LETICIA HERRERA
POESÍA COTIDIANA COMO EL PAN
Alfonso Gumucio Dagron
Un breve poema de tres versos tan sencillos como misteriosos fue la llave. Su título es tan breve como infinito, “Soledad”, y dice así: “ayer me fui a cortar el pelo / necesitaba que alguien me tocara / auxilio”. Cuando lo leí como única noticia del autor en la contraportada de un pequeño libro titulado “Vivir es imposible” (2000), no me quedó más remedio que iniciar inmediatamente la lectura de todo el libro, y luego de otro más reciente, “Poemas Incompletos” (1984-2006), para descubrir así la poesía fresca y crujiente al oído como el pan recién salido del horno, de Leticia Herrera.
Para más señas, nació en Monterrey, México, en 1960, y además de poetisa (estoy de acuerdo con Jorge Guillén en reivindicar esta palabra) es socióloga, periodista, editora y una formidable promotora cultural, ya que desde hace varios años se ocupa de organizar el Encuentro Internacional de Escritores que este año, en su doceava edición, tuvo por tema central “Literatura y Sexualidad”. Allí es donde nos conocimos e intercambiamos libros, porque uno de los placeres que nos queda a los poetas es leernos los poemas como entre gitanos que se leen la palma de la mano.
La sexualidad, precisamente, es un tema que aparece por doquier en la poesía de Leticia Herrera. A veces aparece como si fuera a su pesar, y a veces, explosivamente, como una reivindicación de mujer que no quiere callar, y que se propone decirlo todo con todas sus letras porque eso es un acto liberador. Así, no hay la menor perversidad en escribir un poema de un solo verso que dice: “cojo ergo sum”, porque el coger por el puro placer en los seres humanos es tan humanizante como escribir poesía, y de eso ya nos dijo muchas cosas hermosas Octavio Paz, que no hay que repetir aquí.
Un delicado erotismo a veces, y a veces una descarnada sexualidad, afloran rompiendo el cascarón de los poemas. No son incompatibles “viñeta de tus manos / donde atisbo / huellas de mí / pecaminosa”, y “a la mayoría de las mujeres / nos da vergüenza decir / que nos gusta que nos la metan / aunque si nos guste que nos la metan”. La sexualidad aparece como en la vida cotidiana, en diálogo con otras cosas sencillas, agitando deliciosamente esas partículas de placer que libera el cuerpo, y que algunos reprimen y otros dispersan generosamente.
La vida está llena de búsquedas y la poesía es búsqueda permanente, por lo que estos poemas son testimonio de ese itinerario de mujer marcado por la curiosidad. El amor y el sexo no son rutas paralelas, son la misma ruta, por eso escribe estos versos: “si no fuera por el falo / no querría a los hombres”, o “la melancolía es un perro azteca / mordiendo mi vagina”, y otros excelentes como los de la sección “versos jongianos”, que son como una respuesta poética al legendario machismo mexicano. Hay algo de catarsis, por supuesto, pero para el poeta la poesía es siempre catarsis, por eso no puede seguir viviendo sin escribirla. Para el lector, es refrescante leer poemas de mujer que no están amordazados por la culpa.
Pero no es tan simple, porque la expresión poética suele ser bipolar, es el resultado de violentas contradicciones. Hay en la persona poética de Leticia Herrera un desdoblamiento de identidad. A veces aparece “la otra”, la que se atreve, huésped ocasional (o quizás la otra es la que no se atreve, la niña buena): “sale de mí / la otra / que me vive adentro / (en el cuarto de atrás) / y la miro /gemir /reír / llorar / temblar / hablar / con el extraño / que se desdobla / de tu nuca”. Esa dualidad puede llevar al borde del abismo: “el año pasado / entré en malos tratos con la locura / con fruición mordía mi flanco / yo aullaba y clamaba / por volver al sitio / del origen”… La tentación de la locura o de la muerte se desvanece en el poema, la poesía tiene el poder de sanar o por lo menos cauterizar.
Si bien mis predilectos son los poemas eróticos, Leticia Herrera aborda otras manifestaciones de la cotidianeidad y lo hace con la misma entrega, naturalidad y desgarradora sinceridad. Por contrapeso quizás al poema más corto de un solo verso citado más arriba, Leticia inicia los 50 poemas de “Vivir es imposible” con el más largo, “Desde el nido”, 380 versos que describen su memoria desde los 5 años hasta los 14 en que empieza a sufrir ese desgajamiento de la adolescencia que la hace pasar de niña a mujer, sin perder la inocencia necesaria para escribirlo muchos años más tarde.
La familia es el primer referente de esta poesía memoriosa: la abuela, la madre, son los astros del universo femenino en el que los hombres brillan por su ausencia. Pero hay otros hombres en el horizonte del mar, rodeados de un halo de misterio, hasta llegar a la poesía más reciente. En esos versos que aluden a marineros, a Acapulco, hay una clave de la memoria, una gran pérdida, la del padre, quizás también el deseo de horizontes desconocidos. Los poemas reunidos bajo el título “Por nosotros también vendrán”, puntuados por la palabra “padre” como un ritmo de respiración, hablan de la ausencia, el dolor y la bronca frente a la muerte que ataca por sorpresa, por la espalda. El último es una despedida culposa: “ya vuelvo padre no demoro / es sólo este arroyo hecho ciénaga / mis pies que se atoran / el vuelo que no alcanzo a pulsar”…
Loas poemas de Leticia herrera son como una conversación susurrada al oído. Establecen una complicidad inmediata con el lector porque lo arrastran a una intimidad llena de revelaciones. Aquí todo es cristalinamente autobiográfico, desde esos primeros recuerdos de niña hasta las canas de la madurez que se evocan como queriendo cerrar un ciclo, pasando por los descubrimientos de la adolescencia, las primeras tentaciones sexuales, los desgarramientos amorosos y físicos, e incluso la muerte, la de los seres queridos y la propia a veces deseada, más como provocación que con convicción. La mirada retrospectiva de la poesía permite afirmar lo que se pierde: “ya no me voy a morir / estoy aprendiendo a vivir sin sobresaltos / qué padre es ser adulto / te vuelves estúpido a costa de renuncias”.
(octubre de 2008) |