Manderlay: Lars von Trier se lanza sobre Alabama
Thomas Sotinel
(Traducido de Le Monde por Enrique Santos Molano)
Después de Dogville,
Lars von Trier se
viene con Manderlay
(La Hojarasca) El danés Lars von Trier, de 49 años, es el más famoso director del grupo conocido como Dogma 95, cuyo dogma consiste en hacer cine de máxima pureza, lo más parecido al teatro. Buena muestra de ello la tuvimos en Dogville (2003), la terrible historia de maldad e hipocresía que se desarrolla en un pueblito estadounidense que podría ser cualquiera. La actriz Nicole Kidman, que representa a la protagonista, hija de un gran mafioso, no quiso aceptar el papel en Manderlay, pues al parecer quedó traumatizada con el que le tocó en Dogville, donde además comparte reparto con los legendarios Laureen Bacall, James Caan y Ben Gazzara. El cast de su nuevo filme Manderlay no es menos impresionante. La bellísima y novel Bryce Dallas Howard, como Grace Margaret; Isaach de Bankolé, como Timothy; Willem Dafoe como el padre de Grace y Danny Glover como Wilhelm. Es posible que Manderlay se estrene en los próximos días, o a mediados de diciembre, en las salas de América Latina. La siguiente nota se publicó en Le Monde, del 8 de noviembre de 2005.
Manderlay: Lars von Trier se lanza sobre Alabama
Por Thomas Sotinel
Hace tres años Lars von Trier emigró a los Estados Unidos. El cineasta danés tomó su cine, sus colaboradores y sus obsesiones y los hizo remontar el Atlántico. Este éxodo no existe en la realidad. El realizador de Idiotas (1998) nunca ha puesto pie sobre territorio de la Unión, y sus dos filmes americanos –Dogville (2003) y Manderlay—se han rodado en un estudio en Suecia. Ello no obsta para que sean los Estados Unidos de América de quienes Lars von Trier quiere hablar. El primer plano de Manderlay muestra un cortejo minúsculo de automóviles que se desplazan sobre una carta geográfica, desde las Montañas Rocosas hasta el Sur más profundo. Para la segunda parte del tríptico anunciado, es allá, en Alabama, donde Lars von Trier hace su película.
Se trata de una de las heridas más profundas de la historia americana: la deportación de africanos hacia las plantaciones del Sur, su servidumbre y su destino después de la abolición de la esclavitud al término de la guerra de Secesión. La reciente catástrofe en Luisiana ha demostrado hasta que punto los Estados Unidos todavía no le ponen fin a esa historia. Lars von Trier la cuenta a su manera, con el empleo del contraste. Pero ahora es él quien tropieza: su ignorancia afirmada de la realidad estadounidense se estrella con la realidad pasada y presente de las tragedias que ha padecido la comunidad de origen africano en los Estados Unidos.
Frente a este peso de lo real, el cineasta quiere poner por obra el poder de evocación y de análisis de la ficción. Desde el momento en que los pasajeros bajan de las limosinas negras, se cae en la fábula. El cortejo lleva a Grace y a su padre, un gangster expulsado de Denver, hacia nuevos terrenos de caza. La fantasía del guión los hace detenerse ante las verjas de una plantación. Una joven negra acaba de suplicarle a Grace que interceda a favor de Timothy (Isaach de Bankolé), un joven al que se aprestan a flagelar porque ha robado. Grace descubre entonces que, pese a la época tardía (corre 1934, los detalles necesarios son suministrados por un narrador omnisciente, en la voz del actor británico John Hurt), Manderlay vive siempre bajo el régimen de la esclavitud. La joven obtiene de su padre los medios militares (una banda de gangsters) para remediar la situación. Por la fuerza impone ella la liberación de los esclavos de la plantación; enfrentada al desasosiego de sus nuevos protegidos, decide conducirlos por los caminos de la libertad.
Para Manderlay, Lars von Trier emplea la misma estructura que en Dogville: decorados estilizados, acciones a menudo cercanas a la mímica, diálogos que remedan, sin reproducirlos jamás de manera exacta, los dejos del ingles americano. En sus declaraciones, como en la reseña de propósitos que reproduce la carpeta de prensa, el realizador se refiere a la Felicidad en la esclavitud, un texto que Jean Paulhan escribió en el prefacio de la Historia de O de Pauline Réage y en el cual el escritor francés evoca una revuelta de antiguos esclavos de Barbados que se levantaron para obtener el regreso a la servidumbre una vez que sus amos ingleses los hubieron liberado.
Impulsión caritativa
El guión de Manderlay desarrolla con largueza esa tesis: la libertad que Grace impone no sirve sino para quebrar el equilibrio que amos y esclavos habían establecido, según los términos de un pacto aparente mucho antes de que su existencia hubiese sido revelada. En esta oportunidad el personaje de Grace está encarnado por Bryce Dallas Howard, luego de que Nicole Kidman, que representó en Dogville, se negara a regresar al servicio de Trier. Más joven que Kidman, la actriz representa la buena conciencia blanca.
Según von Trier, es la impulsión caritativa, y sólo ella, la que viene a trastornar el orden reinante en la plantación. Y la irrupción de este elemento extraño es una catástrofe, cualquiera que sea la nobleza de sus motivos. El padre de Grace (Willem Dafoe ha tomado el lugar de James Caan en este papel) le recuerda que la democracia “no es sexy” y que los Blancos sueñan en secreto con ser “perseguidos por negros que blanden antorchas” una profecía que el guión hará realidad en su momento.
El guión clasifica los personajes según una tipología que Grace descubre en el “libro de Mam”, que la propietaria de Manderlay (Lauren Bacall, que se apresura a fallecer) le ha dejado. Una tipología de los esclavos: el rebelde, el seductor, el gracioso… En la realidad esta clasificación habría sido un instrumento de dominación; en la ficción de Manderlay, viene a ser un medio de narración y de puesta en escena. Frente a las torturas de la conciencia blanca, los negros no existen sino en función de la personalidad que les han conferido sus amos.
Lars von Trier se ha complacido siempre en llevar el sufrimiento a personajes y espectadores. Esta mezcla de dolor y de juego ha producido grandes películas conmovedoras. Pero en Manderlay no es el cine de von Trier el que suscita una emoción, es la conciencia de la realidad aquí maltrecha y escarnecida.
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