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               GUSTAVO TATIS GUERRA

           

    UNA PLUMA HURTADA DEL CORAZÓN                              DE UN MOCHUELO

                  

                  

Lidia Corcione Crescini


Es claro que los sentimientos de Gustavo Tatis Guerra, son la bella manifestación de la esencia de su experiencia en la niñez, de aquellos tiempos en donde la realidad y la fantasía son el conjuro de deseos inexplicables que se evaporan con el aroma de esencias florales, de cantos telúricos, de monstruos inventados, de riachuelos que musitan palabras encandiladas por una luna llena o un cielo roto por la tormenta en noches peregrinas por los atajos que conducen a la morada para encontrar refugio en el calor de unos brazos con la sabiduría empírica de un amor innato que nos da la certeza de estar flotando desprevenidos hacia un mundo colorido y lleno de magia.
Periodista, escritor cronista, ensayista y poeta, nació en Sahagún (Córdoba, Colombia), tierras al parecer del Cacique Sajú, en dónde la Sabana le dio la oportunidad de devorarse la naturaleza y de allí poder construir desde su sentir, su literatura y poesía, plasmando en cada línea sus metáforas de ágil vuelo que las escribe quizás con una pluma hurtada o encontrada en el camino que le dejó un mochuelo, pluma que nos atrapa con esa manera sencilla y particular de un ser humano valioso que nos invita a participar de la belleza en este siglo de luces por las detonaciones, los secuestros, la corrupción y el dolor que padecemos por la ambición de poder desmedido de muchos hombres que olvidaron su alma en algún lugar del abismo y él de manera primaria, si es que así se le puede denominar, nos dice que la vida es bella a pesar de la fatiga que provoque.
(Fragmentos) En su poema, Violín del diablo nos dice:
“Es sabido que el diablo tiene/ un violín oculto./ Un violín que cruza el océano en/ mitad de la noche./
Quien escuche la voz del agua, la/ finura de esos violines/ puede salvarse o perderse…
…Siempre habrá un ángel perverso,/un ángel provocador/ con un violín en mitad de la/ noche.”
Siempre habrá un ángel perverso, un ángel provocador, sí, esos que se nos presentan en el camino vestidos de pureza y con rostros luminosos que nos envuelven y perturban, un ángel llamado Luzbel que ronda y nos acecha.

Entre sus publicaciones se encuentran “Conjuros del Navegante”, 1988, “El Edén Encendido”, 1994, “Con el perdón de los Pájaros”, 1996, “La ciudad amurallada” (Crónicas de Cartagena de Indias), “Alejandro vino a salvar los peces”, Premio Nacional de Cuento Infantil Comfamiliar del Atlántico, 2002, “Bailaré sobre las piedras incendiadas, ensayo sobre Virginia Woolf, “He venido a ver las nubes”.
Nótese como en cada título de sus escritos sale a la luz la evocación de la naturaleza y lo intangible que sólo lo ve su alma en el diluir de los minutos que transcurren apresuradamente cuando somos asfixiados por el concreto y sólo vemos pájaros y ballenas metálicas atravesar el cielo y correr por el pavimento con su fumarola asfixiante que nos contamina los sentidos y nos vuelve amorfos ante el ojo del huracán.
Así es Tatis, guardián del viento, de la cometa, del agua, de los pájaros, del caracol, del brillo de los peces, de los caballitos de mar, de los cabellos de la aurora, del fucsia del ocaso, de la sed de la tierra en verano, del estruendo de las chicharras y del silencio de las maríapalitos cuando copulan mágicamente. Es por eso que en el mes de agosto, veo sus ojos de cometa, elevarse con ellas, quizás haciendo una plegaria y alimentándose del viento.
Tatis, seducido por la esencia de Ray Charles, colecciona la música de este astro que quedó ciego a los siete años, encontrando detrás del teclado del piano el mejor don que Dios le pudo otorgar: la música, combinando de esa manera evangelio, folclore y jazz, de hecho en su último poemario le dedica este poema:
“Dame la luz de tus manos que cruzaré el aire/ del patio detrás de un grillo que canta/ después te diré en qué patio/ nacen mis oscuridades sublimes/ mis noches de agua que tienen sílabas amarillas/ y alumbran el bosque por donde viajo/ a través de la música.
Dame la lámpara de tus manos/ que aún no he encontrado/ la puerta de salida/ el cielo claro que se/ derrama sobre mis párpados/ luego me iré solo/ y mi alma mirará al infinito.” (A Ray Charles mientras canta I Cant’s stop living you).
Es por eso quizás que Tatis, nos evoca constantemente la belleza de que hablaba Platón, cuando nos decía que las cosas son bellas en sí y no al margen de esa misma belleza y desde esa perspectiva maneja sus letras de manera candorosa.
En uno de sus escritos, “Desde hace rato tengo esta flor para Yola”, podemos entender de alguna manera por que al escritor Tatis Guerra le fluyen las palabras como hileras de hormigas en un día laborioso:

La veo ahora en esa foto que tengo cerca a mí: Yola, con su mejor sonrisa y su traje vaporoso, bajo la sombra de los caracolíes en un patio alinderado por los bahareques en ese instante donde mi padre vestido con una camisa con
charreteras, enciende un cigarrillo. La gitana que le leyó el porvenir a Yola me vio en las líneas de su mano, asomado en aquella madrugada de mayo en Sahagún. Los ojos de Yola, del mismo verde sereno que tenían las bolitas de cristal, brillaron de gozo, y empezó a gestarme en una casa de palma y piso de madera en las tierras lejanas de Sincé, en un patio donde siguen creciendo las hojas del primer limonero y la sombra de aquellos abuelos que soñaron con una tierra cultivada por sus propias manos.
No había dejado de llover en aquella madrugada del veintiuno de mayo, en Sahagún, cuando vine, tal y como se lo dijo la gitana. El recuerdo de la enorme casa de palma y piso de tierra, con un aljibe en el centro del patio, y su viejo totumo, sigue viva dentro de mí: Como sigue vivo el abuelo Ricardo Guerra, quien perdió su ojo izquierdo disparando su rifle de matar tigres. En la trastienda de mi memoria, la abuela Escolástica Flórez, con su dulzura proverbial, no deja de tejer y coser y criar a doce de sus hijos. Las manos de Yola guardan ahora unas hebras de mi cabello de niño, debajo de la tinaja. Los cabellos de todos mis hermanos, los cabellos lacios de Nelsy y los cabellos crespos de Carlos, y los cabellos negrísimos de Alberto, los cabellos negros de Margit, y luego, los cabellos ensortijados de Edgar y Jimmy. Los cabellos de todos nosotros. Yola es la única que sabe cuándo una pared está a punto de humedecerse por la fuga de una gota. Y cuándo una comida está urgida de un punto de sal y un poco de magia para que mantenga su equilibrio. Ella no solo ora por los suyos dispersos en todo el Caribe colombiano y el exterior, sino que también ora por toda la dinastía humana. Yola cubre los espejos debajo de la tormenta para que no se asome la muerte. Tiene un salmo para cada ocasión y antes que salga el sol, Yola ya tiene dispuesto un salmo para que no se hunda Colombia. Y sienta en la misma mesa a toda la parentela y a los vecinos cuando cree alcanzarle el presupuesto, a compartir el prodigio de la amistad y las viandas.
Yola es también la paciencia de una escoba que barre el silencio, las manecillas del reloj conectadas a su corazón y al corazón de sus hijos, el hilo y la aguja que enhebra el vestido del que ha de llegar, la tierra comprada a plazos para ese cuadrado de jardín de recuerdo que ella misma ha adelantado a lo inexorable. Perdí el tiempo el día en que me propuse que Yola invirtiera el diez por ciento de esa cuota mensual destinada para la muerte y la consagrara para la vida. Lo mismo que su mamá Matilde en Sincé que tenía su propio ataúd en el zarzo, y había prestado su ataúd en seis entierros. Yola dice que la murete es lo más seguro que uno tiene. Por eso cuando la tía Narda sintió que la muerte la estaba mirando fijamente a sus ojos, llamó a Yola, para que sus manos prodigiosas le tejieran la mortaja, con la misma paciencia con que Dios la puso a tejer en punto en cruz y con la misma devoción con que ha criado a siete hijos. (Escrito dirigido a su madre).

Cuando Gustavo Tatis gana en el 2002 el premio de Comfamiliar, con su cuento “Alejandro vino a salvar los peces”…“Cada uno de nosotros ha recogido un pez en la lluvia”… inicio del cuento, me comenta que esa narración está basada en las cosas que su hijo Alejandro le decía y le preguntaba.
No me sorprende, su hijo Alejo (así le decimos cariñosamente los allegados), es un joven excepcional a quien he tenido la oportunidad de tratar durante años y de quién siempre me ha llamado la atención que carga para todas partes un diccionario y siente pasión por los animales, por eso cuando Gustavo me obsequia el libro en Julio de 2.003, su dedicatoria dice: “Con el corazón de Alejandro”, de hecho a la fecha, Alejandro está estudiando Biología Marina.
Ciertamente en esta familia del escritor, todos han heredado de sus ancestros, el arte, la magia, el amor por la naturaleza, la música, la belleza y todo se complementa con las artesanías que elabora su esposa Mary, de quien nos describe en un fragmento de su texto Tres cabellos de mujer:
“No sé qué hubiese sido de mí si no se aparece en el camino Mary, aquella muchacha discreta y amorosa que coleccionaba sin conocerme el puñado de palabras que he escrito desde niño en los periódicos.
En medio de las tinieblas, cuando todo parece perdido en el oleaje sin sentido de la sobrevivencia, llega siempre ella con una flor. Con una piedra que ha salvado de las aguas. Con un pedazo de vidrio que ella pule para convertirlo en estrella. Con un pájaro que se ha escapado de repente de nuestras manos.”
Cuando se reúne con algunos de sus amigos, toma un papel y lo convierte en pájaro (origami), haciendo mover sus alas de manera magistral y con nostalgia nos cuenta, esto no los hacía papá y de él lo aprendimos.
En su ensayo “Bailaré sobre las piedras incendiadas, sobre Virginia Woolf”, prepondera nuevamente esas figuras caracterizantes en su letra:
Virginia Woolf en la habitación. Virginia se ha sentado frente al río Ouse.
Es octubre y arden los arbustos dorados y carmesíes que están a su lado. En la otra orilla mira los sauces llorones que parecen lamentarse en su soledad. Mira el bote y el reflejo del muchacho que rema. Su pensamiento se sumerge en la caña en el río. Asciende y desciende en las aguas, se detiene en la punta de la caña y siente el pequeño tirón, y la aglomeración de pensamientos en el cordel.
Se dice: “Estoy pensando, pero tendida en la hierba, qué pequeño, qué insignificante parecía este pensamiento mío; la clase de pez que un buen pescador vuelve a meter en el agua para que engorde y algún día valga la pena cocinarlo y comerlo. No os molestaré ahora con este pensamiento, aunque, si observáis con cuidado, quizá lo descubráis vosotras mismas entre todo lo que voy a decir. Pero por pequeño que fuera, no dejaba de tener la misteriosa propiedad característica de su especie: devuelto a la mente, enseguida se volvió muy emocionante e importante; y al brincar y caer, y chispear de un lado a otro, levantaba tales remolinos y tal tumulto de ideas que era imposible permanecer sentado”.

He venido a ver las nubes, se titula el último trabajo de poemas de Tatis Guerra y de manera acertada en la parte posterior de la carátula del libro y el día del lanzamiento del mismo nos dice el escritor Rómulo Bustos Aguirre:
Confieso que me causa cierta perplejidad la tajante convicción que encierra la declaración que encierra este título. Pudiera parecer elemental y acaso ingenua. ¿Quién, “impunemente”, puede declarar este manifiesto aéreo de la vida? Cosas de poeta dirá el uno... de poeta romántico, enfatizará el otro. Pero, ¿poeta romántico a finales del siglo XX e inicios del XXI, es decir, en el paroxismo de la desromantización del romanticismo que implica la modernidad literaria? ¿Ingenuidad o valentía? En principio, elijo la segunda posibilidad.
Se trata de una deliberada insistencia que aflora desde las dos líneas inaugurales de su primera publicación Conjuros del navegante:
“Como el país de las nubes / así es mi corazón...”.
* * *
Sí, así es Gustavo Tatis, se describe en cada verso, ríe, siente y llora y, nos invita a sosegar la mirada bajo un día de lluvia y nos reza en cánticos de alabanza este poema en filigrana:
“Algo tiene la lluvia,/ su música que borbotea/ en los tejados y me lleva/ a la memoria de tus manos/ algo tiene la lluvia/ su manera de desatarse/ Lenta/ Minuciosa/ Casi en alfileres invisibles…
Nos incita con su poema Epifanía a sentir la vida como un verdadero regalo:
“Como una flor efímera/ como un relámpago/ en un jardín/ como una nube dorada/ que ilumina la noche/ así es la vida.”

Un hombre sencillo, absorto en su imaginación, con nostalgias de la sabana, desenvolviéndose en realidades cundidas de exabruptos de una sociedad arañada por el desazón, desasosiego y la zozobra de saber si alguna bala perdida silenciará nuestros oídos para siempre, sin poder escuchar el trinar de la mañana.

He venido a ver las nubes, nos lleva a recrearnos con la voz que acaricia el corazón del silencio, donde hace posible realizar los sueños ya que todo es realizable en la imaginación, ya que todos de alguna manera como lo describo en mi poema “Poco a poco”, vivimos en un constante devenir:
“…Todos los días/ nazco y muero/ con los brazos abiertos/ con el rictus indiferente/ con la palabra dormida/ con la ausencia y la huida/ con la gloria y la derrota/ con el dulce- amargo/ de los sueños/ en la levedad y la agonía.”

Y es por eso que nos recuerda en su poema De dónde vengo,

“No me preguntes de dónde vengo/ Maria Paula/ vengo/ del arroz volado/ la cama del viento/ las lunas del alacrán/ los veranos de la maríapalito/ el invierno de los caracoles/ la tierra rayada por los niños/ Vengo de Sahagún.

Allí los árboles compadecen/ a los dioses dormidos/ soy un hijo del solar/ de la rayuela/ de la tribu de hechiceros.

Soy de allí/

En el agua/ descifrarás/ el alfabeto/ de mis ojos.