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                               EL DUEÑO

Nuria Barbosa León, periodista de Radio Progreso y Radio Habana Cuba

Cuando triunfa la Revolución cubana en 1959, en mi casa no se conocía la política y apenas sabíamos quién gobernaba. Sin embargo hubo alegría por el cambio ¿Por qué?

Es difícil vivir en una casa de horcones de madera, techo de yagua y piso de tierra, más 11 muchachos y dos adultos. Las camas eran hamacas de saco y de los muebles enumero dos tauretes, una caja de cartón como mesa donde nadie se sentaba a comer y varios cacharros de cocina en un fogón adaptado a la leña o el carbón, según apareciera.

La camada de muchacho fue naciendo en una tierra, donde dolía el sol en el lomo para sacarle un boniato, allá en Oriente, cerca de un poblado llamado Cacocún y alejado casi dos kilómetros de los vecinos más cercanos. Lo peor era soportar la amenaza del dueño que siempre le parecía poco lo que se le entregaba por dejarnos tener la casa en su sitial.

Contra ese dueño, lo primero que sentimos fue miedo, siempre llegaba al rancho acompañado de su escopeta y por alguno de sus “hombres”. Luego el miedo se convierte en odio, y no se sabe cuando se siente uno o el otro.

Para poder pagar la renta todos los meses, además del sembrado que mantenía mi padre en los alrededores, también se iba como jornalero a otra finca para una paga de 15 pesos mensuales. Cuando los hermanos mayores tuvieron más edad, entonces se iban todos juntos en la madrugada para una paga de 36 pesos al mes. Esos muchachos no habían cumplido la mayoría de edad pero casi no sabían sus años, porque el trabajo los enseñó a arar la tierra antes de identificar la palabra llanto.

Bañarse en el río crecido por la lluvia era la fiesta de una vez al año. Arder en la fiebre del sarampión, el paludismo y el tifo, con cocimiento como único alivio, era la desesperanza con rostro de muerte. Andar descalzo, con un short como único vestido, y comunicarse con los animales era lo cotidiano. Trabajar y mirar el camino para recibir al padre con los alimentos del día era la fuerza para seguir viviendo.

No puedo recordar quién habló de Fidel, de la Sierra Maestra y de sus planes de cambio. Supimos del triunfo por los disparos en la madrugada y luego la carrera a caballo de uno de la zona que anunciaba la Revolución.

Por eso cuando el administrador de la finca vino a cobrar la renta en el mes de mayo, le hablamos de la Reforma Agraria y de los papeles dados en el INRA (Instituto Nacional de Reforma Agraria). Para ese entonces, ya nosotros, -también-, éramos los dueños.

A Orencio Obregón Ramírez (dueño de la historia)