CONTRASTES Y MORALES
Dos artículos de Darío Botero Pérez
Si hallasen en Chávez aunque sólo fuese una de las llagas de Uribe, serían estentóreas e imparables las cargas de la oligarquía venezolana, y su incondicional aliada colombiana, contra las conquistas políticas, sociales y económicas del pueblo hermano, una vez sustraída su riqueza del saqueo, constante, impune y desvergonzado, al que estaban acostumbrados los “dueños del país”.
Se trata de esas inmorales lacras latinoamericanas, tan solidarias entre ellas, herederas de los criollos “libertadores”, convertidos desde hace 200 años en politiqueros, corruptos y clientelistas (clientelares les dicen en otros países hermanos, también herederos de la ruin institución renacentista); auténticos delincuentes de cuello blanco, que tantos privilegios conservan en Colombia bajo el esquema de la república mafiosa y neoliberal.
Su incondicional disposición a combatir los regímenes de corte popular, la comprueba la insistente saña, torpe y “contundente”, permanente y obsesiva, de Claudia Gurisatti, más vehemente que la del desprestigiado racista gorila rubio, de la cadena FOX, Glenn Beck, en su oposición a la justicia social y la igualdad esencial de las personas.
Para ambos, el pueblo raso no tiene derechos diferentes a existir al servicio de los potentados y de quienes los defienden a capa y espada, como lo hacen ellos dos, sin talanqueras morales, dudas ni prejuicios. Por eso los ofenden las conquistas populares, pues significan que los potentados tendrán menos para robar, y hasta terminarán untados de guacherna.
Ella es una destacada combatiente internacional por la defensa de los privilegios de las minorías, conformadas por los relativamente escasos potentados y sus abundantes sirvientes.
A eso se debe su inexplicable ceguera ante los crímenes de la república dictatorial, mafiosa y neoliberal, presidida por el inmune, impune y arbitrario Mesías paisa, tan generoso con los potentados y tan demagogo y paternalista con sus huestes campesinas, engañadas y compradas semanalmente, contra todo orden constitucional; en una indeclinable campaña proselitista, absolutamente ilegal, afrentosa y ruinosa, que convierte en pordioseros a los ciudadanos que caen cautivos en sus redes.
Les basta haberle estrechado la mano a un presidente. Eso los hará inmortales ante sus vecinos y familiares. El mayordomo Uribe lo entiende perfectamente. No olvida las lecciones concretas del dictador Gustavo Rojas Pinilla.
No está dispuesto a que, después de utilizarlo, los oligarcas tradicionales le quiten sus derechos civiles. De una vez ha venido armando su “Anapo”. Por eso cree tener el país en sus manos, aunque Noemí y muchos aristócratas lo desprecien, incluyendo al Carlos García que presidió el Senado y que hoy, según debería ser, estaría (¡vaya uno a saber!) preso por parapolítica, como tantos “fieles” uribistas, incluyendo al simpático Álvaro Noriega y su parentela.
Ante la tragedia interna -o ante la ofensiva imperialista dirigida a desatar la tercera guerra mundial, para lo cual Roberto Micheletti, en Honduras, y Álvaro Uribe, en Colombia (entre otros vende patria), están resueltos a ofrecerles todas las facilidades y garantías a los señores de la guerra, sus amos y últimas esperanzas de sobrevivencia impune; o ante los multimillonarios subsidios de Agro Ingreso Seguro que se embolsilla su patrón, el menesteroso potentado Carlos Ardila Lule, entre otras joyas nacionales-, el silencio y la ceguera de la encantadora periodista bogotana, contrastan con su minuciosidad en el examen de las conductas y palabras del coronel que preside el país hermano.
Todas las oligarquías se pliegan a la estrategia de los sionistas y los wasp: los inamovibles halcones de Washington, pues saben que es el único camino que les queda a los potentados y sus áulicos para seguir cabalgando sobre las mayorías, mientras acaban de destruir la biosfera.
Pero la insurgencia popular exigiéndoles a esos potentados la soberanía que les han enajenado, los tiene aterrados. Aunque chapalean, entienden que llegó la hora de los pueblos, pues si ellos -tan lacras e incapaces, que se han ganado la letrina de la Historia y a nosotros nos toca abrir el tanque que los expulse- siguen dirigiendo el mundo, el colapso definitivo es inevitable.
Quizás ese fue el propósito de los noruegos al entregarle el Nobel de Paz a Obama. Es una forma de otorgarle un respaldo evidente a sus tesis pacifistas y justicieras, tan opuestas a la agresión imperialista que impulsó Bush y que continúa amenazando la paz mundial, y asesinando musulmanes, aunque Obama prometió corregir ese rumbo.
Ese compromiso le permitió ganar un premio que sus actos no merecen, pero que la humanidad sigue interesada en que correspondan a sus promesas. Con ese fin le pagó por anticipado su cumplimiento, dejándolo en deuda con ella. La paz auténtica es el bien esperado por todos, tanto como la justicia social que la garantiza. También esperamos medidas radicales para frenar el deterioro ambiental, reparar los daños causados y cambiar el modelo económico culpable de tantas calamidades.
Ése es el reto de nuestras generaciones, ajenas a los canallas que están acabando con la vida -esos viejos decrépitos escapados del pasado, que tienen que morir con el mundo, para que la vida se acabe; pues sin ellos, la existencia no tiene sentido, porque se consideran imprescindibles y los únicos dignos de vivir plenamente- a causa de su loca y torpe ambición, que es una clara prueba de su incapacidad para seguir a la cabeza de los gobiernos y del destino común. La solución depende de las mayorías que están despertando.
¡Ojalá todavía quede tiempo para rectificar el desastroso rumbo trazado por el neoliberalismo y sus benefactores!
No tenemos derecho a esperar que el Gran Maestro tenga que decirle al Padre: “¡Perdónalos porque no saben lo que hacen!” Tenemos la obligación de saber y responder. Y contamos con los medios para defendernos, incluyendo el abandono a los potentados acostumbrados a usar a las mayorías como objetos y carne de cañón para sus guerras. Sin el pueblo, no son nada. ¡Es nuestro mundo el que está amenazado, por la codicia de uno desalmados! Somos nosotros, las víctimas, los únicos interesados en salvarlo; y los únicos capaces.
DE POTENTADOS-GUERRA A MANSOS-PAZ
Dilema histórico:
Vivir de pié y morir con dignidad,
o sobrevivir de rodillas
y morir deshonrado
Caducidad de la autocracia
El auténtico desafío “milenarista” (o de “fin del mundo”), que estamos viviendo, tiene unos visos de realidad de los que han carecido los anteriores, incluyendo la debacle “mortal” del cambio de fecha entre el 31 de diciembre de 1999 y el 1 de enero de 2000, que tan buenos dividendos les dejó a los programadores de Cobol porque en la mayoría de los programas el campo fecha sólo admitía dos dígitos para el año.
Ya ha alcanzado su obsolescencia el modelo tradicional de gobierno de las sociedades consumistas e irresponsables que reemplazaron el despotismo monárquico en la civilización denominada “occidental” por el depredador capitalismo, con todas sus variantes, incluida la maquiladora China “comunista” de la actualidad, tan contaminadora como USA e igualmente reacia a detener sus crímenes contra el ambiente, el clima y la naturaleza.
Los criterios jerárquicos y mesiánicos que le permitieron gobernar a tanto loco asesino, obsesionado por el poder y enceguecido por la ambición, sin importar los crímenes que tuviese que cometer; han sido derrotados por la conquista más valiosa de la errática civilización occidental, aplicable a toda la humanidad: el reconocimiento de la dignidad y los derechos de todos, hasta de las peores lacras.
La conquista de la igualdad, la fraternidad y la libertad está, por primera vez, al alcance de todos los seres humanos, si se liberan de las cadenas ideológicas, raciales y culturales que les imponen los potentados para “dividir y reinar”, en todas partes y desde siempre, quizás con honrosas excepciones en las sociedades milenarias que han sabido integrarse con el ambiente y evitar la autocracia (¿Existirán? ¿El budismo hará parte de ellas?)
Afanes de democracia
Ante el desafío mortal que enfrentamos quienes aún estamos vivos y con capacidad de aportar -si no delegamos en falsos profetas nuestra suerte-, nos toca recordar que “a camarón que se duerme se lo lleva la corriente”.
Sabemos que “primero se acaba el helecho que los marranos”. Pero no estamos obligados a ser “marranos”. No tenemos que seguir los pasos de “Don Vicente, quien va para donde va la gente” puesto que se niega a pensar porque se lo prohibieron, con la advertencia de que podría ser pecado...
Teme arriesgarse; o la fe sin criterio lo embruteció, hasta el punto de creer ciegamente que los políticos o los gobernantes, lo van a redimir. O, por ejemplo, que los policías del régimen “aristocrático” colombiano, mafioso y neoliberal, lo van a proteger, siendo un miserable destinado a engordar las listas de “falsos positivos”[1] que le permiten al gobierno presumir de victorias sobre la odiada subversión comunista, que prometió exterminar en el plazo de un año, hace ya siete...
O nadamos o nos ahogamos. Todos somos nuestro y nuestros únicos “salvavidas”.
Entre todos, con nuestro esfuerzo, podemos crear el mundo que siempre hemos soñado, y que los más lúcidos y valientes (o ilusos), no han dejado de bruñir.
Para no perecer junto a nuestros ingenuos e impotentes niños, por culpa de los irresponsables y desalmados potentados, ahora nos tocó a los cobardes y calculadores (el eufemismo es “prudentes”), dejar de ser tan crédulos frente a los gobernantes y asumir las riendas del futuro arrebatándoselas a quienes las han manejado incompetentemente hasta traernos al borde del abismo.
Promesas bíblicas
Es cuestión de mayorías solidarias venciendo el miedo y la estupidez; asumiéndose como iguales a cualquier humano: “Pues dentro de poco no existirá el malo; observarás su lugar y ya no estará allí. Pero los mansos poseerán la tierra y se recrearán con abundancia de paz” (Sal 37.10-11)
Los mansos poseerán la Tierra y disfrutarán un mundo de paz. Obsérvese bien: habla de los “mansos”, no de los “mensos”. Éstos generalmente son violentos. Su estupidez los induce a imponerse por la fuerza, pues la razón les es ajena. La reemplazan con músculos y destrezas asesinas, manejados sin escrúpulos ni piedad.
En consecuencia, podemos admitir que los auténticos mensos son los potentados, porque usaron sus privilegios para destruir el mundo y profundizar las diferencias sociales, perpetuando la miseria para las mayorías como su modelo económico predilecto, el que les ha permitido sus afrentosas concentraciones de riqueza y poder.
Su predominio milenario ha demostrado que son incapaces de satisfacer las necesidades básicas de las mayorías abandonadas a su suerte. Tampoco les interesa. Consideran que esa humillación perenne es la condición para sobresalir y seguir posando de “superiores, dignos de admiración y respeto, aunque sólo aportan destrucción y miseria debido a su ineptitud que los convierte en zánganos costosísimos, abusivos e inútiles, que frenan y deforman el progreso auténtico.
Jamás respetaron ni apreciaron el valor inmenso de cada ser humano, ni el enorme potencial que reside en cada uno. Quizás su mediocridad y brutalidad expliquen su estúpida manera de gobernar: depredando y extinguiendo, contaminando y destruyendo, arrasando, saqueando y esclavizando; desperdiciando el talento de las mayorías al sumirlas en la ignorancia, para continuar manejándolas fácilmente.
Son bestias que juzgan por su condición. Por eso bestializan a quienes someten, convirtiéndose objetivamente en enemigos de la vida, el progreso y el futuro, tanto como del planeta y su vecindario. Son lastres que ya no podemos tolerar más. Han demostrado, hasta la saciedad, su incapacidad natural, su brutalidad, su preferencia por la fuerza y su desprecio a la inteligencia.
Persistencia en el error
Son tan mensos que, si no les quitamos sus monopolios del poder y la riqueza, no tienen inconveniente en continuar sus actividades depredadoras que auguran la extinción de nuestra especie -entre muchas más- y la destrucción de la biosfera.
Como que su frivolidad les impide caer en la cuenta de que ellos, si no los únicos, sí son los que más recursos tienen para disfrutar la vida, pues acaparan lo mejor. En consecuencia, son los que más tienen que perder con la crisis ambiental que tan irresponsablemente se niegan a intentar revertir. Más bien se esmeran en profundizarla y agregarle una guerra mundial que les permita pescar en río revuelto con el propósito de recuperar un dominio que ya no están en condiciones de sostener.
Las tímidas propuestas de los halcones de Washington -los más conspicuos representantes de los potentados- para enfrentar el cambio climático, confirman su caducidad. Igual la confirman su apoyo ladino al golpe en Honduras, tanto como el aprovechamiento de la vileza y las ambiciones del mayordomo Uribe para autorizarles el uso de siete bases militares en Colombia, que les permitan ampliar los escenarios regionales de guerra, hasta que involucre a todo el mundo.
Por eso, se les acabaron el espacio y el tiempo para sus arbitrariedades, pues la humanidad ha reconocido el imperio del conocimiento como el único recurso válido para merecer disfrutar y compartir la tierra con todas su maravillas, y aspirar a visitar el universo en son de paz y amistad, no como conquistadores sedientos de sangre y riquezas, como lo han hecho los caducos potentados en la Tierra.
Éstas son las sucias motivaciones que han guiado la Historia. Se esmeran en conservarlas quienes se han favorecido del orden social oprobioso que han impuesto. Están convencidos de que lograrán engañarnos en su propósito de sostener su ruin régimen jerárquico, dirigido por criminales inescrupulosos, de todas las ideologías, durante siglos. Tenemos la oportunidad para superarlo. Conservarlo sería negarnos el futuro digno que merecemos y estamos en condiciones de conquistar, si nos lo proponemos.
El develamiento de su caducidad es el gran fruto de la crisis para los mansos, si nos resolvemos a ser gente en vez de meros títeres de los dirigentes de cualquier catadura.
Los mensos depredadores y desalmados que han manejado el mundo, lo han convertido en un lugar detestable, hacinado y pobre; prácticamente, en un basurero. Son bandidos que no sólo matan los cuerpos sino que secan las almas, corrompen las conciencias y destruyen hasta las esperanzas.
¡Ojalá los mensos se pellizquen y se curen, mientras los mansos les arrebatamos el poder, que a todos nos pertenece! Así sí habrá futuro, como materialización de la Nueva Era.
[1] Como llama el corrupto régimen colombiano, en su neolingüismo orwelliano, los crímenes de estado contra ciudadanos humildes e inermes, muchos de ellos despojados de sus tierras por paracos, mineros y palmicultores de todo pelambre. Así los obliga a ir desplazados a las ciudades, aumentando sus cordones de miseria que alimentan el conflicto porque perpetúan la iniquidad social que le ha dado origen. Allí, aprovechando que son desempleados, los halaga con trabajos en el campo, donde los asesina. Los hace pasar como guerrilleros caídos en combate, para alimentar el fervor furibista de los ofendidos descerebrados que -sin ninguna crítica; con fe absoluta en el propagador de la tal “Segurida Democrática”, que nadie entiende-, lo apoyan en todo lo que haga (aunque no le competa), o deje de hacer (siendo de su competencia) en su “caporalismo vitando” que, según Alfonso Castro, la patria desechó al elegir a Olaya Herrera en 1930, pero que Uribe se empeña en revivir en su versión más retardataria y arbitraria, con sus Consejos Comunales, como llama sus permanentes campañas proselitistas semanales, que se pasan por la faja toda la institucionalidad para presentar al domador de caballos paisa como el gran caudillo, dispensador de favores, sin cuya intervención nada funcionaría, aunque siempre que surgen problemas niega sus responsabilidades directas, que son evidentes y taxativas en la Constitución y la ley. El clásico delito de prevaricato distingue al mejor presidente que ha tenido la patria. ¡Pobre patria!
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