Eduardo Gómez
Nietzsche (el más exhaustivo y profundo crítico del cristianismo) decía que, después de 20 siglos, la moral cristiana se había vuelto “una fisiología”. Esa aguda observación (que se anticipa a las comprobaciones psicosomáticas del Psicoanálisis y la Psiquiatría) es fácilmente comprobable en países como Colombia, cuyas mayorías continúan, en variadas formas, ancladas a un catolicismo seudo-medieval y tercamente anacrónico, en contravía de los avances del conocimiento de los últimos 20 siglos. En general, ese hecho se explica por la estructura semifeudal criolla en la economía y las relaciones sociales de amplios sectores, que favorecen la ignorancia y las formas envejecidas de la educación, las cuales contribuyen poderosamente a mantener tendencias supersticiosas en la religiosidad de los colombianos. En la práctica, son los niños de extracción humilde los más perjudicados, puesto que la abrumadora mayoría de ellos no pasan de la primaria en escuelas dominadas por la Iglesia, y se quedan con esa de-formación para toda la vida, mientras los niños pudientes tienen al menos oportunidades de rectificar y superar, en el bachillerato y la universidad (y en sus lecturas particulares) esas ideologías primitivas que siembran la cizaña de la intolerancia inquisitorial, el rechazo de la inteligencia y de las únicas posibilidades de conocer la verdad o aproximarse a ella que el Hombre tiene, a saber, el cultivo de su sentidos y su inteligencia mediante la investigación, el análisis y la experimentación. La Iglesia Católica (a partir de la “Restauración” de Rafael Nuñez) se afianzó como una fuerza retardataria que todavía en la primera mitad del siglo XX condenaba abiertamente las ideas liberales, conquistadas por la revolución francesa hace más de dos siglos, que pusieron fin al feudalismo absolutista y que constituyen la base insustituible de la llamada Cultura Occidental y el punto de partida para toda futura superación de la Humanidad. Los gobiernos liberales fueron impotentes contra el afianzamiento de esas tenebrosas secuelas de la Edad Media Española y estas fueron causa preponderante de la violencia política que debastó al país en los años cuarenta y cincuenta. Al grito de “Viva Cristo Rey”, las hordas “chulavitas” de la policía, iniciaban masacres y desde los púlpitos de centenares de iglesias, curas vociferantes las justificaban y azuzaban, lanzando anatemas contra los “liberales del demonio”.
Por lo demás, la Iglesia siempre desalentó las luchas por una humanidad mejor, planteando el dualismo antagónico entre el cuerpo, la parte baja y animal del Hombre, y el alma, supuestamente “inmaterial y chispa divina”, de tal modo que todo lo que se hace por el cuerpo y para satisfacer sus deseos, está en peligro de ser “pecaminoso”. Pero como el cuerpo es el alma y viceversa , según decía Heidegger, todo lo que dañe el cuerpo repercute en sus funciones sincréticas más altas (de las cuales surge el mito del “alma”) disminuyendo y debilitando la capacidad del sujeto integral. Predicar mortificaciones para el cuerpo y el sufrir con paciencia la pobreza y la humillación como camino expedito para conquistar el cielo, a un pueblo que padece hambre y muchas carencias elementales, es de un sadismo feroz, y resulta (intencional o no) una concepción del Hombre que se vuelve cómplice de la peor explotación, puesto que desalienta o condena la lucha por la democratización efectiva de la sociedad. Al postular un Dios todopoderoso y terriblemente castigador, de quien, en última instancia, todo acontecer depende, la Iglesia fomenta la pasividad del rebaño y la impotencia del castrado (en el sentido freudiano de impedir el libre desarrollo de la personalidad) alentando la irresponsabilidad de todos respecto al proceso histórico. Desde ese punto de vista sería entonces más eficaz orar que cambiar las condiciones efectivas y concretas, entregarse como víctima propiciatoria que rebelarse y cambiar las estructuras que determinan la alienación y el dolor. No es por casualidad que en sociedades como la colombiana, se tolera tan tranquilamente la miseria y hay una familiaridad tenebrosa con la muerte, la tortura, el sacrificio y el crimen.
Políticamente, se desprende de esa concepción el que la Iglesia tiende a ser piramidalmente jerárquica y que, al favorecer la obediencia ciega al superior y al predicar el castigo implacable si no se obedecen sus jerarquías, implanta una disciplina que es afín con la del militarismo, alentando de ese modo los regímenes absolutistas y teocráticos.
Ya en un ámbito más individual, la concepción dualista de la Iglesia afecta especialmente la sexualidad y, por tanto, las relaciones amorosas de todo tipo. Todas las clases sociales han padecido (con las respectivas variaciones del caso)la represión sexual del catolicismo,( cuyas primeras víctimas son los mismos sacerdotes y las mujeres) y que se puede condensar en la condena del “amor libre” (como si pudiera concebirse un amor auténtico que no fuera libre) que promete las torturas eternas del infierno a quienes se atrevan a realizar sus deseos sin la bendición y las fórmulas mágicas que son de rigor y no se acojan a los mandatos rígidos del sacramento del matrimonio.
De un lado la tradición bíblico-católica ha fomentado el machismo posesivo y tiránico, y del otro, ha degradado a la mujer, al exigirle frigidez y ensañamiento contra las posibilidades de realización plena de sus deseos y de su personalidad. De esa manera, se ha consolidado un círculo vicioso deformante, puesto que son las madres las que naturalmente más influyen en los primeros años de la infancia (y hoy sabemos que esos primeros años son los decisivos, al esbozar tendencias psico-sexuales y culturales que determinarán el comportamiento ulterior). En cuanto al machismo y al patriarcalismo, se encuentran entre los factores más responsables de la violencia psicológica y física que azota nuestro país.
Todas estas circunstancias han fomentado la doble moral y los comportamientos neuróticos y psicopáticos que caracterizan a más de la mitad de la población colombiana, incidiendo en su retraso histórico y provocando mucha infelicidad, frustración y muerte. Es por eso que miramos con profunda preocupación los conatos de fundamentalismo que se han presentado en los últimos años, especialmente estimulados por el régimen actual, en el cual el Opus Dei , el militarismo a ultranza y las bandas criminales que ciertos sectores del ejército y la policía favorecen, combinan sus fuerzas para intervenir en decisiones políticas que , por ejemplo, atañen a la superación de la discriminación de algunos tipos de sexualidad, al aborto como libre decisión de la pareja y, sobre todo, de la mujer, a la consolidación del estado y la educación laica y a una concepción moderna de la familia que incluye el divorcio y los derechos de los hijos frente a los padres posesivos, todas conquistas consagradas constitucionalmente (especialmente por la constitución del 91) pero que en el actual régimen se pretenden anular.
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