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NOTA EDITORIAL

          

                      LATINOAMÉRICA:

       EN BUSCA DE LA HISTORIA PERDIDA

       HASTA LA SEGUNDA INDEPENDENCIA

                      

A doscientos años de festejar el segundo bicentenario de su primera Independencia, América Latina ha iniciado ya el proceso de su segunda Independencia. En 1810 rompimos los lazos coloniales que nos habían uncido a España por poco más de trescientos años y comenzamos una vida republicana artificial. En realidad habíamos cambiado de amo. De ser colonos del Imperio español pasamos a serlo, primero, de las grandes potencias imperiales decimonónicas, Inglaterra, Francia y Alemania –aunque este coloniaje nos aportó muchas luces y podemos catalogarlo de benéfico—y después, apenas iniciado el Siglo XX, caímos en las garras de la más grande potencia imperial y militar jamás vista: los Estados Unidos de América.

           La vida de América Latina en el Siglo XX ha estado marcada, en todos los terrenos, y en todos los momentos, por la influencia malhechora de los Estados Unidos. No hay un solo suceso, histórico, político, social o económico ocurrido en Nuestra América Latina detrás del cual no estén como promotores los Estados Unidos. Durante todo el Siglo XIX, y a partir de la Doctrina expuesta por el Presidente James Monroe, “América para los Americanos”, la naciente potencia del Norte de América se dedicó, con admirable paciencia, a preparar su dominio absoluto sobre los países del Continente “al Sur del Río Grande”. Ya en el Siglo XIX se había anexado grandes porciones territoriales de su vecino, la República de México (Texas, California), y clavado sus botas en territorio de Panamá, entonces departamento de la República de Colombia.  A partir de 1898 la historia de América Latina se escribe y se hace desde Washington. Simón Bolívar lo había advertido en numerosas ocasiones, sobre todo cuando exclamó: “Los Estados Unidos parecen destinados por la Providencia para plagar a América de miserias en nombre de la Libertad”. Y eso es lo que ha hecho en estos dos siglos de nuestra primera independencia la gran potencia norteña: llenarnos de miseria mientras nos habla de libertad. En 1898, so pretexto de ayudarlas en su lucha por la Independencia, Estados Unidos se apoderó de Cuba, de Filipinas y de Puerto Rico. En 1903 despojó a Colombia de Panamá y estableció allí una República que existía nada más que para garantizar a la invencible potencia el dominio sobre el Canal de Panamá, que ellos mismos construyeron después de sabotear y arruinar el que estaba edificando Lesseps desde 1874 por encargo de Colombia. Los Estados Unidos han sido los autores de la tragedia de América Latina. Asesinatos de presidentes, de líderes políticos, golpes de estado, implantación de horrendas y criminales dictaduras, desaparición forzada de miles de ciudadanos, guerras civiles, ocupación de territorios por fuerzas extranjeras, saqueo de materias primas, e imposición de políticas económicas que han impedido que nuestros países puedan desarrollarse, ser autosuficientes, trabajar para sí mismos y no para las empresas multinacionales, que son las reales dueñas del gobierno de los Estados Unidos y las que trazan sus políticas imperialistas. Apoyadas siempre por las voraces y cobardes oligarquías locales, que en todo momento han sido sus serviles instrumentos.

           Para esconder su verdadera cara, la gran potencia de las multinacionales, además de cubrirse con una grotesca máscara democrática, se inventa enemigos fantasmales con los cuales asustar a sus oprimidos. Primero fue el fantasma del comunismo. Había que luchar para detener al enemigo comunista que nos iba a robar las libertades, y las libertades nos fueron robadas…. por los Estados Unidos. Después, el fantasma del terrorismo. Había que luchar contra el enemigo terrorista que nos iba a aniquilar y a esclavizar. Y fuimos aterrorizados, aniquilados y esclavizados… por los Estados Unidos.

           La marcha de Latinoamérica en busca de su historia, es decir, en la recuperación de su identidad y en la lucha por su segunda independencia, comenzó en 1959, cuando el 1º. de enero entraron victoriosos en La Habana los rebeldes que, comandados por Fidel Castro, habían derrotado la siniestra dictadura de Fulgencio Batista, apoyada por los Estados Unidos. Cincuenta años se van a cumplir de esta gesta que la historia universal del futuro contemplará con crecientes admiración y asombro. Por media centuria el heroico pueblo cubano ha resistido la feroz agresión del imperio vecino. Nada, ni un bloqueo criminal, quizá el más largo y canallesco de la historia, ni los mil y un intentos de asesinar a su presidente, ni la propaganda continua y mentirosa para distorsionar la revolución cubana a los ojos del mundo, ni la caída del bloque comunista que supuestamente era su sostén, han conseguido doblegar la dignidad de los cubanos ni la fortaleza de su revolución.

           Hasta hace diez años Cuba estaba sola en su batalla contra el gigante imperialista y su turba de enanos secuaces en todo el continente. En 1999 fue elegido presidente de Venezuela el coronel Hugo Chávez Frías, un brillante revolucionario que, imbuido de los postulados del Libertador Simón Bolívar, comenzó a impulsar la integración de América Latina y se unió a Cuba en esa búsqueda imperiosa de nuestra historia, que Francisco de Miranda, Antonio Nariño y Simón Bolívar dejaron comenzada.

           Como era natural, el presidente Chávez y la República Bolivariana de Venezuela se convirtieron en el nuevo patito feo de América Latina, según lo veían y lo ven los Estados Unidos y sus pequeños aliados. Contra el presidente Chávez se han volcado las iras del imperialismo, amplificadas por un extenso coro mediático de los grandes órganos de prensa del poder oligárquico de América Latina. Intentaron los Estados Unidos darle un  golpe de Estado el 11 de abril, que fracasó de manera providencial, y le han promovido huelgas escandalosas para hundir la economía de Venezuela, y toda suerte de calumnias y de chismes de la ralea, que pintan la baja condición de sus autores.

           No han podido ni podrán con la Venezuela Bolivariana, como no pudieron con la Cuba revolucionaria inspirada por la vida y la lucha del apóstol José Martí. Al contrario. En estos diez años apasionantes han surgido nuevos aliados de la causa latinoamericana. Ecuador, Bolivia, Argentina, Brasil, Nicaragua, quizá Chile, y muy pronto Paraguay, y está el Grupo de Río, que hace unos meses le puso en Santo Domingo, República Dominicana, un severo tatequieto a las pretensiones de Estados Unidos de propiciar agresiones contra los países libres y democráticos por parte de los que siguen sujetos a la coyunda imperialista.

           La Unidad de América Latina, la construcción de su identidad común, y la recuperación de su dignidad, comienzan a cumplirse como un mandato de la historia.

           Los mandatos de la Historia son inapelables.