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                   SABRINA DE JUAN REVELO

Carta de Carlos Monsiváis (*)

Cuernavaca, México, enero de 2010
Estimado Juan:
Este resumen recoge algunos de los apuntes que hice al leer “Sabrina”, tu nuevo libro de cuentos. Cuando tenga un poco más de tiempo y me sienta mejor, te mandaré mis comentarios ampliados.
Me gustaron varios cuentos; por ejemplo: “Jaque mate”, que describe, muy a mi gusto, a los políticos ambiciosos y corruptos que saquean las arcas del Estado, y a los gobernantes autoritarios que, envanecidos por el poder, cometen descomunales atropellos históricos.
También me parecieron interesantes los cuentos en donde el narrador se desdobla y se convierte en personaje como en “La esquina”, que tiene una novedosa y moderna forma de mantener el suspenso, igual al manejo narrativo que le das a “Nóisuli”.
“El volcán” me recordó una vivencia que escuché en uno de mis viajes a Colombia, relacionada con el presentimiento que alguien tuvo sobre la tragedia de Armero (me imagino que es el cuento “La tragedia” de tu libro), y me hizo pensar sobre la poderosa interrelación que existe entre la realidad y algunos sueños que, a veces, pueden llevarnos a desconciertos mentales, como le sucede a uno de los personajes de “Llamada al amanecer” que es otro de los cuentos bien narrados.
Entre los textos largos, me gustó “El sueño”, con vivencias parapsicológicas fascinantes, en especial las derivadas de los sueños revelatorios que siempre me han llamado la atención. Y por otro lado, “Sabrina”, con buen análisis sobre la forma de pensar de la oligarquía latinoamericana de los años setenta, que me trajo el recuerdo de las nefastas dictaduras militares que golpearon a Argentina en esa época. Además, bien lograda la descripción que haces del país, como trasfondo de la historia principal, y bien escrita la tensión narrativa “in crescendo”.
Pero en una selección más cerrada, tal vez me quedo con tres cuentos cortos y tres largos: “El atleta”, “El túnel” y “Nóisuli”, por un lado; y por el otro, “Llamada al amanecer”, “Libreta de teléfonos” y “Los alpinistas”. Este último con un desenlace misterioso, que invita a pensar si lo que allí se lee es una metáfora del narrador, una revelación, o una proyección del deseo de la protagonista que no se resigna a perder a su amado en los oscuros laberintos de la eternidad.
En resumen: Uno de los mejores libros de cuentos que he leído en la última década.
¡Buena suerte con ellos, amigo!
Saludo afectuoso,
Carlos Monsiváis.

(*) CARLOS MONSIVÁIS. Escritor, periodista, ensayista y crítico mexicano. Destacado intelectual de gran influencia en la vida cultural y política de su país. Autor, entre otros libros, de: “Principios y potestades” (crónicas), “La tradición de la resistencia” (sobre los sucesos de Tlatelolco), “Los rituales del caos” (parábolas de la cotidianidad), “Aires de familia” (Premio Anagrama de ensayo), y “Apocalipstick” (2009), su última obra.
Nota: En el mes de Junio, cuando el libro SABRINA se encontraba en edición, falleció en Ciudad de México a la edad de 72 años.

ENLACES RELACIONADOS

http://fundacioncult.blogspot.com/2010/07/cuentos.html

 

                              EL ATLETA

(Cuento tomado del libro “Sabrina”)

Juan Revelo Revelo

Desde el momento en que oyó el disparo de salida, presintió que esa carrera sería la más importante de su vida de atleta. Por eso se esforzó en correr con toda la técnica: Sus piernas y brazos en un accionar muy rápido; concentrada su mente en la optimización de la energía; sincronizada la respiración con el acelerado movimiento de sus pies que avanzaban veloces sobre la pista.

“Para ser el mejor en una competencia, debes sentir que tus pies vuelan” –le había repetido muchas veces el entrenador–; y esa sensación de vuelo, de velocidad suprema, como si flotara sobre el piso, era la que él percibía en ese instante.

En la primera recta de los cuatrocientos metros, miró hacia el frente. El estadio estaba lleno y el público gritaba emocionado. Advirtió sus miradas y pensó que él era el centro de toda la atención. Entonces, avanzó con mayor ímpetu; pasó a uno, a dos, a tres competidores y se colocó en el primer lugar. La multitud lo aplaudió con entusiasmo y él pensó: “Esta carrera nadie me la quita”.

Cuando llegó a la curva, oyó el jadeo del corredor que lo seguía, acercándose cada vez más rápido, a punto de alcanzarlo. Sintió que su boca estaba reseca por la fatiga y que su corazón palpitaba con gran intensidad, pero no se rindió; fijó su atención en la meta y aumentó la velocidad hasta donde más pudo, tratando de que el otro no lo rebasara.

Al sobrepasar la marca de los trescientos metros, volvió a escuchar, en medio de los gritos del público, el jadeo y las pisadas del corredor que venía atrás, emparejándose con él; giró un poco la cabeza para verlo y sintió que le faltaba el aire. Ágil y risueño, con un gesto de superioridad reflejado en las cavidades de sus ojos, el competidor que lo seguía se adelantó un poco; levantó su esquelético brazo y con fulminante rapidez, le dio un fuerte golpe en el pecho. El metal de la afilada guadaña penetró implacable, como si fuera un hierro incandescente. El atleta sintió un agudo dolor debajo de las costillas, y un silencio frío, y una apacible lasitud lo envolvieron por completo, antes de caer al piso.

Los médicos que lo atendieron en la enfermería del estadio escribieron en el informe: “Murió de un infarto. Lo último que dijo, fue que la muerte, por fin, lo había alcanzado”.