UN MILAGRO CON ALAS
Mario lamo Jiménez
El hombre sabía que recibiría un mensaje, pero no sabía de qué tipo, ni quién sería el mensajero. Así habían sido siempre los mensajes, no había que esperarlos y uno sólo se daba cuenta de que los había recibido después de recibirlos, pero casi nunca en el momento mismo. El mensaje podría provenir del lugar más inesperado y de la manera más sutil.
Una vez había sido un imprevisto aroma a perfume. Estaba trabajando en casa, distraído, cuando de repente el olor a perfume llenó la habitación. Trató de averiguar de dónde venía, pues en su casa nadie usaba perfume ni había productos perfumados. “Seguramente es el jabón con el que me lavé las manos”, pensó. Se dirigió al baño a oler al jabón pero su aroma no era nada parecido. Y el aroma parecía perseguirlo a dondequiera que iba. Entonces cayó en cuenta de que el perfume provenía de su cuerpo. Olió la palma de su mano, y ahí estaba, dulce y penetrante. Era un perfume de mujer y pensó que pronto se dispersaría en el aire. Pero no. Era un perfume persistente, se negaba a dejarlo solo. Cuando llegó su esposa le dio a oler la palma de su mano para asegurarse de que no se estaba imaginando cosas. Ella lo olió y dijo: “¿de dónde sacaste ese perfume?”. Él tan sólo le contestó: “Lo mismo me pregunto yo”. Por casualidad esa tarde estaban celebrando un aniversario por la muerte de su madre. A ella le gustaba mucho el perfume… ¿podría haber alguna conexión? No lo quiso ni pensar. Por más de una hora el perfume lo acompañó, fresco y penetrante, hasta que desapareció tan misteriosamente como había llegado. Se olvidó del asunto, hasta que semanas más tarde cayó en cuenta… había recibido el mensaje, como de costumbre, de la manera más inesperada, no había otra explicación.
Había empezado a recibir los mensajes desde niño. Una vez había sido en la forma de un sueño. La noche anterior a la boda de su hermana se había soñado subiendo las escaleras de piedra de una vieja iglesia, vestido de traje y corbata, pero caminando solo a la par de los invitados. De la nada surgió un hombre que le preguntó: “¿Tiene usted invitación para seguir adelante’” Y él, en el sueño, le había contestado: “No necesito invitación, soy el hermano de la novia”. Pues bien, al día siguiente, el día de la boda, se encontró subiendo las escaleras de piedra del sueño, y allí apareció el hombre que le hizo la misma pregunta que había soñado. Por suerte tenía la respuesta lista: “No necesito invitación, soy el hermano de la novia”, y siguió subiendo sin inmutarse. El incidente quedó registrado en su memoria, pero sólo años más tarde caería en cuenta de que el sueño había sido el mensaje de lo que sucedería al día siguiente. Desde ese día se acostumbró a soñar, y en sus sueños, algunos recurrentes, otros únicos, parecía vivir una vida paralela a su propia existencia. Algunos eran historias completas, con principio y fin. Una vez se soñó en un bar y que una mujer se había sentado a su lado. En el sueño sintió un frío inmenso. Se miraron y de inmediato sintieron una atracción el uno por el otro. Bailaron toda la noche a más no poder. Después, él la acompañó hasta su casa y se despidieron. Caminó una cuadra y se devolvió, ¡no le había preguntado si la podría ver de nuevo! Para su sorpresa, la puerta de la casa estaba abierta y la sala parecía como si hubiera sido abandonada hacía muchos años. En una mesa polvorienta encontró un álbum de fotos. Lo tomó en la mano y se acercó a la puerta para poder ojearlo a la luz de un farol. En las fotos estaba ella… ¡vestida de monja! En eso pasó una vecina y le dijo: “Ésta era la casa de Sor Aída, nadie sabe por qué se suicidó”.
Al otro día recordó plenamente el sueño y lo puso por escrito. Todavía sentía el cariño de aquella mujer que había amado por una noche en sus sueños y el frío que sintiera al conocerla.
Pero, una cosa eran los sueños, y otra la vida real, ¿o no?
Después de escribirlo, supo que el sueño había sido el mensaje y que aquella mujer había tenido con él su último baile, antes de que su espíritu abandonara este mundo.
En otro sueño, simplemente apareció una dirección de Internet. Se despertó en medio de la noche y se apresuró a escribirla para no olvidarla:
www.onelife.com
Al otro día, lleno de curiosidad, entró la dirección en su navegador, y para su sorpresa, ¡el sitio existía! Y no solamente existía sino que le contestaba muchas preguntas que se había hecho acerca de la vida y de la muerte.
Pasó el tiempo, seguía esperando los mensajes, pero los mensajes eran como el viento soplaban cuando querían y siempre de forma inesperada.
Estaba un día entrando a su casa, cuando de una corona hecha con piñas de pino y ramas que estaba junto a la puerta, un pequeño pájaro salió volando y se posó en el alero de la casa. Le pareció curioso que el pajarito hubiera escogido esa corona como nido. Volvió a mirar la corona y vio que encima de ella su hija había puesto un colorido pájaro de peluche. “Seguramente lo atrajo el pájaro de peluche”, pensó. Se dispuso a entrar y a cerrar la puerta, cuando el pajarito voló y para su sorpresa, ¡se posó en la cabeza del pájaro de peluche! Llamó a su esposa y a su hija y les mostró aquella extraña escena, sacó su cámara y tomó una foto del pajarito posando con su pájaro de juguete. Estaba tomando la foto, cuando el pajarito voló puerta adentro y se posó en su hombro. Lo dejó completamente sorprendido. Se quedó quieto para no espantarlo. Inmediatamente el pajarito voló escaleras arriba y se posó en un tejido de lana donde estaba diseñado un árbol. Y se posó allí, como si estuviera parado en un árbol de verdad. El hombre le tomó una foto. Parecía tan extraño, ¡un pájaro de verdad posado en un árbol de fantasía! Después, el pajarito fue a una esquina del tejido y cerró los ojos para dormir allí. Hacía frío y tal vez necesitaba albergue por una noche. Lo dejaron descansar. A media noche, el hombre salió de su habitación y allí, justo junto a su puerta, estaba su acompañante con alas, durmiendo plácidamente. A la mañana siguiente, su esposa lo envolvió en una tela suave y lo llevó escaleras abajo, le abrió la puerta, y el pajarito voló, libre como el viento.
Entonces, el hombre, como de costumbre, cayó en cuenta después del hecho de que el mensajero había llegado y se había posado en su hombro y que lo había acompañado toda la noche. No sabía si el mensaje era que todos en este mundo alguna vez somos un pequeño e indefenso pájaro que necesita un albergue caluroso en una noche fría, tal vez se demoraría toda una vida para saber qué había dicho el mensajero, pero el hecho de que se hubiera posado en su hombro no dejó de sorprenderlo. Había sido tocado por el mensajero, con su perfume de amor y ahora podría dormir tranquilo.
No sabía cómo, cuándo, ni dónde le llegaría el próximo mensaje. Sólo sabía que no tenía que esperarlo ni imaginárselo. El mensaje y el mensajero sabían cómo llegar al fondo de su alma.
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