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Número 16, Marzo 15 de 2014

 

 

 

La cultura frente al conflicto armado:

 

Romper esquemas para construir país

 

 

 

Texto escrito a partir de la intervención del autor en el Encuentro de Intelectuales y Artistas por la Paz, realizado en Medellín y de algunas reflexiones posteriores.

por GUILLERMO GONZÁLEZ URIBE

GUILLERMO GONZÁLEZ URIBE. Periodista y editor. Fue coordinador del «Magazín Dominical» de El Espectador en los años ochenta, director de la revista Gaceta de Colcultura a comienzos de los noventa y es director de la revista Número desde su creación en 1993. Premio Planeta de Periodismo 2002 por su trayectoria profesional y su libro Los niños de la guerra; Premio Media 2001 de Lasa, Latin American Studies Association, Washington; medalla al trabajo de crítica cultural, Festival Internacional de Arte de Cali, 2001.

 



Necesitamos afinar las voces y afinar los medios. No basta con informar o con gritar.
Necesitamos conocer cada día más lo que ocurre en las entrañas de este país, para poder contarlo en forma tal que llegue a muchos oídos, a muchas conciencias y a muchos corazones, a través de medios que cada día toquen a más personas, y que esas personas, en lugar de ser receptores pasivos, se conviertan en multiplicadores de ideas, reflexiones, creaciones y acciones.
Necesitamos que nuestro pensamiento y nuestro trabajo respondan a ese conocimiento profundo del entorno, y que aprehendamos y aprendamos más de los lenguajes creativos que cada uno maneja.

No basta con tener la razón o no tenerla, o tenerla a medias, y poder dar vida a verdaderas obras de arte. Se ha repetido que los senderos del arte están llenos de cadáveres de trabajos que se quedaron a mitad de camino, porque así sus intenciones fueran buenas, no alcanzó el impulso de conocimiento y creación para convertirlas en piezas maravillosas que llegaran a muchos espacios y que perduraran en el tiempo.

 

¿Cómo podemos contribuir desde la reflexión, el arte y los medios a superar esta profunda crisis por la que atraviesa el país?

 

¿Cómo superar la soledad y la impotencia ante tanta ignominia, ante tanta mentira, ante tanta farsa?

 

Aunque la crisis viene de tiempo atrás (según datos divulgados por el historiador Jorge Orlando Melo en la Feria del Libro de Guadalajara, entre 1978 y el 2007 han muerto cerca de 520 mil personas por la violencia política en Colombia), en el presente cercano se ve reflejada en el destape masivo del genocidio cometido por los grupos paramilitares, y también en la exposición pública del accionar cruel, inhumano y asesino de la guerrilla.
Otro cifra que no deja dudas de la crisis que atravesamos: Colombia es el país con mayor número de desplazados en el planeta: tres millones de personas (ver revista Número, edición 54).
Ese destape ha llevado a que aquello que muchos conocíamos o intuíamos, se difunda en los medios masivos de comunicación. Pero, pese a difundirse, en algunas ocasiones se justifica el accionar criminal, y tal como se publicó en una encuesta de la revista Semana a comienzos del mes de mayo del 2007, parte de la opinión pública —la que mueve la opinión y la política en el país— llega incluso a justificar el genocidio y a sostener que era el único camino para combatir a la guerrilla.

 

Sigamos por este camino. ¿Cómo es posible que un alto porcentaje de la opinión pública esté de acuerdo con un presidente que prácticamente ha regalado, dicen algunos, parte de las empresas estatales al capital privado, que ha recortado dominicales, horas extras, festivos y pensiones a grandes capas de la población asalariada? ¿Un presidente que personalmente y por medio de los integrantes de su equipo de gobierno insulta a sus opositores, los difama y los manda a la picota pública para que caigan en manos de quienes los amenazan o los asesinan? ¿Un presidente que ha tenido una posición genuflexa frente a Estados Unidos, siendo Colombia, por ejemplo, el único país del sur de América que apoyó la invasión a Iraq, y que marcha en contravía de las corrientes de independencia y pensamiento propio que hoy recorren esta parte del mundo? ¿Un presidente sobre el cual cada día crecen más las dudas nacional e internacionalmente por su cercanía, y la de su círculo más estrecho, al paramilitarismo asesino?

 

Para cuestionar esta aberrante realidad no bastan la descalificación, la crítica despiadada o el dardo certero que apenas rozan a quien hoy encarna esta política, el presidente Uribe. Es necesario proceder como el mecánico que desbarata la maquinaria del aparato, y sólo cuando la conoce de verdad, profundamente, es capaz de armarla de nuevo a su antojo. Y es necesario ser capaces de ir al fondo de las situaciones, así duela, para desentrañar orígenes, causas y consecuencias que las provocan para buscar soluciones reales y posibles.
Lo que resulta cada vez más claro es que un sector de la clase dirigente ha preferido crear grupos asesinos, mantenerlos y ocultarlos, antes que ceder un ápice de su poder. Un sector de la clase dirigente, aliado con el paramilitarismo y el narcotráfico, que ha utilizado a las fuerzas armadas del Estado para reprimir la protesta social mediante el asesinato selectivo y las masacres.
Y en relación con la guerrilla, es cada vez más claro que cayó en prácticas inhumanas, como el asesinato, las masacres, el secuestro y las alianzas con el narcotráfico —cuyos dineros corrompen todo lo que tocan— para mantener su poder y el control sobre diversas regiones, y que hoy esa guerrilla, que cada día está más lejos de ser la abanderada de las causas populares, se ha convertido en un lastre para el avance de las fuerzas progresistas democráticas. Es imposible construir un mejor país para todos utilizando en la lucha política métodos contrarios a los más elementales principios humanistas. La carta de Íngrid Betancourt y las imágenes que muestran cómo se encuentra en cautiverio son una muestra inequívoca de que el grupo que la mantiene secuestrada —y en esas condiciones— perdió los principios éticos y morales que pudo tener en sus comienzos y que hoy sus acciones desalmadas no tienen nada que ver con los planteamientos políticos que aún se atreve a sostener.

 

Por otra parte, existe una masa crítica, un sector analítico de la población, en crecimiento, que ve con claridad la situación nacional y que es consciente de la necesidad de una salida negociada al conflicto.

 

Pero también es cierto que una parte de la población está obnubilada por el accionar del presidente Uribe, un ser hábil, inteligente, un indiscutible líder de derecha, que sabe manejar el discurso y los medios, y que cuenta con el apoyo de un alto porcentaje de los medios masivos de comunicación.

 

La pregunta es, entonces, ¿cómo lograr llegar cada vez más a sectores más amplios de la población con ideas, obras y acciones que permeen las conciencias y cambien la composición de las fuerzas de opinión?

 

No basta informar. De información estamos llenos. Es necesario fortalecer y crear canales y medios de comunicación que posibiliten el diálogo, la discusión, la creación, la exposición de puntos de vista diversos, de miradas transversales de la realidad. Que den paso a voces divergentes, a historias, planteamientos, análisis que permitan ver con mayor claridad la realidad que vivimos y las posibles salidas a las crisis. Que, además, no muestren sólo el desastre que nos arrasa sino también las riquezas de nuestra cultura, de nuestras gentes y de nuestro territorio, y de lo que nos estamos perdiendo, lo que se está destruyendo a causa de la guerra, de la intransigencia y de esas miradas excluyentes que empobrecen la existencia del ser humano.
Hay tres caminos concretos para poder difundir y consolidar la creación y el pensamiento divergente. Es imperativo consolidar los pocos medios independientes que existen en el país. Así mismo, apropiarse de ese relativamente nuevo medio que es internet, y por último, penetrar, hasta donde sea posible, y masivamente, los medios de comunicación. No basta con hacer esfuerzos en uno solo de estos sentidos; es necesario combinar las tres acciones para que, a mediano plazo, logremos ese añorado cambio de correlación en las fuerzas de opinión que mueven el país.

 

En cuanto a los medios independientes, es labor de cada uno de nosotros lograr que nuestros medios funcionen. Que cada día sean más hermosos, atrayentes y masivos. Que lo que digamos tenga la claridad, la fuerza y la belleza requeridas para dejar algo en aquellos a quienes lleguemos. Que seamos cada vez más profesionales en el manejo de estos medios para que no sólo sobrevivan sino para que se conviertan en puntas de lanza que lleguen lejos y con eficiencia, y penetren y perduren. Crear redes entre estos medios para que se multiplique lo que dicen, y que sean abiertos para que más gente pueda participar en ellos. Que el público se sienta parte de estos medios. Que se apropie de ellos.

 

Hay que hacer hincapié en la necesidad de superar la informalidad en el trabajo en estos medios, para que sean más profesionales y eficientes, conservando el sentido humanitario con que nacieron.

 

En cuanto a internet, es una posibilidad ilimitada de llegar a muchos sectores de la población, no sólo en el país sino en cualquier lugar del mundo, con esas ideas, propuestas, obras y reflexiones. Hay que apropiarse de internet. Un solo ejemplo: en el caso nuestro, de revista Número, hemos venido creando un correo masivo que tiene hoy dieciocho mil direcciones, y oprimiendo una sola tecla podemos llegar a esas dieciocho mil personas con la información que queremos difundir. Pero este es un ejemplo casi ridículo, frente a lo que es la capacidad de internet. En el caso de Estados Unidos, los blogs o páginas personales han llegado a tener tanto poder que han hecho renunciar a varios funcionarios de la administración pública.

 

Es cierto que la red está llena de basura, pero también que muchas cosas importantes están pasando por internet. En Colombia, el pensamiento alternativo aún no ha visto la trascendencia y las gigantescas posibilidades de utilización que tiene este medio para quienes consideran que otros mundos son posibles.

 

Sobre los medios masivos, sabemos que en su mayor parte sirven a intereses de poderes establecidos. Pero también es cierto que en diversos países las influyentes redes de usuarios de los medios llegan a incidir en sus contenidos.

 

El llamado es a llenar a diario esos medios con opiniones, análisis, críticas, conceptos e informaciones divergentes. La participación de la sociedad civil es la única que puede contribuir a cambiar el rumbo de estos medios.

 

Un aspecto adicional es que en este mundo globalizado ya no se puede mantener oculto lo que un sector dirigente quiere hacer aisladamente con el país al que gobierna. En el caso colombiano, donde la administración del presidente Uribe despectivamente deja a un lado las opiniones y las críticas de los nacionales, lo único que de verdad la toca, por ahora, y la ha movido, son las críticas y los planteamientos de políticos y medios de Estados Unidos; por tanto, también se requiere multiplicar y difundir esos planteamientos dentro del país, pues contribuyen a mostrar que las críticas no provienen de sectores aislados y resentidos, como les gusta señalarlos, sino que son compartidas por poderes tan grandes como la bancada demócrata en Estados Unidos o medios tan influyentes como el Washington Post y el New York Times.

 

Hay algo que engloba todo lo anterior. Nuestra labor, la de periodistas, artistas e investigadores, pasa por contribuir a la construcción de ciudadanía, de tejido social; a la consolidación del pensamiento crítico, de organizaciones, de redes. Solos no hacemos nada; somos como plumas que se lleva el viento. Unidos podemos contribuir a dar forma a movimientos sociales, culturales, políticos y de opinión, que consigan enderezar el rumbo del desangre de este país.
Sin embargo, para ello resulta indispensable dejar a un lado esquemas, preconceptos e ideas rígidas, sobreponerse a los individualismos cerrados, amarrar los egos para controlarlos, superar las rencillas personalistas que tanto desgastan, hacer alianzas, trabajar en llave, dejar a un lado los hegemonismos, consolidar un sector cultural fuerte, maduro, lleno de diferencias en los enfoques, en los planteamientos, en los puntos de vista, pero unido y afianzado en el propósito común de construir un país más amable para todos, en el que podamos convivir dentro de la diferencia sin matarnos por ella. En esta forma podremos ofrecer caminos alternativos a tantas personas que piden salidas, así como orientación para no quedarse rumiando solas su ira.