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                HUMANIZAR AL EJÉRCITO

  

En la medida en que se planteen  al ejército metas nobles y de altura político- social, podrá  esta importantísima institución ser recuperada plenamente como valiosa aliada de la superación colectiva.

por Eduardo Gómez

      

No basta remover mandos y hacer algunas simulaciones de juicio (e incluso juicios aceptables con “chivos expiatorios”) para que la descomposición del ejército, y todo lo que ella significa, pueda ser superada. Los lamentables acontecimientos que tienen lugar en el ejército  de vez en cuando (y que son apenas la punta del iceberg) son el resultado de la concepción y la práctica que el Establecimiento oligárquico le ha asignado e impuesto desde hace mucho tiempo, a saber, la ingrata tarea de reprimir, o al menos entrabar, violentamente, los intentos justificados de cambio que conduzcan a una democratización auténtica del proceso pre-histórico que todavía vive Colombia. Es decir, impedir que el país se sitúe por fin como sujeto de su propia historia, hombro a hombro con los pueblos más avanzados del planeta.

A diferencia de la misión que el Libertador Simón Bolívar le asignó al ejército, en su época, (la de defender las fronteras y las conquistas democráticas, y no volverse contra su propio pueblo) el ejército ha sido gradualmente constreñido a asumir funciones policiales, de carácter político-represivo, y a despersonalizar a sus miembros, prohibiéndoles pensar sobre la validez ético-social de los objetivos que se les imponen y tratando de robotizarlos en lo posible para que conformen una “maquinaria” que pueda ser movida desde arriba de acuerdo a intereses muy excluyentes e injustos. Así se ha instaurado una paradoja:  los hombres que más arriesgan su vida por el Establecimiento oligárquico, y que son precisamente su sostén  más fuerte, están impedidos (sobre todo en la base) de conocer y asimilar críticamente los objetivos por los cuales arriesgan y dan su vida; porque los esquemas supuestamente “patrióticos” que les proponen son tergiversadores de los sucesos (a menudo en función de una “imagen” y no de la verdad); porque , ante todo, se los entrena para aniquilar a un enemigo completamente satanizado y porque se los aisla excesivamente de la sociedad civil y de la cultura en general.

Estas circunstancias  dan por resultado el que el ejército se aisle de los sectores más cultos y progresistas de la sociedad civil pero, de hecho, sea cada vez más influido por los sectores más útiles a la represión: los paramilitares, los espías y delatores, las mafias del narcotráfico y los políticos que se apoyan en estos sectores y se inclinan abyectos ante el poder imperial de los gobiernos estadounidenses. La meta equivocada que se le ha impuesto al ejército ha terminado por  invadirlo progresivamente como una metástasis, de tal modo que sus  mejores hombres  son impotentes para reformarlo y , cuando no son marginados, buscan su libertad en la sociedad civil como lo ha informado recientemente la prensa.

Se sabe  que las denuncias de la revista “Semana” sobre torturas y costumbres sádicas (que se postulan como parte de la “disciplina”), destacan, una vez más, procedimientos que hace mucho tiempo imperan en la institución castrense, precisamente para castigar los brotes de dignidad y las protestas elementales de las individualidades no suficientemente sumisas, y de esa manera despersonalizar e instrumentalizar a los reclutas. Entonces se trata de un problema  muy sencillo de comprender , en principio: ¿cómo puede defender efectivamente la democracia  una institución que no la practica en su organización interna?¿ Cómo puede fomentar la paz una organización que está al servicio de  minorías rapaces y sin escrúpulos, en un país con el 60% de la población excluída (en diversos grados) de la mayoría de los derechos elementales como el de alimentarse convenientemente, educarse, tener un techo y servicios médicos adecuados?

No sobra aclarar que no estamos exigiendo un ejército de rebeldes o “revolucionarios”. No somos tan ingenuos. Preservar un orden mínimo para la convivencia y la competencia legítima, el pluralismo aceptable y la discusión constructiva, son tareas elementales de los ejércitos en los países más avanzados de Occidente. En la actual situación colombiana, se trataría  de ,al menos, exonerar al ejército de tareas policivas represivas (que , como en el caso del narcotráfico, lo han ido  invadiendo hasta llegar a los casos de Guaitarilla y Jamundí) aminorar la distancia entre el modo de vida civilista y el castrense, estableciendo vínculos culturales entre ambos sectores e informando y aclarando, desde puntos de vista democráticos y objetivos, sobre la situación político- social del país, así como sobre la coyuntura mundial. En una palabra, es preciso humanizar al ejército, de modo que el talento y la vitalidad potenciales , de esos centenares de miles de jóvenes, no se frenen o degraden. Sería también pertinente dar un espacio suficiente a las objeciones de conciencia que cuestionan la manera como se presta el servicio, aminorar el largo tiempo que hoy rige para éste, y propiciar canales de comunicación entre la base y la oficialidad, de modo que no haya una disciplina tan rígidamente piramidal y unilateral (de arriba hacia abajo) como hoy sucede.

Lo que pedimos es elemental si se quieren afianzar los derechos humanos de la población. Los  cambios  que pedimos están todavía muy lejos, por ejemplo, de los dos meses de servicio que son obligatorios en Suiza (en donde sólo hay unos 2.000 militares profesionales que son los instructores,  los reclutas  conservan fuertes vínculos con la sociedad civil y pueden, al final, llevarse el arma y guardarla en su casa) o la posibilidad de que el ejército vote y manifieste sus ideas políticas como se acostumbra en unos poco países de la vanguardia mundial.

 Es evidente que las reformas necesarias y elementales  sólo podrian efectuarse en un contexto político-social radicalmente diferente que no le diera la primacía a la represión , sino a la creación de una sociedad próspera, culta y justa. Para estar a tono, tendría que re-fundarse un ejército que se propusiera , a la par con el fortalecimiento físico, el enriquecimiento de la personalidad de los jóvenes y que para eso requiriera, sin prejuicios, los servicios de especialistas y maestros del mundo de la alta cultura, como sucedió ( con extraordinarias consecuencias) hace 25 siglos en Grecia. En la medida en que se planteen  al ejército metas nobles y de altura político- social, podrá  esta importantísima institución ser recuperada plenamente como valiosa aliada de la superación colectiva.