Álvaro Antonio Bernal *
EL MUNDO MARGINAL DE BOGOTÁ EN LOS ÚLTIMOS VEINTE AÑOS EN LA OBRA DE MARIO MENDOZA
En este diálogo el escritor colombiano Mario Mendoza habla de su profundo amor por su ciudad y su inmenso interés en narrar el submundo de la Bogotá contemporánea. Esta charla tiene como temática principal la ciudad como gran protagonista en su narrativa, y en ella se profundiza en algunos aspectos relacionados con la marginalidad urbana cuyo fondo se recrea en la mayoría de los relatos y novelas del autor.
Bogotá: suma de voces, encuentros, atardeceres románticos, luces, tragedias sociales, paisajes verdes y ocres, y delirios de ocho millones de habitantes…
AB. Háblenos de su relación con la ciudad, la imagen de Bogotá que usted tiene de niño y de adolescente.
MM. Bueno, eso es justamente el centro de la novela Relato de un asesino. Relato de un asesino es una novela autobiográfica en un ochenta y cinco por ciento y se trata del desplazamiento de un joven que ha nacido en el norte de la ciudad que lo ha tenido todo y que poco a poco, muy lentamente, empieza un desplazamiento hacia el sur de la ciudad. En ese desplazamiento norte sur estaría quizá el conocimiento también de todo un país. Mire, yo me crío a lo largo de toda mi primaria y el bachillerato en un barrio que se llama Santa Ana occidental que está en el norte de la ciudad en la calle 108 y poco a poco en mis años de adolescencia voy desplazándome, digamos viajando, haciendo un recorrido casi iniciativo hacia el centro de la ciudad, hacia La Candelaria después hacia el barrio Las Cruces, y después hacia el sur de la ciudad en donde vivo prácticamente todos mis años universitarios. Allí vivo en pensiones de estudiantes y vivo en inquilinatos que son lugares muy duros, lugares en donde hay un poco de todo y aparece una fauna urbana compuesta por miles de oficios desde el chofer del senado de la República, el vendedor de bazuco, la empleada del almacén Tía, y sobre todo debo aprender a compartir con toda esta gente y creo que son ellos los que me van mostrando los rostros más angustiantes y los rostros más dolorosos de una ciudad que más tarde se convertiría en el tema fundamental de mis novelas.
AB. En su trabajo aparece una Bogotá que discrimina, usted habla de centro, norte y sur. ¿Cómo percibe esta dinámica?
MM. Bueno, en principio sí. Por supuesto la mayor zona, digamos de miseria de Bogotá se encuentra hacía el sur, si pensamos en Monte Blanco, Bella Vista, La Aurora, Barranquillita, Ciudad Bolívar, Sierra Morena, Usme, Bosa o Soacha, estamos en el occidente y en el sur, y es evidente que esa es una afirmación verdadera. Sin embargo, creo que poco a poco se ha venido empobreciendo la clase media y han venido surgiendo cordones de miseria también hacia el norte de la ciudad, entonces comienza una población de tercer y cuarto mundo a florecer un poco en todas partes y un poco en todos lados. Entonces ya es difícil ubicar, aunque sigo creyendo que la división es cierta y es verdad. No olvidemos que nosotros pertenecemos a la zona más injusta del planeta: América Latina, por los estudios y las últimas publicaciones de la UNICEF tiene unos niveles de segregación social y unas diferencias, digamos de poder adquisitivo entre lo que sería la clase trabajadora y la clase rica opulenta que no se encuentra en ningún otro lugar del mundo y en ningún otro continente. Creo que eso es muy evidente en Bogotá y eso salta a la vista en un pequeño recorrido de cuarenta y cinco minutos por la ciudad.
AB. ¿Cómo un escritor que pertenece a la clase alta se relaciona con un submundo tan bajo, tan clandestino como el que describe usted en algunas novelas escenificadas en el centro o el sur de Bogotá?
MM. Por lo que le acabo de decir Álvaro, porque salgo de mi casa a los diecisiete, dieciocho años... estudiaba medicina en la Universidad Nacional y después ya cuando me paso a estudiar Filosofía y Letras tengo que salir de la casa. Soy prácticamente expulsado de la familia y me toca comenzar a rebuscarme la vida y comenzar un poco como a estar en la guerra diaria y cotidiana. Soy un estudiante que por un lado logra entrar a una universidad privada, pero que por el otro no tenía para comprar zapatos, y no tenía ni con qué trasportarme hasta la universidad y muchas veces tenía que irme a pie. Esos fueron cinco años donde mis compañeros diarios de pensión y de inquilinato no fueron los burgueses ni fue la gente más adinerada, todo lo contrario era la gente más dolida que estaba con el peso encima y con las botas de la clase rica sobre el cuello. Eso me dio una sensibilidad, me implicó por supuesto unos niveles de solidaridad y unos niveles también de hermandad que no olvidé a lo largo de toda mi vida y a los que sigo perteneciendo. Sigo creyendo que soy parte de esta gente, ellos son los protagonistas de mis libros.
AB. Hay una obsesión o un interés especial muy marcado en sus novelas en relación con temas, lugares o personajes callejeros como los travestís, los pordioseros, los prostíbulos o el cementerio del Centro de Bogotá. ¿Cómo surge todo esto?
MM. Bueno, yo estoy por supuesto inscrito en algo que se llama realismo degradado o que algunos otros críticos han llamado también realismo sucio. Yo creo que las ciudades de América latina han sufrido grandes transformaciones en los últimos años. Pienso que Ciudad de México, Río de Janeiro, San Pablo, Bogotá o Lima son ciudades que han sufrido ya un Big Bang, han sufrido un Big Crunch social y eso está produciendo unos niveles de miseria y de pauperismo que son verdaderamente alarmantes. A mí no me interesa escribir sobre otros aspectos, ya quisiera yo tener una sensibilidad para eso pero no la tengo, no me interesa una literatura sobre el centro, digamos sobre la gente que triunfa, sobre lo que sería el éxito social o el establishment o algo por el estilo, a diferencia de esa tendencia yo voy camino a lo marginal. Creo que en el centro, en la oficialidad nada sucede, no pasa nada, sólo se repite y se repite miserablemente de generación en generación, pero creo que en el borde o en la periferia de una sociedad, en la frontera, en los límites de una sociedad sucede todo y mis personajes tienen esas líneas de marginalidad. Es ahí donde la condición humana se elimina, es ahí donde algo pasa, algo sucede de verdad. Allí se presenta el acontecimiento, donde está toda mi estética. Cuando digo estética es donde yo veo la belleza. Yo no tengo sensibilidad para ver la belleza en el centro de una sociedad, yo tengo la sensibilidad para ver la belleza en el límite y bueno no puedo cambiar esa sensibilidad, me queda muy difícil.
AB. ¿Cómo surge Leonardo Sinisterra, personaje de Scorpio City?
MM. Hacia 1993 y 1994 miré algunos informes de organizaciones no gubernamentales que hablaban de 185 asesinatos en La Calle del Cartucho, es decir 185 crímenes en cien metros, en apenas una cuadra. Eso es un récord como todos los récords nuestros, un récord de sangre, un récord digamos de crimen y de injusticia y me parecía increíble que nadie hubiera escrito al respecto. Me parecía increíble que eso no había sucedido ni en la guerra de Irak, la primera la del año 91, la de Bush padre. Esto no había sucedido en la guerra de los Balcanes, y no había sucedido en la guerra de los chechenios tampoco, es decir en ninguno de estos conflictos habían matado 185 personas en sólo cien metros. Eso sólo había sucedido en Bogotá y me dije que era necesario escribir sobre el tema, ahondar mi contacto con el líder del Cartucho. En ese momento me contacté con Comanche, la persona que yo siempre pensé que las fuerzas estatales lo iban a asesinar; increíblemente y para sorpresa de todo el mundo este personaje murió de muerte natural. Comanche tenía una revista de poesía que salía en el Cartucho “Las noches de luna llena”. Yo entro a tener algunas conversaciones con él y corrijo esa revista inicialmente, pero me sirve como pretexto para penetrar en esa calle, para conseguir como una especie de pasaporte. Era muy difícil ingresar al submundo y estoy cerca de año y medio conviviendo con esta gente y percibiendo un poco como lo que son los conflictos de la zona, empapándome para una novela y preparando motores para una historia hasta que me llega el argumento perfecto una noche conversando. Este diálogo que yo narro en la novela, es una conversación en un burdel con el personaje de Celia. Es así como me entero de un policía que ha intentado denunciar a grupos de limpieza social y que lo han eliminado de mala manera. Me parece que eso es un argumento precioso y era lo que yo venía esperando y arranco a escribir la novela a la mañana siguiente.
AB. ¿Usted frecuenta este tipo de personajes y lugares?
MM. Bueno, Comanche no porque está muerto, Comanche ya murió y los otros líderes, han venido siendo exterminados uno a uno y ahora las nuevas administraciones han venido como borrando El Cartucho con una estética de maquillaje. Una cosa un poquito laica también, pero con el barrio Santa Fe y con la mayoría de los protagonistas de mis libros mantengo un contacto directo de amistad, de afecto real. Yo no soy un turista ni soy un pasajero de la miseria ni mucho menos, mantengo incluso contactos que son a niveles políticos también, de denuncia. Ayudo a gente que es perseguida y procuro ayudar en la medida de lo posible para que adquiera protección. Mi corazón y mis afectos siguen ligados a esa zona de la ciudad, el barrio Santa Fe es un símbolo muy particular y lo dije por ahí en alguna columna de prensa. El cementerio central está a una o dos calles del comienzo de la zona de tolerancia, la palabra no puede ser más bella en un país donde no conocemos esa palabra, la zona de tolerancia es casi poética y de un lado está la muerte y del otro está la afirmación de la vida. Es evidente que a través del sexo es que nos expresamos, digamos o expresamos nuestra potencia de vida y lo mismo pasa en el terreno del arte, ¿con qué pinta uno? ¿Con qué escribe? O ¿con qué baila? con su potencia erótica, entonces me parece siempre muy curioso que el cementerio esté allí casi como la fuerza Tanática y la fuerza erótica. Eros y Tanatos sólo con una calle de diferencia. Eros y Tanatos son el centro de todo arte y de todo artista.
AB. Usted habrá conocido zonas de tolerancia en Europa, en Asia o en muchas partes del mundo, ¿qué tiene de especial esta zona en Bogotá para ser merecedora de tantas páginas en sus libros?
MM. Bueno, primero que es mi gente, que es mi país, que me siento por supuesto ligado a ellos y no me puedo sentir ligado de una manera tan directa a una zona de tolerancia en Holanda o una zona de tolerancia en Bélgica. Pero independientemente de eso creo que aquí hay algo muy curioso y muy particular y es que aquí no hay profesionalismo en la prostitución por fortuna, entonces usted llega a un lugar de esos y no lo atiende una profesional, lo atiende una mujer con la que usted dos días después se puede estar tomando un café, y esa mujer no se ofrece para usted sólo a nivel de cuerpo, esa mujer termina contándole su vida, esa mujer termina bailando con usted, esa mujer puede terminar salvándolo en un momento de dificultad. Creo que ese no profesionalismo del barrio Santa Fe lo convierte en algo tan humano, en algo tan enternecedor, tan conmovedor y tan memorable para uno. Estas personas están desprotegidas pero lo dan todo, lo entregan absolutamente todo, son ellas una lección de generosidad que nadie tiene con uno nunca.
AB. Visitar, caminar, negociar y frecuentar estos lugares como aparece en muchas escenas de sus novelas no es una apología del delito...
MM. No, yo creo que para mí todo es exactamente al revés, yo he visto lo que la gente suele decirle a uno en donde está el peligro y donde está en realidad el mal. Lo oscuro o la zona sombría de una sociedad es exactamente al revés de lo que sucede en el barrio Santa Fe. Lo más seguro es que usted vaya a esta zona y no le pase nada. La zona de peligro es el Senado de la República, la zona de peligro es la Cámara de Representantes, las zonas de peligro son las grandes multinacionales y los grandes consorcios de banqueros y de magnates del país. Es ahí en donde se han robado la nación. La gente del barrio Santa Fe no le ha hecho daño a nadie, una persona que está hundida en el bazuco en la Calle del Cartucho, o una muchacha que se está prostituyendo en una calle de la ciudad, no veo por dónde pueda ser una amenaza pública. Las altas esferas de poder de este país sí son una amenaza, esos tipos sí han vendido la nación y se han robado el erario a lo largo de todos los años. El mayor problema que tiene Colombia es un problema de corrupción y eso no sucede en las esferas sociales bajas, todo lo contrario. Entonces no me parece que sea una apología del delito, no me parece que ellos sean delincuentes o gente peligrosa. Creo que yo a lo largo de la vida he venido aprendiendo todo lo contrario, lo que parece más moral es más inmoral, y donde está la gente aparentemente condenada es donde están quizá los mayores valores y el heroísmo más desconocido.
AB. Como el tema puede ser un poco reiterativo en algunos de sus relatos, ¿cuál es su opinión acerca de la prostitución?
MM. Ese es un tema muy delicado y sumamente complejo. Creo que hay miles de factores que entran en juego y en general habría que mirar los niveles de desempleo, la influencia del catolicismo, las declaraciones que ha hecho la iglesia también sobre el uso o no uso del condón y su intromisión permanente en temas de salud pública. Aquí no existe una separación todavía entre estado e iglesia, y esa es la razón por la cual sigue existiendo una doble moral con respecto a estos temas, aunque tenemos la Constitución del 91, no hemos logrado una política clara al respecto.
AB. La novela Satanás tiene de fondo la masacre del restaurante Pozzeto en Bogotá durante los años ochenta. Ud. conoció al protagonista, cuéntenos algo acerca de él.
MM. Campoelías era un individuo mucho mayor que yo. En ese entonces yo tendría veintitrés o veinticuatro años. Campoelías me podría doblar la edad, podría ser mi padre. Era el año 1986, el segundo semestre del 86, yo estudiaba literatura y Campoelías estudiaba en la facultad de educación y llegó a la Facultad de Letras por consejo de un profesor. Yo tenía una bibliografía sobre el tema de los dobles, mi director de tesis de esa entonces era Eduardo Jaramillo, que hoy en día es una gran persona en el mundo académico norteamericano, y Eduardo Jaramillo me enviaba fotocopias, no existía la red, no había Internet, nadie tenía computador en esa entonces, y yo dependía de ese tráfico, digamos de esa correspondencia de artículos, ensayos y críticas y de todo lo que me había enviado Eduardo desde Estados Unidos. Todo eso me era muy útil para una tesis que yo estaba escribiendo sobre Aura de Carlos Fuentes. Era una tesis en la que también hacía comentarios a Edgar Alan Poe y a algunos autores del romanticismo anglosajón, norteamericano sobre todo. Campoelías llegó entonces, él estaba presentando o intentando terminar una monografía sobre el Dr. Jekill and Mr Hyde y así comenzamos a hacernos compañeros, a cruzarnos algunos textos hasta que finalmente el cuatro de diciembre del 1986 cometió la masacre y el cinco de diciembre lo veo en todos los diarios y en todas las noticias internacionales.
AB. ¿Nunca notó algo raro en este personaje tan particular?
MM. Hombre Álvaro, lo que pasa es que en la Facultad de Filosofía y Letras todos éramos raros. En Filosofía y Letras, en Arte y en Historia todos eran marcianos, era muy difícil detectar quien era más raro. En esa extraña fauna que estaba en esas carreras, Campoelías era uno más. Entonces él era un bicho raro, solitario, uno de tantos. Hoy en día claro, ya en retrospectiva, lo veo como un personaje sumamente curioso pero como dice alguien: uno todo lo que sabe, lo sabe siempre después.
AB. Usted recrea este horrendo caso en su novela Satanás, ahora los otros personajes que salen ahí, la muchacha, el cura, el pintor, todo eso tiene mucho de realidad también, está basado en algo concreto o es su imaginación que vuela...
MM. No, los tres personajes de esa triada que conforma la novela son estrictamente verídicos, es casi una crónica, son personajes que fui recogiendo a lo largo de los últimos quince años en distintas instancias. A María la conocí en la cárcel de El Buen Pastor en unos seminarios que dicté. El pintor es una persona relativamente cercana a mí, y el sacerdote es un viejo compañero de universidad. Los dos estábamos en una universidad religiosa jesuita y él compartió mucho conmigo, digamos la formación académica, posteriormente se hizo sacerdote y luchó toda su vida contra un problema erótico, el problema de la carne, contra la persecución, digamos su lado más sensual y quizá el más humano. Todos estos personajes los fui poco a poco fusionando, amalgamando dentro de la novela y desde el primer momento sentí que funcionaban perfectamente y lo que hice fue coserlos con la historia de Campoelías. En el caso de Satanás es una historia que no es el centro de la novela, es un destino fatal, es una puesta en abismo lo que es ese personaje. Pero si vamos a ver en relación a la novela, la historia de Campoelías son dos capítulos y la novela en total son diez, o sea que Campoelías en realidad viene siendo un veinte por ciento, los personajes fuertes son los otros tres que te he mencionado.
AB. ¿Cuáles serían los elementos por los cuales la novela tuvo éxito?
MM. Bueno, yo creo que en la novela hay algo que llamaría Baudrillard violencia transpolítica, que es una violencia distinta a la violencia política que es la que nos hace tan famosos a los colombianos. La violencia política está muy clara, es narcotráfico y guerrilla es decir fuerzas que están por fuera del poder, que están acá y que quieren tomarse el poder. Pero la violencia transpolítica no es eso, la violencia transpolítica es la violencia que genera el mismo sistema al interior de él, es casi un problema físico, de entropía y de sobresaturación de los sistemas hasta que producen leyes de caos. Entonces lo que está en Satanás es un extrañísimo matrimonio de violencia política y transpolítica y yo creo que nosotros ya vivimos ese tipo de violencia, ya la experimentamos y entonces es muy curioso porque esa es una violencia internacional. Los protagonistas de esta novela hubieran podido vivir en Berlín, en Nueva York o en ciudad de México y eso fue lo que el jurado vio y premió.
AB. ¿A qué se debe que algún sector de la crítica en Colombia e incluso en el exterior haya sido un poco ácida y no haya valorado la historia?
MM. Bueno, me parece absolutamente normal que eso suceda. Siempre en el terreno de la literatura y en el terreno del arte es muy difícil que exista un gusto unificado con respecto a una obra. Me parece legítimo, como característico quizá, de todo premio. Nunca se va a tener a la crítica unida, nunca se va a tener a todo mundo satisfecho, nunca se va a tener a la gente siempre de un lado o del mismo bando, lo que debo resaltar es que me sorprendió un poco y me pareció también una manifestación de la maledicencia criolla el hecho que se hubieran pasado esas críticas a veces por debajo de la mesa, por Internet y se lo hubieran comentado con cierto regocijo y con cierta gracia digamos, o con cierto placer. Pero creo que de las primeras cosas a las que hay que acostumbrares en una profesión como la mía es a la injusticia y si uno no va adquiriendo también una capacidad de aguante, un coraje o una resistencia es mejor cambiar de profesión, dedicarse a otra cosa…
AB. ¿Cómo ve usted a Bogotá, escenario de su literatura, en las últimas décadas o en el último tiempo?
MM. Es evidente y no podemos negar que en las alcaldías de Mockus y de Peñalosa en los últimos años los bogotanos hemos sufrido una muy positiva transformación en miles de aspectos. Pero por debajo de eso también hay que resaltar desafortunadamente que el hambre, la miseria y el desempleo continúan intactos y que una gran parte, una gran franja de la población continúa aguantando lo peor, seguimos viviendo una era muy difícil. Lo que son las condiciones de injusticia social de este país, eso en términos generales no ha cambiado mucho.
AB. ¿Cuáles fueron esos logros positivos de las anteriores administraciones de la ciudad?
MM. Creo que mejoramos el transporte indudablemente con TrasMilenio. La primera administración de Mockus demostró algo que nosotros los bogotanos no sabíamos y era que pagábamos muchos impuestos y que esa plata prácticamente se dilapidaba y se iba quedando en esa corrupción que tanto nos caracteriza. Mockus procuró en primera instancia que esos dineros fueran legítimamente invertidos para la ciudad y eso cambió también algo que nosotros los colombianos, como que nos faltaba, y era pensar que una política responsable y un voto independiente sí cambian una realidad. Aquí siempre se decía que votar por ese o por este da igual, es que siempre daba lo mismo… Y hay gente incluso que se ufana hoy en día de no haber votado nunca. Creo que se demostró en esas primeras administraciones que era importante votar y que no daba lo mismo votar por una persona o por la otra. Tanto Mockus como Peñalosa eran personas que venían de un mundo académico, universitario, estudiosos del tema y creo que eso marcó una diferencia con la política tradicional en Colombia. Pensando en el futuro deberíamos seguir ese ejemplo y no votar por ese tipo de político de la vieja usanza, digamos de los viejos, esos jefes de partidos rurales, los gamonales. Hay que empezar a votar por un tipo de gente más preparada, más estudiada, gente que tenga intereses no solamente de poder sino de otro orden, de verdadero servicio a la comunidad que es lo difícil.
AB. Usted es uno de los cronistas contemporáneos, observadores de la ciudad, más lucidos, ¿cómo entiende la realidad bogotana que mezcla diferentes culturas urbanas, diversas influencias arquitectónicas, personajes heterogéneos, múltiples temporalidades en el mismo espacio?
MM. Simplemente me encanta. Me encanta y no voy a responder moralmente, pero seguramente otra persona diría que eso es un desastre y que en cualquier otra ciudad eso no pasaría. Pero yo soy un artista, yo no tengo tampoco que estar emitiendo permanente juicios de lo que debe ser o no ser, o ser políticamente correcto, etcétera. A mí como artista me nutre el caos, me nutro de la riqueza, me nutro también de los artilugios y de las artimañas que necesita una sociedad para poder sobrevivir. A mí me parece fascinante, en cualquier otro lugar del mundo yo me aburro y esa es la razón por la cual yo no podría vivir en ningún otro sitio, y no podría escribir la literatura que escribo en ninguna otra parte. El día que tenga que salir por amenazas o cosas por el estilo, creo que para mí sería penoso, lamentable y quizá si llega ese día prefiera irme a Cali que irme a vivir cómodamente a otra parte.
AB. ¿Cuéntenos de algunos escritores interesantes que escenifican sus historias en Bogotá y que de alguna manera han influenciado su obra?
MM. Bueno, considero casi como un predecesor y como una persona que abrió la puerta para una literatura urbana a Antonio Caballero con su novela Sin remedio, una novela a la que me siento muy ligado. Hay unos autores que no han figurado mucho y que me parecen extraordinarios, magníficos y muy representativos. Ellos son casi padres tutelares de lo que puede ser mi literatura. Uno de ellos sería Roberto Rubiano Vargas, una persona que gana en 1981 el premio nacional de literatura con un libro que se llama Gentecita del montón y que tiene también unos cuentos maravillosos en “vamos a matar al dragoneante Peláez”. El tiene un poco de todo y es un escritor injustamente olvidado. Hay así una serie de cuentistas, una serie de escritores que para mí fueron claves y que creo que formaron a toda mi generación, me siento por supuesto muy ligado a ellos. De la generación mía me siento muy orgulloso con todos mis compañeros. Quizá la novela de Gamboa Perder es cuestión de método es con la que me siento más identificado. Esa novela salió casi paralela con Scorpio City.
AB. Usted ha conocido megaciudades latinoamericanas, ¿qué tiene Bogotá de diferente o de sui generis?
MM. El vértigo. En ningún otro lugar del mundo la muerte está tan cerca como en Bogotá y las cifras y las estadísticas todavía indican que somos uno de los centros más violentos del mundo aunque la ciudad haya cambiado. Pero ese vértigo y esa adrenalina que se vive aquí en Bogotá no se vive en ninguna otra parte del mundo, eso produce casi como una manera de defensa, tal vez una afirmación de la vida, que no tiene uno tampoco en ningún otro lugar del mundo. Sólo reflexionando sobre la muerte entiende uno las dimensiones de lo que es estar vivo, entonces uno en ninguna otra parte se siente tan vivo como acá. Me parece que esa es la gran lección de vivir en Bogotá.
AB. Nómbrenos cuatro o cinco novelas que usted crea que recrean o reflejan esa audacia o tal vez ese vértigo bogotano.
MM. Una pregunta difícil. En los últimos treinta o cuarenta años, bueno Sin remedio de Caballero. Perder es cuestión de método de Santiago Gamboa, metería algo de Roberto Rubiano Vargas también aunque no fuera necesariamente una novela, por ejemplo sus cuentos. Incluiría una novela de Plinio Apuleyo Mendoza que sucede entre París y Bogotá. Y, finalmente colocaría indudablemente una novela de R.H. Moreno Duran, la primera de la trilogía femenina.
* Doctor en Literatura latinoamericana de la Universidad de Iowa y docente universitario.
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