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Número 4, Junio 15 de 2013

 

 

El otro país

 

 

Enrique Santos Molano

 

Benjamín Disraeli, político y escritor inglés de la era victoriana, dos veces primer ministro, y líder del Partido Conservador, escribió cuatro o cinco novelas, de regular estilo literario, pero interesantes por su análisis sociológico y económico. Una de ellas, ‘Sybil, o Las dos Naciones’, plantea cómo se desarrolla el movimiento social entre las dos naciones de un mismo país (cualquiera que sea), la nación de los ricos y la nación de los pobres, y cómo inevitablemente la que parece más débil en lo económico, la de los pobres, se desplaza hacia la de los ricos y la absorbe. Disraeli no lo describe como una lucha de clases sino como una constante histórica o una dinámica social.

 

No existen formatos acerca del modus operandi del fenómeno. En cada país ocurre de acuerdo con sus peculiaridades. En Colombia, por ejemplo, pueden advertirse los síntomas del gran cambio social en gestación, con la simple observación de las distancias que se han abierto entre lo que Jorge Eliécer Gaitán llamó ‘el país político y el país nacional’. No se necesita tener ojos de lince para ver a la clase dirigente (el país político) ir por una vía, y a la gente del común (el país nacional), por otra.
Mientras el país político se pudre en la corrupción, el otro país, el país nacional, está creando por sí mismo nuevas mentalidades, formadas en la cultura, en la descontaminación de los valores humanos, en la conciencia de cambiar por vías pacíficas, irreversibles e inatajables, el actual e insufrible estado de cosas originado por la corrupta ineptitud de la clase dirigente.
Los medios no cesan de publicar y denunciar, a diario, escándalos de corrupción, noticias de crímenes de todo tipo, que dan la idea de un país que está sumido en la sentina. Y sí. El país político lo está. En cambio, en el país nacional la vida florece en un jardín variado, con las flores más hermosas brotadas del espíritu creador de sus gentes. No porque los medios ignoren esas manifestaciones, dejan ellas de existir.

 

Tomemos un caso, que se reproduce en todos los municipios colombianos. La impresionante diversidad cultural de Villa de Leyva. La famosa arquitectura colonial de la ciudad, fundada hace más de cuatrocientos años, podría sugerir la idea de que se trata de una comunidad dormida en el tiempo. Lejos de ser así, Villa de Leyva, además de atractivo centro turístico, es un hervidero de iniciativas culturales de una calidad que sorprende y emociona. La Asociación Comité de las Bellas Artes de Villa de Leyva, semillero de excelentes artistas, realiza semana tras semana, en la Casa del Primer Congreso (llamada así por haber sido la sede del Congreso Inaugural de las Provincias Unidas en 1812) exposiciones de pintores y escultores nacionales e internacionales que atraen numeroso público por la altísima calidad de las obras que se exhiben. La Asociación Comité para las Bellas Artes de Villa de Leyva ganó el año pasado una convocatoria del Ministerio de Cultura, con un muy bien pensado proyecto, ‘La fuerza de la continuidad’.

 

Otra actividad que puede mostrar su prestancia en cualquier lugar del mundo es la musical. Hay en Boyacá y en los demás departamentos bandas y orquestas, de niños y de jóvenes, que tocan como los profesionales más experimentados. La Orquesta Sinfónica Infantil y Juvenil de Villa de Leyva es un espectáculo que los amantes de la música apreciarán con placer indecible (http://www.youtube.com/watch?v=njZJurf_8yw).

 

Como dije, esas y muchas más manifestaciones abundantes de la vitalidad y empuje del país nacional contrarrestan la imagen de que Colombia es una nación de corruptos. No lo es, ni mucho menos. El país político está corrompido, y la historia y la experiencia demuestran que la corrupción es el principio del fin de cualquier cosa; pero el país nacional, la verdadera Colombia, la Colombia que anhela la paz y que defiende la convivencia democrática, la honestidad y la decencia, se expande incontenible.