Mario Lamo Jiménez
Generalmente las elecciones de mitaca en los EE. UU. han sido un acto ritual en las que escasamente vota el 40% de los electores. En estas elecciones, 435 escaños de la cámara (el total de escaños) y 33 del senado (una tercera parte de los mismos) se encontraban en disputa. Sin embargo, casi siempre los congresistas o senadores son reelectos sin mayor problema y los resultados son tan predecibles que por eso la mayoría de la gente ni se preocupa por votar. No obstante, las pasadas elecciones del 7 de noviembre se convirtieron en un verdadero referéndum acerca de la presidencia de George W. Bush, y finalmente todos sus pecados vinieron a visitarlo juntos la misma noche. Como resultado, la cámara y el senado, después de 12 años de dominio republicano, pasaron a poder demócrata. El 60% de los electores, según las encuestas, votó para mostrar su insatisfacción acerca de tres cosas: la guerra en Irak, la corrupción del congreso republicano y la dirección económica que está siguiendo el país. La arrogante ignorancia de George W. Bush unida a los escándalos que ocasionaron el retiro y el encarcelamiento de miembros de su propio partido por aceptar sobornos de contratistas o en el caso del congresista Mark Foley, por mandar correos electrónicos con contenido sexual a menores de edad, desprestigiaron aún más su gestión de gobierno, de hecho ya bastante opacada por el caos que se vive en Irak y por el mal manejo de la tragedia de Nueva Orleáns.
El primer chivo expiatorio en caer fue Donald Rumfeld, el Secretario de Defensa y arquitecto de la guerra en Irak y a quien George W. Bush había jurado una semana antes que mantendría en su cargo por los dos años que le quedan en la presidencia. Sin embargo su “renuncia” ya estaba aceptada antes de que la presentara y hasta miembros activos y retirados del ejército pedían su cabeza. Ahora, el Centro para los Derechos Constitucionales de los EE. UU. se alista a presentar una demanda contra Rumsfeld ante un tribunal en Alemania por crímenes de guerra. Según dicho centro, existe evidencia de que Rumsfeld no sólo autorizó las torturas de los prisioneros, violando así las Convenciones de Ginebra, sino que hasta supervisó en el campo de concentración de Guantánamo uno de los “interrogatorios” en que se violaron los derechos humanos de uno de los presos. A pesar de eso, su renuncia no significa que desde el punto de vista de Bush nada vaya a cambiar respecto a Irak, simplemente es una táctica para que el pararrayos desaparezca de la vista y así darse campo de maniobra.
La responsabilidad del nuevo Congreso es investigar las mentiras en que se basó la invasión a Irak y todos los crímenes de guerra allí cometidos, desde las torturas pornográficas que le dieron la vuelta al mundo por medio de fotos y películas, mostrando la “calidad humana” del ejército estadounidense, hasta el genocidio sistemático del pueblo iraquí, que según cálculos de organizaciones internacionales ya ha cobrado más de 600 mil víctimas.
Karl Rove, el llamado “cerebro de Bush”, fue por su parte el arquitecto de los supuestos triunfos electorales de su jefe en las elecciones de los años 2000 y 2004. Para ello siguió una plantilla que parecía funcionarle a la perfección: demonizar a los rivales políticos recurriendo a trucos sucios o mentiras, el uso de propaganda televisiva con mensajes a nombre de grupos especialmente creados para la ocasión y difamar por medio de ello a los opositores, supresión del voto demócrata e intimidación de los votantes y finalmente, como en el caso de la Florida, recurrir a una Corte Suprema de Justicia amañada para que su candidato ganara las elecciones. También, después del 11 de septiembre se jugó la carta “terrorista”, pero no para defender al país contra el terrorismo sino para aterrorizar a la población misma, diciéndole que votar por los demócratas era favorecer al terrorismo. Dicha táctica fue usada también en estas elecciones, pero finalmente el electorado, tras la debacle de Irak, cayó en cuenta de que las tácticas republicanas en vez de detener el terrorismo, están produciendo más terrorismo, creándolo donde antes no lo había. Ni siquiera la táctica de anunciar el ahorcamiento de Saddam Hussein dos días antes de las elecciones sirvió para conmover al electorado a favor de los republicanos.
El pueblo estadounidense ha repudiado la política doméstica y exterior de los republicanos y principalmente la mal llamada “guerra contra el terrorismo”. Dicha guerra se convirtió en un medio para que el presidente tomara poderes casi dictatoriales suspendiendo el hábeas corpus a su gusto, creando prisiones secretas y centros de tortura alrededor del mundo y estableciendo una falsa doctrina jurídica según la cual el presidente tiene el derecho de obedecer sólo las leyes que él crea convenientes. También, a través del “Acta Patriota” se tomó el derecho de espiar ilegalmente las comunicaciones de todos los ciudadanos, como si acaso algún terrorista los fuera a llamar para darles la noticia de un atentado. Finalmente, el elemento más kafkiano proclamado poco antes de la humillante derrota electoral de los republicanos, fue el hecho de que ahora en adelante los torturados no podrían ni siquiera hablar con sus abogados acerca de los métodos de tortura usados contra ellos, pues dichos métodos son “secretos” y forman parte del “plan de seguridad nacional”.
Según las “encuestas a boca de urna” nos pudimos enterar, por ejemplo, de que el 57% de los electores no estaba de acuerdo con la guerra de Irak y que el 58% no aprobaba la gestión del presidente; que al 60% de los electores le importaba más los temas nacionales que los locales a la hora de votar y que los votantes independientes (aquellos no afiliados con ningún partido) votaron en un 59% por los demócratas, lo cual contribuyó en gran parte a su triunfo. Las encuestas generales revelaban también que las mujeres son más progresistas que los hombres pues tienden a votar más por los demócratas y las causas libertarias, y que los grupos minoritarios votaron en su mayoría por los demócratas, tal vez cansados del racismo y la xenofobia exhibidos por el partido republicano. Para ejemplo, un botón: en la contienda electoral de Virginia, un estado bastante conservador, el titular del senado, George Allen, resultó perdiendo frente a un demócrata por escasos 8 mil votos (con más de dos millones de votos depositados en la elección). Pocas semanas antes, durante una de las manifestaciones de su campaña, Allen había insultado de una manera racista a un observador del partido demócrata, ya que su familia era originaria de la India. Sus palabras fueron: “Este tipo que está aquí, allí parado de camisa amarilla, macaca, o como se llame, está con mi oponente”. Con la palabra “macaca” quería compararlo a un mico, sin saber que su insulto saldría en todas las noticias y que finalmente le costaría el puesto que a su vez le costaría a su partido el dominio del senado.
Al pueblo estadounidense le tomó 6 años entender que su presidente no sólo estaba librando una guerra absurda y genocida en Irak, sino que además estaba librando una guerra contra ellos mismos, recortándoles los impuestos a los ricos y suprimiendo las libertades civiles de la población, a grado tal que hasta usar una camiseta en contra de Bush ya era motivo para sospechar que el portador fuera un “terrorista” y bajarlo de un avión o detenerlo e interrogarlo, negando así el más esencial de los derechos humanos: el de la libre expresión.
A pesar del triunfo demócrata muchas iniciativas sometidas a los votantes resultaron derrotadas gracias a las campañas y al dinero de las grandes corporaciones. Por ejemplo, en California, un proyecto de ley para emitir bonos con el fin de financiar fuentes de energía alternativa no fue aprobado por los votantes, como si jamás hubieran escuchado del calentamiento global y del daño ambiental y contaminación que están causando sus vehículos de combustibles fósiles.
El principal enemigo de la democracia es la propaganda, ya que logra convencer a la gente para que actúe en contra de sus propios intereses, haciéndole creer que las corporaciones que están envenenando el aire y el agua son sus benefactoras. Sin embargo, hasta la propaganda tiene un límite de credibilidad, y cuando George W. Bush aseguraba que había que continuar el curso trazado en Irak mientras cientos de soldados estadounidenses caían en el campo de batalla y miles de iraquíes eran masacrados por bombas y balas, los votantes entendieron que éste era un curso suicida y finalmente le contestaron con un NO rotundo a la guerra, al genocidio y al engaño.
El futuro de los EE. UU. y por ende del planeta debería cambiar cuando se posesione el nuevo Congreso si los demócratas escuchan la voz del pueblo que los eligió. El gobierno de George W. Bush se ha especializado en negar la realidad y es hora de que el capitán del Titanic entienda que si el barco planetario choca contra el iceberg del calentamiento global o de la guerra nuclear, ni el mismo capitán del barco podrá salvarse.
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