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LITERATURA

          

                               POEMAS

                      

Eduardo Gómez

LA HERENCIA

Habitamos la heredad de padres despiadados

de manos bondadosas para el crimen callado

y andares taciturnos entre flores y pájaros.

Sus manos grandes para el estrangulamiento

y sus pechos anchos para la codicia

nos dieron la ternura del veneno

el andar cauteloso de las bestias al acecho

y la mirada oblicua del verdugo.

En rencillas familiares de siglos

aprendimos a pinchar con tenedor

y el arte de los filtros siniestros

cuando el cielo luce lívido de estrellas

y el amor nos asfixia de aromas presentidos.

Oh el reinado de la abuela centenaria

sentada en su trono de palo

con su corona de nieve y su escoba por cetro.

ORÍGENES

Vengo de una infancia aureolada de soles

y custodias de oro que hacían soñar

con algún cielo florecido de vírgenes y ángeles

demasiado remoto para despertar deseos.

Vengo de montañas frescas y aurorales

que protegen en sus pliegues recónditos a un río

-el que canta indescifrables viajes sin regreso-

y nutren bosques donde quedó flotando

la voz de un niño perdido para siempre.

Vengo de casas conventuales y sombrías

donde castas mujeres alejadas del mundo

laborando rezaban y gorjeando esperaban

morir en paz y un cielo como premio

a sus menudas luchas y domésticas cuitas.

Sus voces sedantes todavía resuenan

suavizando pesadillas con humildes palabras.

Allí varones con dignidad se empobrecían

hablando mal del godo raso y de la Santa Trinidad.

Soñé con la existencia remota de los muertos

aferrado a la reja de un blanco cementerio

en noches de luna llena entre los pinos.

Creí en la relación entre dioses y animales

y entre madres muertas y árboles susurrantes.

Quise permanecer fiel a los juegos de infancia

y burlar los deberes del adulto enjaulado

al explorar desnudo el laberinto del mundo

arriesgando el perderme para poder encontrarme.

Porque la contradicción extrema fue mi sino

me tocó contemplar de lejos lo que amaba

y padecer por dentro lo que odiaba

volar muy alto para conocer el abismo

y sumergirme en el fango para vislumbrar las alturas.