valera, en efecto, había escrito en 1896 [dos años antes de la polémica] en un artículo titulado Los Literatos españoles en el Siglo XIX:
“En el profundo conocimiento de nuestro idioma, nadie hay ahora en España que compita con don Rufino Cuervo. El padre Blanco García llama, con sobrada razón, labor ciclópea de que pudiera ufanarse cualquiera literatura el Diccionario de Construcción y Régimen de la lengua castellana, del que ya ha publicado dos gruesos tomos el referido e ilustrado hijo de Colombia”. El elogio de Valera no se circunscribe a Cuervo, sino que se entusiasma con la literatura colombiana, y añade: “Muchos son los poetas y prosistas de que puede además gloriarse aquella república, descollando los dos Caros, padre e hijo, que hemos citado; Julio Arboleda, Gregorio Gutiérrez y González, famoso por su Memoria sobre el cultivo del maíz; Rafael Pombo, Diego Fallon y no pocos otros, debiendo hacer singular mención de don Antonio Gómez Restrepo, actual Secretario de la Legación de Colombia en Madrid”. El mismo año, en análisis de la obra póstuma de Juan Montalvo, Valera reafirma su opinión sobre Cuervo: “Tal vez sea en nuestra época, un colombiano, Rufino Cuervo, quien sabe, teórica y gramaticalmente, más lengua española, pero [un pero que a Cuervo no le debió caer en gracia] sin duda, quien la maneja con más castiza abundancia de vocablos, frases y giros, y quien la escribe con más primor y limpieza, como quien borda rico dechado, es, a mi ver, este para nosotros extranjero y acaso semiindio [Juan Montalvo].
De ahí que la aserción de Cuervo en su Carta-prólogo al poema del argentino Soto y Calvo, de que “en España no había más de cuatro o cinco autores que se leyeran en América con gusto y provecho”, le cayese a Valera como un puñetazo que no se esperaba. El famoso escritor español tomó como ofensa personal que, cuando el había dicho que Cuervo era el más profundo conocedor de nuestra lengua, y que en Colombia había muchos prosistas y poetas de renombre, de los cuales cita como ejemplo a siete, Cuervo le agradeciera con la afirmación humillante de que en España no había más de cuatro o cinco escritores importantes. No pienso que Cuervo albergara intención soslayada de molestar a Valera (ni existía motivo visible para ello, salvo el pero de la nota sobre Montalvo), sino que, con su característica de decir sin dobleces lo que piensa, quiso dejar constancia de lo que para él era un hecho evidente: que en España no había más de cuatro o cinco escritores vivos que pudieran leerse en América con gusto y provecho. Ese hecho no era tan evidente para Juan Valera, que resintió el golpe y lo devolvió con otro no menos doloroso para Cuervo.
En su réplica del 24 de septiembre de 1900, (Sobre la duración del habla castellana, con motivo de algunas frases del señor Cuervo) lo de menos importancia para Valera es la duración de la lengua castellana. Parece más interesado en herir a Cuervo y lo consigue con destreza. Comienza Valera por auto alabar su condición de optimista
“A Dios gracias yo soy por naturaleza poco inclinado a la melancolía y al desaliento. Hasta en las circunstancias más tristes procuro hallar algo que me traiga esperanza y consuelo. Como los niños de los cuentos de hadas, cuando se pierden en oscura y tempestuosa noche, en medio de un bosque lleno de malezas, precipicios y tal vez fieras, veo siempre a lo lejos resplandecer la lucecita que ha de guiarnos a un espléndido alcázar, donde genios bienhechores han de albergarnos, restaurarnos y regenerarnos.
“A pesar, no obstante, [aquí hay una especie de pleonasmo. A pesar y no obstante tienen el mismo significado de sin embargo] de esta dichosa condición mía, como son tantos los Jeremías y las Casandras que andan por ahí pronosticando nuevos males, y como brillan con frecuencia ante mis ojos, a modo de siniestros relámpagos, terribles avisos y ominosas señales, confieso que me desazono, la postración se apodera de mi espíritu y me pongo muy compungido”.
Después de algunas consideraciones sobre su confianza en la perdurabilidad de la lengua castellana, perdurabilidad que creía asegurada porque lo hablaban en diecisiete repúblicas que habían permanecido como colonias en poder de España por cuatro siglos, Valera lanza el grueso de su artillería contra Cuervo
“Pero mi gozo en un pozo. Yo esperaba que seguirían siempre siendo hispanoparlantes cuantas naciones se extienden desde el Norte de México hasta el estrecho de Magallanes. Yo esperaba que seguiríamos hablando la lengua española cincuenta o sesenta millones de seres humanos [en ese momento el total de la población iberoamericana]; gran porvenir para nuestra literatura, por poco que dichos seres escriban y lean. Pero lo repito: el gozo en un pozo. Y ha venido a arrojarme en él, con sus dudas y temores, nada menos que el más profundo conocedor de la lengua castellana (y bien podemos afirmarlo sin temor de que nadie nos desmienta) que vive hoy en el mundo”.
Valera hace a continuación un recuento del poema Nastasio, y vuelve a machacar que en la carta-prólogo “hay una idea harto contraria a la condición, vida y carácter de quien la emite. Imposible parece que desconfíe tanto del porvenir en América del idioma castellano quien ha consagrado toda la vida a su estudio y está erigiéndole el maravilloso monumento de un Diccionario de construcción y régimen. Quizá exprese don Rufino J. Cuervo, pues ya se entiende que éste es el autor de la carta, no ya una convicción, sino el temor, propio de quien mucho ama, de que aquello que ama desaparezca o muera”.
El resto del artículo de Valera, del cual cita Cuervo algunos párrafos para iniciar su respuesta, no contiene mucha sustancia y se reduce a lanzarle a su contrincante pullas más o menos ingeniosas, como con la que termina. Hace una larga digresión sobre la novela “del escritor polaco Sienkiewicz” Quo vadis? que “está teniendo en España un éxito tan grande de librería” como “no le ha tenido ningún novelista español”. Y de la parrafada, algo farragosa, le clava a Cuervo la banderilla final: “En suma: yo no quiero decir más sino que la novela Quo vadis? se lee con gusto y con provecho como dice el señor Cuervo que sólo se leen en América cuatro o cinco de nuestros autores”.
A primera vista, Valera había puesto a Cuervo contra las cuerdas. ¿Cómo podría explicar don Rufino José la contradicción flagrante de haber dicho en el famoso prólogo a la primera edición de las Apuntaciones Críticas de 1872 [reiterado en las numerosas ediciones subsiguientes] que “Nada, en nuestro sentir, simboliza tanto la patria como la lengua: en ella se encarna cuanto hay más dulce y caro para el individuo y la familia, desde la oración aprendida del labio materno y los cuentos referidos al amor de la lumbre hasta la desolación que traen la muerte de los padres y el apagamiento del hogar; un cantarcillo popular evoca la imagen de alegres fiestas, y un himno guerrero, la de gloriosas victorias; en una tierra extraña, aunque halláramos campos iguales a aquellos en que jugábamos desde niños y viéramos allí casas iguales a donde se columpió nuestra cuna, nos dice el corazón que, si no oyéramos los acentos de la lengua nativa, deshecha toda ilusión, siempre nos reputaríamos extranjeros y suspiraríamos por las auras de la Patria. De suerte que mirar por la lengua vale para nosotros tanto como cuidar los recuerdos de nuestros mayores, las tradiciones de nuestro pueblo y las glorias de nuestros héroes.; y cuando varios pueblos gozan del beneficio de un idioma común, propender a su uniformidad es avigorar sus simpatías y relaciones, hacerlos uno solo. Por eso, después de quienes trabajan por conservar la unidad de creencias religiosas, nadie hace tanto por el hermanamiento de las naciones hispano-americanas, como los fomentadores de aquellos estudios que tienden a conservar la pureza de su idioma, destruyendo las barreras que las diferencias dialécticas oponen al comercio de las ideas”, y decir en 1899 la cosa contraria? La contradicción se resalta porque en 1900 el señor Valera le replica al señor Cuervo con las mismas ideas que el señor Cuervo había planteado en 1872.
Para explicar que su contradicción se resolvía en sí misma, Rufino José Cuervo, a continuación del párrafo introductorio que dedica a contestar las directas o indirectas de Juan Valera, se olvida de él y escribe El Castellano en América, uno de los grandes ensayos científicos, filológicos y lingüísticos de la lengua castellana. Demostrará en primer lugar, que en una edad todavía remota, el idioma castellano se habrá transformado en otra lengua, o en varias lenguas distintas, como sucedió con el latín; pero que, como con el latín, el fenómeno de extinción del castellano no ocurrirá antes de un amplio período de expansión; en segundo lugar que los síntomas de evolución del castellano se pueden observar ya en los vocablos propios de cada región, no sólo de la América hispana, sino de la propia España y que serán cada día más evidentes y abundantes; y en tercer lugar que sus obras, desde las Apuntaciones Críticas hasta el Diccionario de Construcción y Régimen sólo han pretendido darle al idioma español las herramientas filológicas y lingüistas necesarias que le permitan, en ese período de expansión, preservar su pureza mediante la inclusión enriquecedora de los vocablos originales de los pueblos americanos.
Cuervo tenía una mentalidad literario científica, mientras que Valera circunscribía su pensamiento a lo estrictamente literario. Era difícil que pudiera sostenerse entre ellos una polémica de iguales. Valera ni poseía los conocimientos, ni el método de análisis científico, ni las herramientas de lingüística y filología en las que Cuervo abundaba. Valera se habría visto a gatas para contestar un escrito denso y profundo, sin dejar de ser ameno, como la respuesta de Cuervo, que se convierte en un ensayo. Por eso Valera no se le mide a polemizar con Cuervo sobre lo que él plantea en El Castellano en América, sino que sustituye la discusión científica por unas cuantas pullas que le lanza a su contendor. En prólogo para el libro de Santiago Pérez Triana, Reminiscencias Tudescas, dice Valera con la evidente intención de molestar a Cuervo por el hecho de que este hubiese preferido Paris para sus estudios y residencia, antes que Madrid. “…y ya que la madre España se halle atrasada y decadente, y valga poco para ilustrar y educar a sus hijos emancipados del otro lado del Atlántico, bueno es que no se ilustren, ni se eduquen en Francia sólo, sino que tomen también de Alemania y de Inglaterra. Saciando así, no en una sola fuente, sino en varias, la sed de sabiduría, el ser castizo, solicitado por distintos y aun opuestos objetos y movido por distintas propensiones, permanecerá firme en lo sustancial, no se descartará y conservará su naturaleza genuina.
“Ha dicho el señor don Rufino Cuervo que sólo hay ya cuatro o cinco libros en castellano que pueden leerse con deleite y provecho por los habitantes de la América española. Sea muy enhorabuena. No trataré yo de demostrar que el señor don Rufino Cuervo, o nos trata con adusta severidad, o anda muy equivocado. Iré más allá que él: no concederé sólo que es exacto lo que dice, sino que afirmaré que no hay un solo libro español que enseñe nada ni que merezca ser leído. Pero si no los hay ni los hubo, ¿por qué hemos de asegurar también que nunca los habrá? Si por acá en Europa no los escribimos ni somos capaces de escribirlos, ¿hemos de reconocer y de proclamar la inferioridad intelectual de nuestra raza hasta el extremo de que ni en América han de aparecer ya escritores que diviertan o que enseñen, que puedan ser leídos con deleite o con provecho? Si el mal está en nuestra natural condición inferior, el mal no se remedia con salir escribiendo en otro idioma que no sea el castellano, o con incurrir en los más serviles y constantes galicismos de pensamiento, lo cual casi es peor. Así, pues, yo aplaudo y celebro como eficaz antídoto contra la galomanía que el señor Pérez Triana haya estudiado en Alemania, sepa tanto de la literatura de aquel país…”
Como se ve el señor Valera está respondiendo con tópicos los planteamientos trascendentales del señor Cuervo, y además refutando cosas que Rufino José no ha dicho. Esto le disgusta al señor Cuervo mucho más que las pullas del señor Valera. Cuervo lo expone con claridad en carta que en 18 de julio de 1903 le escribe al filólogo italiano Emilio Teza para remitirle el folleto titulado Fin de una Polémica, que viene a ser la segunda parte de El Castellano en América. Le dice Cuervo a Teza: “Con pena le remito el fin de la polémica con Valera: este señor me ha sacado de mis casillas, con la pretensión de burlarse de mí, y no sé si he hecho mal en no aguantárselo. Por de contado que a la ciencia nada le importa que el entienda de lingüística o no, o que yo haya dicho esto, o lo otro, o lo de más allá. Por eso he enviado el folleto a poquísimos amigos del oficio”. En nota inserta en el mismo cuaderno que le envía a Emilio Teza, el señor Cuervo comenta: “Está visto que el señor Valera no quiere entender de qué se trata”.
La pulla de Valera que sacó a Cuervo de sus casillas, es la que cierra un artículo, La España literaria de Boris de Tannenberg. Es más sutil, y por consiguiente más venenosa que las anteriores. Dice el autor de Pepita Jiménez: “Por dicha no es sólo el señor Boris quien hoy en esto se emplea. El número de buenos hispanófilos va aumentando en Francia. De ello dan testimonio la Revista Hispánica, que se publica en París; El Boletín Hispánico que se publica en Burdeos, y la actividad del editor Eduardo Privat, de Tolosa, cuya Biblioteca Española ha dado a luz ya varios interesantes volúmenes y tiene en preparación muchos otros, debidos al saber y al ingenio de los señores Morel-Fatio. Piñeyro, Farinelli, Cuervo, Ernesto Merimée y otros”.
Aquí no habría, para un lector desprevenido, ninguna pulla, ni nada que pudiera ofender al señor Cuervo. Antes bien Valera lo menciona elogiosamente entre un grupo de ilustres hispanófilos que van a ser incluidos en una colección del editor francés Eduardo Privat. Pero la intención de Valera sí es la de burlarse de Cuervo, al poner en español nombres franceses, como Revista Hispánica por Revue Hispanique y Boletín Hispánico por Bulletin Hispanique, así como Eduardo Privat por Edouard Privat, y Tolosa por Toulouse. Esto era para burlarse de lo que Valera llamaba la galomanía de Cuervo, burla que Valera remacha incluyendo a Cuervo como hispanófilo, que era el último título que Cuervo habría deseado tener, y ubicándolo a machete en una colección de hispanófilos a la que Cuervo no pertenecía.
En septiembre de 1902 Cuervo le anunció al director del Bulletin Hispanique de Bordeaux, Alfred Morel-Fatio, un nuevo artículo para completar la respuesta a Valera y replicar a sus nuevos comentarios. Morel-Fatio le respondió a Cuervo:
“Muchísimo me alegro de que continúe la polémica con D. Juan Valera porque la contestación de usted será como suya y pondrá al alcance de los aficionados un nuevo tesoro de erudición y de sana crítica. Excuso decirle a usted que la redacción del Bulletin considera como su gloria publicar todo lo que cae de la pluma de usted. El número 4 está ya en pages, de modo que tendrá usted que esperar el 1º de 1903, pero usted puede mandarme el manuscrito que se imprimirá inmediatamente”. Cuervo le mandó el manuscrito, que contenía también una “amable alusión al Bulletin”, pero llena de invectivas contra Valera. Recibió respuesta de Morel-Fatio el 3 de noviembre de 1902: “He recibido y leído de un tirón su preciosa contestación a Valera que tan magistralmente pone las cosas como deben estar. Le mandaré mañana a Cirot para que se imprima desde luego”.
Sin embargo, al releer el artículo de su eminente colaborador, Morel-Fatio se asustó por la ferocidad de las críticas de Cuervo contra Valera, y volvió a escribirle el 7 de noviembre
“Réflexion faite, creo que la alusión tan amable de usted al Bulletin, en su contestación a Valera, tiene ciertos inconvenientes y podría dar prise a tal o cual personaje poco simpático a nuestra modesta publicación. De modo que contando con su buena amistad, vengo a pedirle a usted suprimir la frase. Además y auque haya algunos motivos de creer que Valera puso Boletín Hispánico de Burdeos con cierta intención despreciativa, no aparece la tal intención con tanta claridad que necesite la paliza que usted le administra: más vale no menearlo”.
Cuervo accedió a no menearlo y suprimió la frase. El Fin de una polémica se publicó en el Bulletin Hispanique del primer trimestre de 1903. Ni Valera, ni Cuervo volvieron a cruzar palabra por la prensa. Valera murió en 1905 y Cuervo en 1911. Al escribir en un diario de París la nota necrológica del sabio bogotano, su colega el filólogo francés Raymond Foulché Del Bosc hizo un espléndido resumen de lo que había sido la polémica con Juan Valera:
“A un sudamericano amigo nuestro que lo vio en París pocos años antes de su muerte, en 1908, le decía sonriendo: ‘Tengo escrúpulos de vieja. Es algo morboso que me impide escribir. He reunido muchos materiales pero encuentro siempre que algo falta a las afirmaciones más sólidas para ser científicas, que el saber, cuanto más intenso, es también más tímido y lento’.
“Contribuyeron a aumentar tales escrúpulos infundadas críticas que herían la quebradiza susceptibilidad de Cuervo. El primer tomo del Diccionario fue elogiado por la crítica francesa y por las sumidades intelectuales de España también. Pero no siempre le perdonaron en Madrid que fuera él, un americano, la primera autoridad en cuestiones de filología española. Más de un ‘energúmeno’, como le decía don Manuel Tamayo y Baus en una carta fechada el 22 de noviembre de 1886, le atacó sin nombrarse, con mal reprimida cólera. Y don Juan Valera, el impertinente don Juan Tenorio de las letras españolas, que comenzaba a extender su ‘protectorado’ en América, sintió celos del americano magistral. ‘Figurándose tener aun el imprescriptible derecho a la represión violenta de los insurgentes, como decía agudamente Cuervo, amonestaba al filólogo con enfadosa insistencia, en La Nación de Buenos Aires, en El Tiempo de México, etc. ¡Singular contienda aquella! Por un lado la presuntuosa ‘erudición a la violeta’; por el otro el saber humilde y formidable. Como las cosas subieran de punto, don Rufino castigó la altanería en un artículo vengador. Era quizás la primera vez que se enfadaba. “A lo que parece –escribía entonces—no tiene el señor Valera más idea de lo que se habla en América que la que le dan los libros de sus admiradores”. Concluía don Rufino por censurar al censor: ¡hallaba errores gramaticales en la respuesta de Valera!”.
Está claro hoy, ciento diez años después de la sonada polémica entre Rufino José Cuervo y Juan Valera, que quien de lejos tuvo la razón fue el señor Cuervo, como lo vamos viendo a diario en la evolución del lenguaje. Las previsiones idiomáticas de don Rufino José Cuervo respecto al castellano se han venido cumpliendo con precisión matemática.