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                     ANÁLISIS

         

              MEJOR NOS ANTICIPAMOS

         

Darío Botero Pérez

Con Santos hay esperanzas de salir del estilo de gobierno patriarcal, populista y arbitrario, más feudal que liberal, impuesto por Uribe contra los ordenamientos legales que tanta sangre le han costado acordar a nuestro pueblo.

La formación y el origen social del nuevo presidente representan una recuperación de los criterios liberales propios de la democracia representativa, tan deformada por el furibismo y el combo de parapolíticos que llevó a la presidencia a aquel destacado hijo del suroeste antioqueño.

Con su triunfo cumplieron los sueños de poder político de su pariente y compañero de aventuras, Pablo Emilio Escobar Gaviria, cuando estando jóvenes se les ocurrió promover la campaña de Antioquia Federal.

Sabían que el federalismo es una bandera histórica capaz de convocar simpatías espontáneamente en muchas regiones de la patria que añoran la Constitución de Rionegro de 1863, reemplazada en 1886 por el imponente Rafael Núñez, quien le arrebató la soberanía al pueblo para otorgársela a la “nación” (seudónimo de la aristocracia criolla santafereña y de algunos patricios de sangre azul ubicados en otras regiones).

En cuanto a Santos, sus tratos con las clases emergentes y sus fenómenos de narcotráfico, paramilitarismo y parapolítica, son más circunstanciales que familiares.

Además, el papel de Mano Negra o Escuadrones de la muerte del régimen, que se les había otorgado y los indujo a disputarles el poder político a las oligarquías tradicionales, lo perdieron en sus pactos con Uribe.

Por tanto, han retornado a su condición de delincuentes comunes, asociados para desarrollar sus actividades criminales a la sombra de la rentable ilegalización de los alucinógenos.

Semejante medida, tan reñida con la genética y la naturaleza, está desangrando a México, El Salvador y Colombia, y amenaza con extenderse a muchos países más si la actividad no se legaliza para que deje de ser un negocio y pase a las esferas de la salud pública y de los derechos humanos.

El combate a la subversión lo han retomado las fuerzas armadas del régimen, y pretenden reforzarlo con las tropas y las sofisticadas armas del Imperio, en vez de arriesgar su hegemonía política empoderando gente de orígenes sociales ajenos al ejercicio hereditario del poder conquistado por los criollos hace 200 años en las naciones latinoamericanas.

A pesar de que el cambio será evidente -pues retornará el respeto formal e hipócrita a las reglas del juego pactadas en 1991, que reconocen derechos reiteradamente pisoteados por Uribe-, es tontería hacerse ilusiones sobre su total vigencia para los ciudadanos corrientes, o sobre la defensa del patrimonio público.

Sin embargo, la decadencia y bancarrota del neoliberalismo son tan aceleradas, que puede que Santos las perciba e interprete correctamente, pues es un hombre de mundo y no de vereda.

En consecuencia, podría llegar a tomar medidas proteccionistas, cuya necesidad es urgente. Es una decisión elemental de todo país soberano preocupado por el bienestar de su población en vez de por las comisiones y amistades que les dejaría, a los gobernantes y funcionarios, acabar de arruinar la patria.

Aunque se los prohíbe a sus colonias, USA subsidia a sus campesinos. Por tanto, no existe justificación para abandonar a los nuestros, condenándolos a la ruina mediante la introducción de una competencia que los arrasará rápidamente.

Es un simple crimen económico abrirles nuestro mercado, cada vez más pequeño en términos de capacidad adquisitiva, a países y monopolios privados poderosos y desalmados, desesperados por vender y saquear, pero poco dispuestos a comprar o a hacer inversiones que favorezcan el desarrollo autónomo de sus neocolonias.

Tenemos la obligación de proteger lo que nos queda, y de recuperar lo que se pueda.

Es indispensable denunciar al notable vendepatria Álvaro Uribe Vélez, más que lacayo de los potentados, sobre todo los extranjeros, según lo comprueba su gestión.

No tuvo inconveniente en prorrogar concesiones que deberían revertir al Estado después de 20 años de explotación intensa por las transnacionales.

Así ha privado al fisco de una fuente segura y abundante de recursos. Prefiere compensarlos con más impuestos a cargo de los pobres, mayor endeudamiento de la nación y más desnacionalizaciones y privatizaciones del patrimonio común, que es sagrado pero que los patanes neoliberales tratan como si fuese su propiedad personal y los tuviese hartos.

 

También aumentó de 11 a 70 las “zonas francas”, llenas de exenciones y privilegios.

Por lo menos, tuvo la precaución de que una de ellas sirviera para convertir en multimillonarios a Tom y Jerry, como les dice el pueblo coloquialmente a su delfines, Tomás y Jerónimo, aventajados empresarios, con un olfato que envidia Donald Triumph, lo cual es mucho decir, pues habla muy bien del talento de estos muchachos.

Casi pensaría uno que superan al genio de DMG, David Murcia, que, aunque conformó una lavandería de dineros sucios, sí es real y sorprendente, pues habla de verdadero talento empresarial en vez de privilegios, habilidad conspirativa y tráfico de influencias.

Uribe también privatizó todo lo que pudo, hasta que hubo una tímida reacción de la sociedad capaz de influenciarlo. Fue tardía pero logró aplazar el despojo de Isagén y algunas electrificadoras que todavía no han desnacionalizado, por falta de tiempo.

De todos modos, tenemos que seguir alertas porque el gobierno neoliberal no ha renunciado a privarnos de tan rentables y estratégicos entables. Si nos descuidamos, lo hará.

Por último, Uribe terminó dándole la razón al “pollo” López.

En uno de sus últimos actos de gobierno lo vimos sentado, con Jamaica y Haití, en el banquillo de los cipayos llamados por los potentados del G-8 para que les rindiesen cuentas y les aseguraran el saqueo sin condiciones de las riquezas de los pueblos y la subyugación de sus habitantes, según lo exige el neoliberalismo empeñado en culminar la destrucción del mundo y desatar la guerra mundial lo más rápido posible.

En vez de hacer méritos con los colombianos honrados y decentes, prefirió terminar “su asco de gobierno” -según lo calificó César Gaviria-, acabando de feriar la patria, como todo buen discípulo del neoliberalismo.

A semejante recetario le ha dedicado su vida. Considera que es la manera más obvia de materializar su odio al comunismo.

Para demostrarlo, desde muy joven se vinculó a ese macabro experimento económico (un auténtico “salto al vacío” que renegó de la sabiduría económica de los clásicos, con consecuencias funestas para todos), impuesto al repugnante traidor Augusto Pinochet luego de que asesinó a Salvador Allende en 1973, en Chile, hace 37 años.

Los 40 a que aludió Santos en su discurso de victoria son exactos si se cuenta desde que Lleras Restrepo impuso el ilegítimo gobierno de Misael Pastrana Borrero en 1970, que empezó el mismo año que el del apóstol chileno de la libertad, la igualdad y la justicia. Desde luego, sus estilos y programas de gobierno fueron antagónicos.

Con el arrasador neoliberalismo, el Imperio impide que cualquier gobierno vendepatria proceda como debería, si su prioridad fuese la patria. Y ningún lacayo del neoliberalismo pone los intereses de la patria por encima de los de las multinacionales ni de los de las metrópolis que las protegen.

Su pusilanimidad y abyección se los impiden. Creen que a ellos también los van a proteger, aunque el ex funcionario de la CIA, Manuel Antonio Noriega ha sufrido un destino tan escarmentador. Y no es el único traicionado por el Imperio que “no tiene amigos sino intereses”, como también lo supo Sadam Hussein, por no mencionar al famoso Sha de Irán, tan arrastrado a occidente, que no dudó en abandonarlo para apoyar a los ayatolaes.

De todos modos, la postración de Colombia ha avanzado demasiado. Está a punto de convertirse en un enfermo terminal sin escapatoria

Es tan crítica la situación, que la existencia de tierras abundantes recuperadas de los narcotraficantes, quienes se las habían arrebatado a los campesinos, tienta a los políticos para enriquecerse cediéndoselas a los palmicultores y los mineros extranjeros, en vez de devolvérselas a sus legítimos dueños.

Prefieren que avance la desertificación causada por la depredación del medio ambiente, como ya es evidente en Chile, primer conejillo de indias del anticientífico neoliberalismo.

Santos lo sabe, pero es de esa cuerda de los arrodillados al Imperio. Sin embargo, su responsabilidad histórica con los criollos ilustres lo obliga a reflexionar, aunque tampoco ignora que todos son vendepatrias desde el inicio mismo de la república, como lo demostró Francisco Antonio Zea empeñando prematuramente la patria con Inglaterra.

El gran asunto de Estado es que la situación social en Colombia está a punto de explotar tras ocho años de crímenes oficiales, arbitrariedades y saqueos.

La desmesura de la dictadura furibista no tiene antecedentes en un país caracterizado por la vileza de sus gobernantes que, de todos modos, le rendían homenaje a las apariencias, de modo que no robaban tan de frente ni mentían de una forma tan evidente y recurrente.

Se perciben amenazas de una insurrección popular incontrolable, ante la cual la pretensión de las guerrillas de arrebatarles el poder a los lacayos potentaditos criollos tradicionales sería casi una trivialidad, como lo recuerda el Bogotazo.

Dada esta situación, las alternativas del nuevo presidente son:

1. Insistir en exterminar a los subversivos y agudizar el descontento social en los centros urbanos

2. Buscar reducir la presión social, otorgándoles a los campesinos el derecho a regresar a sus parcelas disfrutando todas las garantías.

En el segundo caso, es claro que la sociedad civil ha logrado un ascendiente importante sobre las guerrillas, en la medida en que reconoce las razones objetivas y el carácter altruista de su lucha.

No cae en el recurso fácil de los Goebbels criollos que intentan polarizar la sociedad, para enfrentarla pasionalmente, acudiendo a calificar como “terroristas” a los subversivos, negando la realidad social que los ha obligado a tomar las armas y combatir a un régimen inicuo, ajeno a las necesidades del pueblo y arrodillado ante el Imperio, como lo denunció Jorge Eliécer Gaitán.

Aunque la sociedad civil reconoce que los guerrilleros han cometido actos terroristas que repudia -como los ataques a la población civil, el sembrado de minas quiebra patas y el secuestro de particulares-, comprende el origen histórico y las razones sociales, cada vez más abundantes, para combatir la dictadura civil instaurada en Colombia desde que liberales y conservadores pactaron el llamado Frente Nacional para turnarse en el ejercicio del poder, desde 1958, con exclusión de cualesquier otros posibles aspirantes.

También entiende que desde el último gobierno de ese pacto, espurios ambos, se empezó a consolidar la llamada “república mafiosa y neoliberal”, hace 40 años.

Y que su vigencia nos está convirtiendo aceleradamente en el Haití de Suramérica que nos prometió el cínico “pollo” López en su período presidencial, de 1974 a 1978, cumpliendo su mortal venganza contra los oligarcas que se atrevieron a sacar a su padre de la presidencia en 1945.

La alternativa represiva, en cambio, supone desconocer la madurez política de las vanguardias ciudadanas y su poder de penetración y movilización; crecientes en la medida en que la población se apropia de la modernidad, se capacita para establecer la “sociedad del conocimiento” –única admisible en la Nueva Era- y se desprende de las vendas feudales y de los individuos que insisten en que las conservemos para podernos controlar, pues no entienden la modernidad ni a la gente que la reivindica.

Para implementar la alternativa retrógrada que nos impida cualquier ejercicio de soberanía, es decisivo el papel de las siete bases militares, cedidas inconstitucionalmente a los usanos por el gurú presidente para intervenir en el conflicto interno.

Este propósito complementa su carácter de amenaza inminente a la paz regional, que ha aislado a Colombia, como nunca antes, del concierto de las naciones civilizadas, llevándola al borde de ser un país fracasado y paria, a pesar de ser tan rico y poseer gente talentosa.

Sin duda, los usanos intervendrían para controlar la protesta social, de modo que pronto nos llevarían a una situación como la de Afganistán, otro Estado paria y fracasado, inmerso en una guerra civil que no cesará mientras la invasión continúe, y cuya economía doméstica se basa en la explotación de los alucinógenos ilegalizados, que tienen una clientela tan abundante y fiel en todo el mundo. Sus riquezas naturales les pertenecen a los salvadores invasores usanos y sus aliados.

Esta alternativa es la que los sionistas apoyan para acelerar la guerra que los tiene obsesionados.

Y como Santos ya manifestó su apoyo al régimen genocida de Israel, lo más sensato es promover el rechazo contundente a la invasión que tan alegre e inconstitucionalmente autorizó el mayordomo Uribe, atribuyéndose poderes que la presidencia no tiene.

De ninguna manera podemos olvidar que su vil canallada hace parte de la ofensiva de la extrema derecha mundial.

Sabemos que ese propósito bélico es evidente, por lo menos desde que resolvieron derribar las Torres Gemelas, aliados con los potentados petroleros árabes, tan dignamente representados por Osama Bin Laden.

La razón práctica es que les es indispensable armar la última guerra para disolver la crisis definitiva, que se les vino encima pero no quieren aceptar.

Si no la superan, se les acaban sus privilegios, pues la sociedad que sobrevendrá nos tratará a todos como iguales, y nadie será privado de sus derechos, que es lo usual en las sociedades jerárquicas.

Tanto Netanyahu en Israel, como los sionistas de Washington, aliados al resto de halcones, están obsesionados por provocar la guerra, con justa razón, pues de ella depende su supervivencia como seres privilegiados. Es su simple instinto de conservación el que los impulsa a cometer ese crimen terminal, capaz de extinguir la especie humana y muchas más.

Hace un año, el 28 de junio de 2009, el golpe de Estado en Honduras constituyó una ofensiva abierta del Imperio para involucrar a los latinoamericanos en sus macabros planes de exterminio.

Pero su triunfo no fue total, aunque terminaron consolidando el golpe con el nombramiento de un títere que se siente tal, pues su triunfo se lo debe a un gobierno espurio y asesino, cuyos integrantes están gozando de impunidad.

Afortunadamente, la comunidad internacional no cayó en la celada, a pesar de los buenos oficios del traidor Oscar Arias, quien se tomó una intermediación sin fundamentos, para impedir que la OEA interviniese directamente y exigiese la reversión inmediata del golpe, restableciendo a Manuel Zelaya en su puesto.

En consecuencia, el asilamiento internacional de ese país continúa. Escasamente ha logrado el reconocimiento de lacras como las del gobierno de la república mafiosa y neoliberal que preside Álvaro Uribe Vélez en la sufrida Colombia.

Igual destino le espera a Colombia si insiste en apoyar los planes apocalípticos de los sionistas y sus sucios socios; en vez de evitar oportunamente que la invasión usana sea un hecho y no un mero compromiso inconstitucional del vendepatria que funge de presidente hasta el 7 de agosto.

Los colombianos tenemos la obligación, tanto con nosotros mismos como con los países hermanos, de evitar la invasión, a toda costa.

Debemos manifestarnos antes de que el patrón Santos la confirme, pues cabe la posibilidad de que continúe los atropellos a la normatividad vigente que caracterizaron a Uribe, de modo que también lo tendría sin cuidado el carácter inconstitucional de cualquier invasión, pues traiciona la soberanía, y ésta es el fundamento de la nación.

Aunque es más civilizado, de modo que puede estar más dispuesto a respetar las formas, no debemos seguir pecando de ingenuos. Es mejor prevenir que curar; o, evitar que lamentar.

Una vez instalados, la pérdida de la soberanía será absoluta, pues los usanos no se le someten a nadie; son autónomos y no respetan sino que utilizan a los gobiernos amigos para garantizarse sus abusivos privilegios.

En consecuencia, la guerra civil abierta sería inevitable. Pero pronto se convertiría en una guerra de liberación nacional del pueblo contra los invasores usanos y sus lacayos dentro del país.

Tendría el potencial, además, de unir a los pueblos subyugados contra los moribundos potentados, en un enfrentamiento que sería definitivo.

O los pueblos recuperan su soberanía, o la civilización humana se derrumba.

El alto desarrollo de las fuerzas productivas permitiría superar el problema económico que surge de la disputa por unos bienes escasos. Pero los potentados no están dispuestos a perder los privilegios ni el monopolio del poder que les brinda acaparar la riqueza social, aunque ello signifique acabar con el contenido vivo del mundo y saquear todo lo que puedan.

Tenemos la oportunidad de superar las mezquindades que caracterizan la Historia y que han pelechado en los corazones de los potentados y sus lacayos, convirtiéndolos en enemigos objetivos de la vida y el planeta.

¡No podemos perder un instante en desplegar nuestra defensa como sociedad civil, si aspiramos a vivir con dignidad y sin miserias!